Siria cerca del caos
El presidente Assad busca hacer reformas políticas

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WADI JALED, Líbano. AP.  Cuando las protestas se extendieron a Talkalaj, un pequeño poblado sirio cerca de la frontera con el Líbano, no duraron mucho. Pronto llegaron escuadrones policiales, seguidos por los tanques del ejército y poco después por los temidos agentes de la policía secreta shabiha.

 Los sucesos en mayo dejaron por lo menos 36 civiles muertos, cientos de detenidos y miles de refugiados, según activistas. Para mediados de junio, quedaba sólo un puñado de familias en este poblado suní de 70,000 habitantes y son estrictamente vigiladas, dicen refugiados que lograron huir al Líbano. 

Pero al caer el sol, la rebelión resucita en Talkalaj, pues es entonces cuando los jóvenes salen a los techos de sus casas para gritar por la libertad y orar a Dios para que les ayude. Se callan sólo cuando empieza a sonar la metralla de los soldados.  A medida que las rebeliones abren paso a la incertidumbre en los países árabes —guerra civil en Libia, represión en Bahrein y anarquía en Yemen— Siria ha quedado atascada en un círculo vicioso de protestas y represión.

Es un capítulo nuevo y complejo de la ola reciente de levantamientos árabes.  Si bien es verdad que la rebelión en Siria ha quedado sumida en la oscuridad debido a la represión del gobierno y a su negativa a permitir la presencia de periodistas extranjeros, lo cierto es que los hechos son de una importancia incomparable al lado de las insurrecciones en las tierras vecinas. 

Lo que está en juego es la posibilidad de una inédita apertura política en una de las regiones más represivas del mundo y si Siria, con sus 22 millones de habitantes, cae en una guerra civil, ello podría tener graves repercusiones para todos los países del Medio Oriente. 

Los habitantes de las localidades rebeldes han narrado escalofriantes recuentos sobre bombardeos y cañoneos implacables. En sus teléfonos celulares exhiben fotografías de presos torturados tan salvajemente que parecen piezas de carnicería. Más de 1,400 sirios han muerto y 10,000 han sido detenidos en la represión, dicen activistas.  “Los soldados le patean la cara a los manifestantes cuando están esposados en el suelo y les gritan ’¿Querías libertad, no? Pues aquí tienes tu libertad”’, relató un joven de 21 años de Talkalaj que pidió ser identificado sólo por su nombre, Zakariya. “Creen que pueden reprimir las protestas con sus abusos, pero no les va a funcionar”.

 Como muchos otros manifestantes, le sorprendió verse envuelto en las manifestaciones.  “Hace poco ni se nos ocurría hablar así, pedir libertad así”, expresó sentado a la sombra de un árbol en Wadi Jaled. Pero entonces, dijo, vieron las imágenes por televisión de las revueltas en Túnez y Egipto. “Nos dieron el valor de alzar nuestra voz”.  No obstante, tres meses después del inicio del alzamiento en Siria, el país se encuentra en un impasse inamovible: el presidente Bashar Assad es incapaz de sofocar las protestas pero a la vez se niega a iniciar un diálogo genuino sobre la apertura política.

La más reciente promesa de Assad de considerar algunas reformas políticas fue rápidamente rechazada por la oposición como una maniobra para ganar tiempo.  El régimen “sigue creyendo que puede aferrarse al poder”, dijo Rami Najla, un activista sirio que vive en la clandestinidad en Beirut y que ha pasado el tiempo difundiendo noticias y videos sobre lo que ocurre en su país. “Queda claro que el régimen ha jugado todas sus cartas y que las protestas, lejos de apagarse, están aumentando”.  Al mismo tiempo, los activistas no han logrado atraer el apoyo de la clase media, por lo cual las protestas estallan en lugares remotos del país pero rara vez tocan las ciudades principales. 

El régimen de Assad desde siempre se ha mantenido en el poder empleando la fuerza brutal para mantener unido a un país fracturado conformado por sunís, chiís, cristianos, alauitas y otras etnias. Se teme que el país estalle en la violencia sectaria o peor aún, en una guerra civil abierta.  Al mismo tiempo, Siria es un país de enorme importancia estratégica. Tiene fronteras con cinco naciones, goza de buenas relaciones con Irán y con poderosos grupos islámicos, y controla el suministro de agua a Irak, Jordania y partes de Israel. 

Y aunque Siria e Israel están oficialmente en guerra e Israel mantiene el control de las Alturas del Golán desde 1967, los discretos contactos entre los dos países a veces han logrado evitar el estallido de una conflagración más abierta.  “La gente teme qué pasará si Assad cae”, declaró Elias Muhanna, un analista político de la Universidad de Harvard. Lo peor que podría pasar, dice, es que se convierta “en un escenario tipo Irak” donde milicias de distintas etnias luchan por territorio y espacios de poder.  Esa hipótesis es la que le ha servido al régimen de Damasco para lanzar advertencias, intuyendo que sólo Assad puede evitar el caos.

Y aunque la mayoría de la gente cree que ello es una exageración, no cabe duda de que la posibilidad de una anarquía generalizada es muy real.  Por ello muchos opositores depositan sus esperanzas en un actor del cual se sospecha poco: el ejército sirio. Los disidentes aseguran estar en contacto con los rangos bajos del ejército al tiempo que han hecho llamados públicos a la cúpula militar a lanzar un golpe de Estado.  “No tenemos otra alternativa ahora”, expresa Radwan Ziadeh, un intelectual sirio que está dictando cursos en el Instituto de Estudios sobre el Medio Oriente en la Universidad George Washington. “Necesitamos que el ejército tome la iniciativa”.  Pero lograr tal hazaña requerirá barrer con un profundo nivel de desconfianza étnica. 

Siria está profundamente dividida entre la mayoría suní y los alauitas, una secta chií que comprende el 11% de la población nacional. Los Assad son alauitas, al igual que los comandantes de las fuerzas armadas, de las agencias de la policía secreta y los principales grupos empresariales.  Aunque la mayoría de los soldados son sunís, los comandantes en su mayoría son alauitas.

Y alauitas también son los integrantes de la temida Cuarta División del Ejército, encabezada por el hermano de Assad, Maher, y empleada para sofocar las peores protestas, así como la Guardia Republicana, que tiene a su cargo la defensa de la capital. Lo mismo con la shabiha, la milicia tenebrosa que funge como los esbirros del gobierno y cuyos agentes son notorios por su vestimenta negra.  Los alauitas eran una minoría pobre hasta que prosperó el golpe de Estado perpetrado en 1970 por el padre de Assad, Hafez Assad, quien ofrecía poder y favores económicos a cambio de lealtad política. Esa red de apoyo es la que será clave para que Assad hijo se mantenga en el poder. 

Los alauitas denuncian que serán oprimidos si los sunís llegan al poder, y los sunís denuncian que en la actualidad son víctimas de discriminación e injusticia. El analista Muhanna opina que los alauitas consideran que un gobierno de la mayoría sería una pesadilla.  “Lo considerarían como el fin de la cultura alauita; ellos consideran a Siria como los judíos consideran a Israel”, dijo Muhanna.  Si el ejército sirio se rebela o no contra Assad es una incógnita, pero mucho dependerá de la nueva clase media. 

Por ahora, Assad cuenta con el apoyo de una clase media pequeña pero creciente, compuesta de sunís, alauitas y otros grupos étnicos que viven mayormente en Damasco y Alepo. Esta nueva clase próspera, en su mayoría comerciantes o empresarios pequeños, ha gozado de buena fortuna desde que falleció Hafez Assad en el 2000 y su hijo aplicó una limitada apertura económica al tomar el poder.  “Hasta ahora, continúan pensando que el régimen de Assad les garantizará estabilidad y continuidad”, declara Hilal Khashan, profesor de ciencias políticas en la Universidad Americana de Beirut. “Pero si algún día llegan a la conclusión de que Assad no es la persona que les conviene y que el régimen no es confiable, se unirán a la oposición”.

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Promesas

La más reciente promesa de Assad de considerar algunas reformas políticas fue rápidamente rechazada por la oposición como una maniobra para ganar tiempo.  El régimen “sigue creyendo que puede aferrarse al poder”, dijo Rami Najla, un activista sirio que vive en la clandestinidad en Beirut y que ha pasado el tiempo difundiendo noticias y videos sobre lo que ocurre en su país. “Queda claro que el régimen ha jugado todas sus cartas y que las protestas, lejos de apagarse, están aumentando”.  Al mismo tiempo, los activistas no han logrado atraer el apoyo de la clase media, por lo cual las protestas estallan en lugares remotos del país pero rara vez tocan las ciudades principales. El régimen de Assad desde siempre se ha mantenido en el poder empleando la fuerza brutal para mantener unido a un país fracturado conformado por sunís, chiís, cristianos, alauitas y otras etnias.

Las claves

1. Ascenso

 Los alauitas eran una minoría pobre hasta que prosperó el golpe de Estado perpetrado en 1970 por el padre de Assad, Hafez Assad, quien ofrecía poder y favores económicos a cambio de lealtad política.

2.  Represiones

Más de 1,400 sirios han muerto y 10,000 han sido detenidos en la represión, dicen activistas.  “Los soldados le patean la cara a los manifestantes cuando están esposados en el suelo y les gritan’ ¿Querías libertad, no? Pues aquí tienes tu libertad”’, relató un joven de 21 años de Talkalaj que pidió ser identificado sólo por su nombre, Zakariya. “Creen que pueden reprimir las protestas con sus abusos, pero no les va a funcionar”. Lo que está en juego es la posibilidad de una inédita apertura política en una de las regiones más represivas del mundo y si Siria, con sus 22 millones de habitantes.

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