Siria, ¿un conflicto sectario desde la muerte de Mahoma?

Siria, ¿un conflicto sectario desde la muerte de Mahoma?

En Siria, el presidente Bashar al Asad pertenece a la comunidad alawita, un grupo minoritario de extracción chiíta, y los opositores –así como los opositores a su padre hace 30 años- son mayoritariamente sunitas, lo que ha sembrado el camino para hablar de un «conflicto sectario» en ese país.

El hecho de que el principal aliado en la región de Siria sea Irán, el otro país gobernado por chiítas, y las acusaciones de que la insurgencia obtiene fondos y armas de Arabia Saudita, protector de los lugares más sagrados del Islam y de la ortodoxia sunita, contribuye a pensar que este presunto sectarismo supera las fronteras sirias.

Pero no todos los expertos en Medio Oriente coinciden con esta hipótesis y muchos prefieren hablar de un conflicto político que terminó en un enfrentamiento militar.

¿Cuál es el rol de las diferencias religiosas en el conflicto sirio? Según Montserrat Abumalham Mas, profesora del Departamento de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense de Madrid, «existe, efectivamente, una base para pensar que el enfrentamiento actual hereda parte de las tensiones existentes a lo largo de siglos entre sunitas y chiítas».

«Existe, efectivamente, una base para pensar que el enfrentamiento actual hereda parte de las tensiones existentes a lo largo de siglos entre sunitas y chiítas», dice Montserrat Abumalham Mas, de la Universidad Complutense de Madrid.

«Los alawíes, actual clase dominante en Siria, ya desde la época de Hafez al-Asad (padre de Bashar) han favorecido a las comunidades minoritarias, la suya en primer lugar, y a drusos y cristianos de diversas iglesias, en detrimento de movimientos como los Hermanos Musulmanes que son sunitas. A estos últimos, sobre todo asentados en la ciudad de Hama, los han perseguido con saña durante años».

Pero Rafael Valencia, profesor Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad de Sevilla, cree que la idea de un enfrentamiento religioso «funciona como una etiqueta de conveniencia usada a nivel político dentro de un conflicto cuya base, en contexto de guerra civil, es el enfrentamiento entre el gobierno y una oposición multidividida».

Otros analistas como Javier Martín, autor del libro «Suníes y chiíes. Los dos brazos de Alá», piensan que los enfrentamientos en Siria no pueden aislarse de un contexto mayor, donde también juegan su rol las diferencias religiosas y políticas.

«Más que una cuestión estrictamente doctrinal, el conflicto sirio está contaminado por el pulso político que las dos principales potencias morales del mundo musulmán libran desde 1979: el Irán chií y la Arabia Saudí suní».

El periodista añadió a BBC Mundo que se trata de «un conflicto de raíces atávicas que busca dirimir una cuestión histórica: quién debe liderar el Islam».

¿Se puede hablar de un conflicto entre sunitas y chiítas a una escala mayor? Juan Martos, profesor Departamento de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Complutense de Madrid, piensa que el apoyo iraní a Bashar al Asad inclina a pensar en un conflicto religioso, «pero el apoyo es meramente político y estratégico».

En esto difiere su colega Abumalham Mas, para quien «la alianza entre Irán y Siria se apoya fundamentalmente en la identidad religiosa, que –aunque muy relativa porque ambos son países son chiitas pero de ramas diferentes- reviste la alianza de una capa de religiosidad que le confiere legitimidad».

La alianza entre Irán y Siria se remite a los tiempos de Hafez al-Asad, cuando el padre del actual mandatario sirio apoyó a la nación islámica en la guerra Irán-Irak que se extendió entre 1980 y 1988, mientras la mayoría de las naciones árabes (gobernadas por sunitas) se alineó con Saddam Hussein.

El periodista Javier Martín afirmó que Siria es para Irán el punto de apoyo del llamado eje chiíta tendido por Teherán y al que pertenecen grupos como el partido chiíta libanés Hezbolá y el movimiento palestino Hamas, aunque este último sea sunita.

«El otro eje lo dirige Arabia Saudí con apoyo de Qatar y recientemente el Egipto de los Hermanos Musulmanes. Y se suman los grupos radicales suníes, afines a al Qaeda y salidos de teorías extremistas como el wahabismo que rige en Arabia Saudí, y que consideran a los chiíes como herejes que deben ser extirpados», añade Martín.

La hipótesis de que se enfrentan no solo a un enemigo interno sino a una alianza externa prima entre los seguidores de Bashar al Asad, como el general del ejército entrevistado recientemente por un periodista sirio para la BBC.

Para Abu Basil, esta guerra está liderada por Estados Unidos y otros países, incluyendo a Qatar, Arabia Saudita y Turquía, pero el ejército sirio «no les permitirá tumbar el régimen» o «islamizar el país» y «dejar que lo controlen takfires (musulmanes que acusan a otros de no ser creyentes)».

¿Cuáles son las diferencias religiosas y políticas entre sunitas y chiítas? Enfrentados en las últimas décadas en Líbano y –tras la caída de Saddam Hussein- también en Irak, sunitas y chiítas han intercalado en el transcurso de los siglos períodos de convivencia pacífica con conflictos sectarios.

«A niveles religiosos o teológicos las diferencias son mínimas. Similares a las que puede haber entre la Iglesia Católica Romana y la Iglesia Anglicana de Gran Bretaña. En cada contexto histórico, sin embargo, han dado lugar a enfrentamientos políticos, que se han pretendido articular en cuestiones confesionales», le dice a BBC Mundo el profesor Valencia.

«Ya en la época inicial del Islam se planteó la división por cuestiones de carácter sucesorio», afirma Rafael Valencia, de la Universidad de Sevilla.

Lo que pocos dudan es que el balance político-religioso ha favorecido claramente a unos en detrimento de otros, como explica la profesora Abumalham Mas.

«Ya en la época inicial del Islam se planteó la división por cuestiones de carácter sucesorio. Los sunitas apoyaron a un clan, el omeya, mientras que los chiítas apoyaron a Alí y sus descendientes. En la pugna, llevaron las de perder y nunca alcanzaron el poder califal. Esto los obligó a refugiarse en territorios periféricos, constituyendo minorías marginadas y perseguidas».

Javier Martín recuerda que «tras el asesinato de Alí en Kufa se desató una cruenta guerra fratricida en la que las tropas suníes asesinaron a Husein, hijo de Alí y nieto de Mahoma, y despojaron del poder a los chiíes para siempre. Desde entonces, la comunidad chií mantiene un sentimiento de usurpación que forma parte de su ADN».

Pero otros expertos en Medio Oriente como William Cleveland, profesor de la Universidad Simon Fraser de Canadá, creen que todo comenzó incluso antes, en aquel 632 cuando Mahoma murió sin un sucesor designado por el profeta.

«La disputa sobre la primera sucesión sembró las semillas del conflicto que han afectado al Islam a través de toda su historia».

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