Sitiados

Sitiados

La criminalidad ha ido asumiendo, paulatina pero firmemente, el control de  las vidas de los ciudadanos en este país.

No es exageración. Hay gente que hasta se abstiene de asistir a cultos religiosos a los que han sido asiduos durante sus vidas, y todo por temor a los delincuentes.

Mientras el delito sigue en auge, cada vez más desafiante y cruel, más osado, la autoridad represiva continúa afectada por un déficit de logística y personal para enfrentar este mal.

Y la sociedad en pleno, con una policía en desventaja, se siente indefensa, y más que indefensa, sitiada, con su albedrío atado por los temores, por los justificadísimos temores.

No es exclusivamente que muchos feligreses han desertado, al menos de cuerpo que no quizás de fe, de los cultos que les han sido habituales. Es que todos los ciudadanos, absolutamente todos, hemos tenido que renunciar a algo para evitar caer en manos de delincuentes.

-II-

Si algo hay que aclarar es que las limitaciones de la capacidad policial para perseguir el crimen no es el único problema. También lo es el hecho de que cuando la Policía ha sido efectiva, descubriendo tramas y sometiendo a sus autores, las flaquezas de la Justicia ponen de nuevo en las calles a los delincuentes, que vuelven por sus fueros con nuevo estímulo.

Peor que todo es que no están siendo atacadas oportunamente, suficientemente, las causas que tuercen hacia la delincuencia las vidas de muchos jóvenes.

Aquí, el déficit de oportunidades, en todos los órdenes, es un caldo de cultivo en el que germina la delincuencia.

Hay suficientes razones para considerar que la sociedad dominicana vive un estado de sitio impuesto por las bandas de delincuentes, el mercado de las drogas, las degradaciones morales y el relajamiento de los valores y principios éticos.

-III-

En el auge de la delincuencia y la criminalidad convergen otras causas, además de las citadas en párrafos anteriores. La corrupción y  la impunidad que rodea los actos de este tipo no hacen más que estimular el delito, creando la sensación de que aquí no se castiga al que delinque.

Como se ve, tenemos un problema con múltiples vertientes, no exclusivamente policíaco, de provisión de logística y personal, sino más grave aún.

Necesitamos una Policía fuerte, bien tecnificada y equipada y con hombres suficientes para la tarea de preservación y para perseguir los actos criminales o delictivos consumados.

Pero necesitamos, más que todo, atacar las causas sociales, económicas y de otras índoles que son precursoras de delitos, que contribuyen a torcer conductas.

Hay que hacerlo con presteza, porque la sociedad no merece estar sitiada por la delincuencia y la criminalidad.

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