La problemática de los haitianos en nuestro país es más grave de lo que parece. Y ahora los Estados Unidos anuncian que indagarán la situación de los haitianos en la Junta Central Electoral, en lo que tiene que ver con los indocumentados.
No es noticia para nadie que en nuestro país reside más de un millón de haitianos, casi todos indocumentados. Solo hay que ir al antiguo mercado modelo de la avenida Mella y posiblemente vea un área que, si todavía existe, tiene un nombre eminentemente descriptivo: el pequeño Haití.
Los haitianos han producido un problema que, incluso, preocupa a las autoridades norteamericanas. Y con mucha razón. Es impensable, por no decir imposible, que en pleno siglo 21 surja un Dessalines, un Louverture o alguien parecido, que entienda que la unión hace la fuerza y que, por medio de la fuerza, busque esa unión. Hay que conocer Haití. Y yo lo conozco. Por eso me preocupa el que los yanquis quieran indagar la situación de los haitianos en nuestra Junta Central Electoral. Y mi pregunta es: ¿Qué quieren saber los norteamericanos que no sepan desde hace más de un siglo? Además, existe la Organización de Estados Americanos (OEA), que es la institución encargada de intervenir en los problemas que puedan poner en peligro la paz en el continente. Honradamente, yo creo que es sumamente improbable que suceda algo parecido. Estados Unidos, el continente, el mundo entero, tomaría cartas en el asunto. Además, Haití tiene grandes problemas. El hambre en los campos haitianos no es una epidemia, es una endemia. Un país sobrepoblado, con pocas tierras agrícolas y el único en América Latina cuyo idioma oficial es el francés, aunque la mayoría del pueblo bajo habla algo que llaman patois.
Sin embargo. Hay algo que nosotros no podemos olvidar: junto a Haití somos los dos únicos países en el mundo que se dividen amigablemente el control de una isla, la Hispaniola. Y debe seguir así.