Situaciones clínicas ante el final de la vida

Situaciones clínicas ante el final de la vida

En la actualidad es mejor hablar de situaciones clínicas al final de la vida, donde la enfermedad terminal se encuentra entre un padecimiento incurable avanzado y la situación de agonía, la cual precede a la muerte cuando ésta se produce de forma gradual, y en la que existe deterioro físico intenso, debilidad extrema, alta frecuencia de trastornos cognitivos y de la conciencia, dificultad de relación e ingesta y pronóstico de vida en horas o días.

Salud y enfermedad siempre han sido entidades opuestas. La presencia de la una supone la ausencia de la otra.

La fase terminal de la vida se inicia cuando el médico juzga que las condiciones del paciente han empeorado hasta tal punto que ya no es posible ni detener ni invertir el curso de la enfermedad; es cuando el tratamiento se concentra en la reducción del dolor. En tales condiciones surge un sinnúmero de dilemas controversiales, cuya resolución afectan de modo considerable tanto al enfermo y sus familiares como al médico.

Siempre hubo alguna enfermedad cuyas connotaciones eran mágicas. Primero fue la lepra, luego la sífilis, a comienzos de siglo, la tuberculosis, luego el cáncer, enfermedad incurable por excelencia, después el SIDA, que aparece como la última equivalencia de la muerte.

Una vez que la persona sabe que padece una enfermedad (y muy especialmente si la enfermedad es crónica) se produce una serie de cambios que afectan la percepción de sí misma y de su vida, lo cual representa un choque muy serio que inhabilita y amenaza la visión normal que tenemos de sí mismo y nos hace sumamente vulnerables.

La idea de la muerte, ciertamente, ha cambiado. Aunque aún, obviamente, morir de una enfermedad terminal supone sufrimiento, deterioro progresivo, dolor y cambios profundos en el bienestar general de la persona; hoy, el enfermo y sus familiares más próximos se las arreglan para lograr una adaptación razonablemente buena aunque al empeorar su condición y alcanzar la enfermedad las etapas terminales, nuevas crisis emergen y se requiere con urgencia enfoques nuevos para lidiar con el problema.

Si hay algo que un querido, estimado y entrañable Padre, profesor, asesor y amigo me recordaría por siempre, es que es necesario valorar que la actitud del hombre ante la muerte esté marcada por la manera en que la concibe; por eso no hay mejor despedida en nuestro mundo que aceptar nuestra muerte con optimismo y alegría por el legado que hayamos dejado, tranquilos porque aunque no estuviéramos listos para partir, Dios sí está preparado para recibirnos, tal y como nos lo merecemos.

¡Que en paz descanses, Padre Eloy!

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