La Semana Santa, como es costumbre, ha sido aprovechada por miles de personas para alejarse de sus actividades habituales y disfrutar de los encantos de la naturaleza; mientras otro sector de la colectividad permanecía fiel a la esencia y origen del largo asueto que es la conmemoración de la Muerte de Cristo.
Carreteras y playas han estado atestadas por el desplazamiento o por la presencia de vacacionistas en muchos lugares acogedores de los litorales y las zonas montañosas.
El viajero cabe destacar- ha sido testigo del trabajo de los organismos de prevención y socorro en vigilia permanente junto a las vías o en los lugares donde se situaban visitantes.
Entregados a su fe, muchos ciudadanos rememoraron la Pasión de Jesús, y desde los púlpitos se escucharon, como otras veces, las palabras del Evangelio y el tronar de predicadores contra las injusticias sociales.
Pero en este transcurrir de los días santos se palparon, de manera particular, dos situaciones que han ido muy directamente en contra de la preservación de la seguridad para el viajero y contra el orden y la moderación que deben primar para preservar la vida humana.
-II-
Es necesario referirse de un lado- a la ausencia grave de señales de advertencia y orientación a los conductores que transitan por las carreteras principales y secundarias. Existe un vacío enorme de rótulos y de trazado de líneas que definan carriles o de letreros con avisos bien visibles que informen sobre características peligrosas de la red vial.
El alcohol es la principal causa de accidentes mortales en el país, y las deficiencias en el sistema de señalización podrían muy bien ser considerada la segunda o la tercera.
De otro lado, el esfuerzo por reducir las tragedias de tránsito y los actos de violencia en centros de diversión fue considerablemente neutralizada (¡Oh ironía!) por las propias autoridades.
La injustificada decisión administrativa del secretario de Interior y Policía, doctor Franklin Almeyda, de suspender en Semana Santa el límite-horario al expendio de bebidas alcohólicas podría, a fin de cuenta, arrojar trágicas consecuencias que se palparían en el balance del largo asueto. Además de constituir una penosa concesión al abuso de consumos dañinos en medio de unas fechas de alta significación y solemnidad religiosa.