México. Efe. El magnate mexicano Carlos Slim, el hombre más rico del mundo según la revista ‘Forbes’, vive con un sueldo de unos 300,000 pesos (unos 24,000 dólares) mensuales para gastos personales.
La cifra no es nada desdeñable si se considera que en México, un país con 40 millones de pobres, el salario mínimo es de 4,000 pesos (333 dólares).
Su biógrafo, José Martínez, escritor y periodista ha sido quien ha puesto los ceros al salario del millonario mexicano.
Slim, dice el autor, es enemigo de la ostentación y la extravagancia, utiliza ropa diseñada en la cadena Saks, de su propiedad, y consume lo que venden sus demás cadenas comerciales, como Samborns.
El empresario, calificado como el «Rey Midas», a veces viste, según Martínez, un traje marca Brioni y un reloj Cartier de las versiones más sencillas y paga sus compras con sus cheques personales.
«Es informal, trabaja en mangas de camisa y es la antítesis de los magnates que posan para revistas de la ‘jet set'».
«Slim no lleva joyas ostentosas ni otros objetos de lujo», explica su biógrafo, quien lanzará este mes una edición actualizada con nuevos capítulos de su libro ‘Carlos Slim, retrato inédito’ (Editorial Océano, 2010).
El escritor destaca que Carlos Slim no tiene aviones personales y regularmente utiliza un avión y un helicóptero de Telmex, «y se transporta en un vehículo Mercedes Benz o en una camioneta (4×4) Suburban».
Sobrio, por gusto y disciplina. El biógrafo recuerda que Slim, quien nació en 1940 en una familia de inmigrantes libaneses, tuvo inclinación por los negocios desde pequeño, cuando convirtió el ahorro y la inversión en un estilo de vida. En una ocasión confesó en una entrevista que es una persona «muy sobria», al igual que sus hijos, «por gusto, por convicción, no por disciplina».
El magnate se casó con Soumaya Domit en 1966 y tuvieron seis hijos (Carlos, Marco Antonio, Patricio, Soumaya, Vanessa y Johanna), cinco de los cuales le han dado un total de 18 nietos, tiene inversiones en casi 200 empresas y es dueño de las principales compañías de telefonía en México, Telmex y América Móvil.
La fortuna de Slim, según Forbes, asciende a unos 53,500 millones de dólares, cifra que lo ubica por encima de Bill Gates y Warren Buffett, y representa el 6% del PIB de México, aunque el 25% de la misma lo ha destinado a obras benéficas por medio de sus fundaciones.
La operación determinante. Martínez subraya que en los últimos doce años en las empresas de Slim se ha producido un relevo generacional y ha dejado la dirección y gestión a sus hijos, yernos y sobrinos, y él se ha centrado en sus actividades filantrópicas. El escritor explica que el cambio se debió, entre otros motivos, a que «la experiencia de estar al borde de la muerte lo hizo reconsiderar su propio estilo personalizado y discreto de hacer negocios».
En 1997, Slim sobrevivió a una intervención quirúrgica para cambiarle la aorta en la que una hemorragia le paralizó las funciones vitales en tres ocasiones, e incluso uno de los médicos anunció su fallecimiento.
«Pero no, el ingeniero milagrosamente volvió a la vida y se mantuvo en recuperación durante tres meses y medio», cuenta Martínez, lo cual originó una serie de rumores y gran incertidumbre en los círculos financieros del país, así como una caída del precio de las acciones del Grupo Carso y de Telmex.
72,000 obras de arte. Con frecuencia Slim ha insistido en que «nuestra premisa es y siempre ha sido tener muy presente que nos vamos sin nada, que sólo podemos hacer las cosas en vida y que el empresario es un creador de riqueza que la administra temporalmente», principio incluido en su decálogo.
Entre las pasiones de Slim está su amor por la familia y su afición al béisbol, y disfruta del turismo ecológico, del Mar de Cortés, y del arte. El empresario cuenta con una gran colección de más de 72,000 obras de arte, entre estas una serie de obras del escultor Rodin, que serán exhibidas en un nuevo Museo Soumaya.
Slim ha rechazado que su actividad filantrópica busque mejorar su imagen y ha insistido en que uno de sus principales objetivos es combatir la pobreza no sólo por motivos humanitarios, sino porque las empresas son más rentables cuando se eleva el poder adquisitivo de las personas.