Sobre democracia, igualdades y fantasías

Sobre democracia, igualdades y fantasías

Mucho han variado las ideas y propósitos en torno a los derechos igualitarios que sugiere el término Democracia. Desde el estado político que prevalece en Atenas durante el siglo quinto a.C., cuando se afirma que la ley es la misma para todos (isonomia) y donde es igual la participación en los negocios públicos (isegoria) y también igual su participación en el poder (isocracia).

Pero ¿Han sido alguna vez reales tales igualdades, en Grecia, o luego en la República Romana en la cual nació la representación popular o mucho después, en la Edad Media, con la idea de un contrato, de un convenio, entre los gobernantes y los gobernados? Siempre han sido fantasías.

  El ideal de la época de Pericles, el gran estadista ateniense (c. 495-429 a. C.) consiste en un hombre comprometido con todo lo concerniente a la Ciudad, sea para mandar o para obedecer “pues somos los únicos que consideramos, no pacífico sino inútil, al que en nada participa en ella, la cosa pública” (versión española del texto griego original por Francisco R. Adrados).

Los dominicanos parecemos acoger cabalmente –aún sin conocer la idea de Pericles- esta obligatoriedad a la participación en la política, que no es sino lo que tiene que ver con el manejo del Estado.

Que es harto complejo y sujeto a limitaciones e intríngulis inimaginables.

Yo creo que los dominicanos debemos dedicarnos más a producir bienes, a trabajar ordenadamente, a producir bienes mediante procedimientos limpios e imaginativos, a dirigir nuestras fuertes pasiones a lo que es constructivo para nosotros mismos y para el país, alejándonos de las sombras, fantasmas,  espectros  y cadáveres insepultos de la política, del Poder, cuyo ejercicio Rousseau comparaba con “el gesto de un Arquímedes que echase al agua un gran navío atado con una delgada cuerda y tirase apaciblemente de él”.

Creo que el error de Rousseau sólo estaba en una palabra: “apaciblemente” (paisiblement, doucement), porque mandar y decidir no tienen nada de apacible.

No obstante la repetición de situaciones vergonzantes como las que ocurren en estos días en el Partido Revolucionario Dominicano, donde quien pierde patalea denunciando poseer “pruebas contundentes del fraude” en su contra, a pesar de todo, de que hay gente que no parece evolucionar, que se queda en el mismo sitio, rompiendo la Ley General del Universo que mantiene una continua movilidad, ya sea en avance o en retroceso, no pierdo las esperanzas en que la República Dominicana, con tanto potencial como tiene, logre corregir males fundamentales, y que sus ciudadanos –como los que no lo son- comprendan que el verdadero y duradero progreso viene de la organización y la disciplina mantenida.

La Democracia, después de muchas vueltas y acomodamientos teóricos, cae en una realidad visible: que la “isonomia”, donde la ley es la misma para todos, la “isegoria”  y la “isocracia” donde se iguala la participación en los asuntos públicos y en el poder, son viejas pretensiones de un pequeño grupo de griegos,  sin posibilidades de vida, por razones fundamentales.

Van contra la naturaleza humana. Tratemos de ser mejores y el país avanzará.

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