Mi tío Wilfredo disfrutaba todas las tardes oyendo boogaloo. Lo escuchaba fuera de época. Eran los tiempos en que todos los adolescentes querían tener un afro como el de Wilfrido Vargas, y bailar a ritmo del Jarro pichao. Pero él prefería vacilar las notas de Clap your hands, del Gran combo de Puerto Rico. Le gustaba El pito de Joe Cuba (oye y ese pito). También Micalela y I like it like that de Pete Rodríguez.
Gracias a él, siendo niño tuve mi primer contacto con aquel estilo musical tan contagioso, el cual protagonizó un capítulo importante en la historia de la música latina desarrollada en los Estados Unidos.
Era la música de los jóvenes latinos que vivieron en Nueva York entre 1965 y 1969, especialmente de los nuyorican (nuevayorquinos descendientes de puertorriqueños). Los Beatles, el soul negro y la bosa nova, brillaban dentro de los cambios que el mundo daba en esa década. Entonces había que dar la batalla con una propuesta de raíces caribeñas, pero con una vestimenta Cosmopolitan.
Así nació el boogaloo, que además representaba el dilema de los chicos que en la calle almorzaban pizza y coca cola, y en la casa encontraban yuca; que en la escuela escuchaban hablar de Martin Luther King, o de las melodías de San Cooke, mientras que en su hogar seguían las noticias en torno al Che, y compraban discos de Cortijo; que a sus amigos les externaban un hi, joe, y a su madre un bendición mamá.
Sus orígenes se exprimían en un choque cultural, manifestado en esta forma musical. Cantaban en inglés y español, como lo hicieron nuestros mulatos en tiempos de la colonia, mezclando la lengua africana con el español. Por ahí comienza a crecer el spanglish que hoy es necesario para convivir entre los latinos de Estado Unidos.
La mejor definición, breve y concisa, la encontré en un escrito de Izzy Sanabria, un publicista rumbero, que junto a Jerry Masucci pautó las estrategias mercadológicas que le dieron el éxito al sello discográfico Fania a partir de 1964. Este identificaba al boogaloo como una mezcla de latino con soul, con letras en inglés y tono rítmico caribeño.
El primer antecedente del boogaloo data de 1963, antes de su boom. Me refiero al tema El Watusi, compuesto por Ray Barretto. Este fue el primer disco de 45 rpm de la música latina que vendió más de un millón de copias. Además del nuevo sonido, El Watusi inauguró la exaltación de los personajes de barrio, que años después se escuchara en la salsa. Creo que los temas de corte urbano en las composiciones, contituyen el mayor aporte que el boogaloo le hiciera a la salsa. A partir de su presencia se dejó de escribir a las playas de mi tierra, para cantarles a las esquinas. Las palmeras de Pedro Flores fueron sustituidas por los rascacielos, y el placer de estar en el campo se cambió por la gozadera en la rumba. Esos textos fueron acogidos en el Caribe cuando el éxodo del campo hacia la ciudad se incrementó en esos años en los países latinoamericanos.
El impacto del boogaloo desbordó las fronteras de La gran manzana, colocándose en otras ciudades norteamericanas y hasta cruzando mares. En Puerto Rico, El Gran Combo y a Ricardo Ray que le abrieron los brazos. En nuestro país encontró a Johnny Ventura, que una ocasión se atrevió a unirlo al merengue, en un tema titulado Cibaeño boogaloo. También en Venezuela, Colombia y Panamá tuvo representantes.
Su vida fue corta, pero sabrosa. Mientras tuvo vigencia fue parte de la fiebre juvenil, de la cosa nuestra.