Sobre el dinero chino

Sobre el dinero chino

En la Europa conocida del siglo XII existía la letra de cambio, mediante la cual se podía recibir bienes por firmas, pero fue 90 capítulos después que Marco Polo en su “Libro de las Maravillas”, reseñó su encuentro con el papel moneda, en China.

¿Tendría aquel papel firmado por el Gran Kan la capacidad fiduciaria asentada en el poder absoluto del monarca?

¿O era en la posibilidad de convertirse en oro?

Parte y parte: el que parte y reparte, se lleva la mayor parte: Las mercaderías se entregaban, todas, incluyendo el oro y metales, a lo que llamaremos Hacienda, y ella les daba papel moneda a sus dueños.

Con eso, ellos compraban cosas locales y partían, ganando por supuesto, en bienes.

La corona, banco emisor, compraba sin competencias, imponía precios, y acrecentaba el “tesoro público”, en oro y bienes.

Mucho después, con el mundo desarticulado por una Guerra Mundial, salvo en la sede de la reunión, se acordó una nueva referencia monetaria, el oro nuevamente.

Y un papel para las transacciones, el dólar, con soporte de confianza en la capacidad militar y productiva del emisor, donde entonces y ahora es posible llegar con él y comprar cosas.

Además, se garantizó una onza de oro por cada 33 dólares que usted esgrimiera.

Hasta la primera prueba, cuando, recuperadita Europa, Francia pensó que poseía suficientes reservas en dólares como para hacerlas oro, a lo que don Nixon le sacó el cuerpo, atrapado por una inflación derivada del gasto militar en Vietnan y del primer espasmo de precios petroleros.

Quedó la moneda norteamericana como moneda universal soportada sólo en la capacidad de su economía para entregar cosas a cambio, y los dólares franceses y europeos convertidos en eurodólares, con capacidad limitada de vuelo.

Después, se patentizó el petrodólar, que sólo duele en bolsillos de jeques y naciones donde suelen acumularse por el efecto combustible de los precios de sus petrocosas.

Esa capacidad norteamericana para aislar las presiones de su propia moneda sobre su economía, de mantener a raya los efectos inflacionarios que genera en cualquier parte, menos allá, una emisión incontrolada de papel moneda, gestionó la cronicidad en los faltantes de sus balances fiscales, transformó aquel conglomerado de ahorradores en un conjunto de consumidores voraces y endeudados, tanto como su propio Estado, y la Nación en su conjunto pasó a ser deficitaria en términos de intercambio con el resto del mundo.

Los mecanismos para que esa riqueza secuestrada de la humanidad se redistribuyera en la sociedad norteamericana (con desniveles entendibles) se fueron creando uno tras otro con aceptación de riesgos cada vez mayores: tarjetas de crédito, bonos, acciones y derivados, hipotecas imposibles de repagar, y paquetes de ellas revendidos una y otra vez, y un etc. tan largo como extenso es el aliento de los desequilibrios fiscales y nacionales, tanto como confiado ha sido el resto del mundo en la más grande y militarmente poderosa economía existente.

Hecho el paso de la deuda estatal a nacional vía Bonos del Tesoro, cuando el dólar refleja la debilidad de aquella economía, todo poseedor de esos papeles siente que tiene en caja cuadritos de alcanfor.

Particularmente los chinos, que tras vender baratísima la mano de obra de sus súbditos, han recibido el pago de una parte considerable de ella en volátiles papeles del Tesoro norteamericano.

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