Sobre el Mediterráneo

Sobre el Mediterráneo

MARIEN A. CAPITÁN
ESTEPONA, ESPAÑA.- La mirada del Mediterráneo me sigue. Discreto, sigiloso, como si no quisiera molestar, está ahí, frente al apartamento de la Yaya, recordándome que ha estado presente en muchos momentos de mi vida. Él, con su grandeza, vistió mi espíritu cuando nací hace 31 años. Me regaló, sabiéndolo o no, esa pasión intensa por todo lo que suene a misterio y a nostalgia. Ella, en estos días, ha regresado envuelta en alegrías. Aquellas que, en Barcelona o aquí, me recuerdan los momentos vividos hace tiempo atrás.

Una de las personas que más recuerdo al ver al Mediterráneo es al Yayo, mi abuelo, que se fue hace tres años atrás. Otra, y espero que me perdonen por no mencionarlos a todos, es mi padre.

Papá cumplió años el día de ayer (no diré los años, les dejaré con la curiosidad) y, aunque no estuve físicamente con él, me permito felicitarle a través de estas líneas. Nunca antes lo había hecho y, si me preguntan por qué lo hago ahora, les contaré que el Mediterráneo me ha pedido que le felicite en su nombre. También, ya que estamos, espero que todos los Miguel la hayan pasado bien en el día de su santo (allá no se celebra pero aquí en España sí).

Cumplido con el objetivo principal, les diré que de este lado del mundo estamos conociendo algo nuevo: un Estado laico. Los socialistas, que han llegado con una mochila de novedades (gasto social aumentado, reforma de la ley educativa, entre otras cosas), han decidido que es hora de cortarle los privilegios a la Iglesia. Como supondrá, ya la Iglesia se ha pronunciado y, ante la avalancha, el gobierno se queda tranquilo. El Mediterráneo, sin embargo, pregunta de qué va toda esta historia.

Históricamente la Iglesia ha hecho del mundo lo que ha querido. Por ella, o por la religión y las creencias, se han llevado a cabo las guerras y las crueldades más terribles. Ella es, además, la que tiene más poder y más riquezas en nuestros países. Algo que, por demás, ha logrado a base de conciencias llenas de culpa y de eternos privilegios que se traducen en exención de impuestos e importantes subsidios gubernamentales.

Ahora las cosas se le ponen difíciles a la madre Iglesia. Tendrá que pagar, como las demás instituciones, los tributos que le corresponden. ¿Se imaginan que eso suceda también en Santo Domingo? Al cardenal Nicolás López Rodríguez, nuestro querido arzobispo metropolitano, le daría un infarto.  No creo que soporte, en honor de la verdad, que a alguien se le ocurra plantearlo ante el Congreso Nacional. Pero, ¿sería tan disparatado?

La Iglesia siempre ha hablado de votos de pobreza y celibato. El último, que no viene al caso, lo dejaremos de lado. El primero, que es lo que nos ocupa, no me parece que se cumpla demasiado. Aunque sé que existen curas anónimos que viven como y por los pobres, hay un buen número de prelados que viven mucho mejor que nosotros. Eso, ¿no va en contra de su voto de pobreza? No es por nada, pero hasta el Mediterráneo me lo ha preguntado.

Plantearnos la posibilidad de tener un Estado laico en la República Dominicana me parece una aventura muy interesante. Porque, ¿qué dirán nuestros políticos de tan mala conciencia? Quizás se opongan porque, a falta de una noble existencia, deben suponer que congraciarse con la Iglesia será su única vía para llegar al cielo. Dios sabrá que le ayudé en su obra, se consolarán al pensar que sólo a base de limosnas o de impuestos exonerados podrán librarse del infierno que realmente les corresponde.

Sé que me las estoy jugando todas al decir todo esto. Puede que, frente al Mediterráneo, se me haya soltado un poco más lengua. La libertad, al fin y al cabo, está en el mismo mar. Sobre él, hacia él o cerca de él, me siento tan libre que sólo me resta decirles justo lo que pienso. Un abrazo a todos y nos vemos pronto.

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equipaje21@yahoo.com

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