Sobre el noble magisterio de Manuel Simó

Sobre el noble magisterio de Manuel Simó

Sucede siempre. Reunirme con Arístides Incháustegui significa darle nueva vida a torbellinos de recuerdos hijos del arte.  Esta semana saltaron risueñas memorias de aquellos viajes que realizábamos con la Sinfónica,  que prácticamente abarcaron todo el país bajo la dirección de Manuel Simó. Las anécdotas son innumerables: Arístides cantando arias operáticas en un polvoriento almacén de arroz, un burro que rebuznaba detrás de los contrabajos en el  parque de un pueblito…todo por la buena voluntad con que acogió Simó el proyecto educador.

Manuel Simó, primer compositor académico del país, fue el primer director dominicano de la Orquesta Sinfónica Nacional, luego del español Enrique Casal Chapí, el mexicano Abel Eisenberg y el italiano Roberto Caggiano.

Simó fue designado director de la Sinfónica en agosto de 1959, cuando Caggiano retornaba a Italia a cumplir compromisos con el afamado Conservatorio Santa Cecilia de Roma.

El Maestro Simó, y ha de mencionarse su maestría con mayúsculas porque desde hace algún  tiempo irreverente, se le llama “maestro” a cualquiera que desconoce lo elemental de este arte que cruza –como otros- por un tiempo difícil en el cual predomina el engaño, el efectismo barato y el facilismo desconcertante.

Es tiempo de lo “light”, de lo superficial  que se ha adueñado de todo. Hasta de la decencia y la honestidad.

El Maestro Simó asumió la dirección de la Sinfónica con criterios valientes, contrastantes con la mansedumbre que proyectaba. Nunca cerró puertas a posibles, futuros o eventuales valores musicales.  Así nació nuestro Carlos Piantini –músico de enorme talento- como director sinfónico de proyección internacional, a quien presionó para que se dedicara a la dirección sin limitarse al violín, por igual  a Julio De Windt, a Rafael Villanueva y a mí, que, como los demás, llegué  a ser Director Titular.

Simó  enriqueció enormemente el repertorio tradicional de la Orquesta, empujándola a enfrentar zonas musicales vanguardistas y hasta experimentales. Obras que se escuchan escasamente en grandes capitales culturales fueron presentadas aquí por él, quien además enseñaba las novedosas técnicas de composición a sus alumnos, entre los cuales me llegan primeramente al recuerdo  Aura Marina  Del Rosario,  Margarita Luna,  Rafael Villanueva, Ana Silfa, Dante Cucurullo y otros. Las lecciones de teoría musical que impartía privadamente  y gratuitas en su residencia nos alcanzaron a todos, sin excepción.

Sobre todo está el  “ser humano”.

El Maestro Simó otorgó una nueva dimensión a la alta música dominicana. Propició  amplias clases de dirección orquestal a cargo del magnífico Enrique García Asencio.  Inició la práctica de traer  directores invitados, que dejaron enseñanzas y experiencias de gran valor.

Las apariencias, engañan. No podría, a primera vista, pensarse que un hombre que lucía tan manso como Manuel Simó, pudiera llevar exitosamente a cabo una revolución en la ciencia musical, por encima de las apatías estatales y los descreimientos que aún corroen avances nacionales de primera importancia.

Pero él lo hizo.  Y dejó el testimonio de una valiosa producción realizada en un lenguaje musical valiente,  sabio y moderno sin estridencias   Esto añadido a una  vida de “hombre de bien”. Un personaje inolvidable.

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