Sobre el pensamiento de Anacharsis Cloots

Sobre el pensamiento de Anacharsis Cloots

POR LUIS O. BREA FRANCO
Anacharsis Cloots durante la Revolución Francesa, en la sangrienta etapa del Terror, se erige como profeta del “dios-pueblo”, una divinidad que reverencia en la figura de la Razón. Pero ¿cómo podía un hombre del siglo XVIII pretender que la Razón constituyese una nueva religión, si había sido precisamente ésta la que había combatido y desnudado las religiones reveladas, vigentes en la época?

Esta aparente contradicción comienza a esclarecerse si se recuerda que durante esos años, muchos pensadores vieron en la conmoción revolucionaria la llegada del Apocalipsis.

La idea que predominaba en Cloots era que la presencia del Apocalipsis preparaba para la humanidad una nueva oportunidad de reencontrar la consciencia de la hermandad humana, que permitiría superar la división y el caos desencadenado en la historia, que se reflejaba en el desorden y las convulsiones de los nuevos tiempos.

El revolucionario francés consideraba que una toma de consciencia sobre la profunda subversión de valores y la negatividad  de las formas de vida vigentes permitirían a la humanidad reencontrar su auténtico destino.

Esta visión introduce una nueva concepción de lo sagrado, que era totalmente novedosa y revolucionaria en esa época, y adelantaba, por muchos años, lo esencial de la antropología del pensador alemán, Ludwig Feuerbach, quien la desarrollaría después de la muerte de Hegel. Cloots piensa lo sagrado como una cualidad humana que volverá a dominar en el mundo cuando la humanidad descubra las raíces sagradas de su esencia.

El llamado de Cloots como profeta trata de despertar entre sus contemporáneos, la tesis de que hay que reconducir al hombre, esclavo de las instituciones y de la historia, a redescubrir su dignidad y, sobre todo, a comprender que las cualidades atribuidas a la divinidad encuentran su fuente inagotable en el despliegue de la esencia humana.

Revelar que la Revolución era el momento del Apocalipsis histórico, constituye el momento profético en que el ser humano recibe el llamado a despertar a la comprensión de que su esencia había sido menoscabada en el curso de la historia.

Desde esa toma de consciencia, que permitiría vislumbrar la posibilidad de realizar en la Tierra el reino de la dignidad humana, lo divino en el hombre se reencontraría consigo mismo y facilitaría el nacimiento, en la historia, del hombre-dios armonizado consigo mismo.

Kant, también, desde Koenisberg, en Alemania del Este, elaboró ideas semejantes en un proyecto de paz perpetua, donde planteaba la cuestión de las condiciones necesarias que posibilitarían llegar a realizar semejante ordenamiento, y concluía que para esto sería necesario definir la existencia de una ley universalmente válida. Kant habla de instaurar un imperativo categórico que permitiera postular, desde la vigencia de ese principio, el surgimiento de un nuevo orden moral.

El filósofo de Koenisberg vislumbra que la ley universalmente válida no podía ser otra que el compromiso de respetar, por parte de cada uno y de todos en el conjunto, la consciencia de “mi” particular voluntad de libertad -algo que sería válido para cada ser humano concreto. Este razonamiento, se ha utilizado en nuestro tiempo para postular la universalidad de la concepción de los Derechos Humanos propuestos por las Naciones Unidas como el principio universalmente válido para todo ser humano.

Cloots, en este aspecto asume una posición totalmente original al hacer del choque de las pasiones y del egoísmo, la base de una constitución universal. En efecto, afirmaba que sin el interés del individuo no puede surgir el interés público: “detén la emulación individual y se detendrá el universo”. Anacharsis Cloots, consideraba que desde la aplicación de este principio sería posible erigir una nueva «Jerusalén», que constituiría como la nueva ciudad universal, cuya localización geográfica coincidiría con la de París. En esto, Cloots se colocaba en completa oposición a Robespierre, quien pretendía someter el interés individual al interés público.

Se comprende, entonces, porque, en 1793, en el marco de una apología de la “Razón”, la “Verdad” y la “Naturaleza”, pudiera proclamar que: «El pueblo soberano es fundamentalmente razonable; por esto no es partidario ni de la astrología, ni la teología. No se deja engañar por malabaristas, engatusadores, bromistas o por envenenadores y maníacos. El pueblo no permite que les escamoten sus mujeres o que pretendidos infantes reales requieran un salario que sólo es debido a los obreros y artesanos útiles y honrados. Constataremos que al final de cuentas la realeza celeste será vencida por la Razón victoriosa. La República de los Derechos del Hombre, hablando con propiedad, no es ni deísta ni atea; es nihilista”.

En 1794, en pleno episodio del Terror, Anacharsis Cloots fue guillotinado. Pudo así constatar en carne propia, que había extremos ideológicos que Robespierre no estaba dispuesto a consentir.

Cloots fue un revolucionario extraño, alguien fuera de serie. Por esto fue un hombre incomprendido en su tiempo, al concebir la Revolución desde el horizonte de una humanidad transformada ella misma en el único elemento con sentido propio y, por lo tanto, como el último refugio de lo divino en el mundo. Con esto, Anacharsis se sitúa no sólo como el padre del término “nihilismo”, sino, igualmente, como el progenitor del nihilismo que interpreta lo humano desde el triunfo del más descabellado racionalismo; que sitúa la racionalidad en lo humano y, a su vez, lo concibe como el último reducto de lo divino en el universo.

Desde este punto de vista, el ser humano no debe reconocer ninguna otra ley fuera de sí mismo. Empero, esta visión conduce, de manera directa, a un modo de interpretar la realidad que consolidaría en el siglo XIX, y que se desvanece, a golpe de genocidios históricos, a finales del siglo XX.

Tomando en cuenta sus ideas, podemos comprender las consecuencias tremendamente negativas, puramente nihilistas, que produce colocar el centro del ser en la esencia humana, considerándola como el eje sagrado del universo a través de una fundamentación en ella, de una racionalidad que pretender levantarse y presentarse, como firme y objetiva.

Desde el momento que se niega la posibilidad de enmarcar en un sentido trascendente la comprensión de la realidad; cuando para el ser humano pierde sentido concebir valores objetivos con los cuales pudiera reinterpretarse y guiarse en la comprensión de su existencia y del universo; cuando se extravía todo sentido directivo exterior a lo humano, que nos permita descifrarnos en el interior del cosmos; entonces, como reacción, el ser humano comienza a concentrar sus energías en escarbar y socavar, en búsqueda de fundamentos indudables, las bases de la propia subjetividad, que es la instancia que le sirve de sustentación para la construcción apodíctica de las estructuras de la racionalidad.

El proceso de disolución del yo, a través de un acelerado camino que conduce a la disolución de todo sujeto, que es la situación histórica que se cumple en los siglos XIX y XX, hace aparecer, entonces, los primeros rebeldes del tipo de Bazárov y de Iván Karamásov, quienes sacan las consecuencia del derrumbamiento histórico que se produce en la época, al sentenciar, con criterio absoluto, que: “Si dios no existe, entonces todo está permitido”.

lobrea@mac.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas