El relevo y la renovación son elementos inevitables en cualquier espacio que conforman la sociedad, desde la familia, las empresas, la religión, los medios de comunicación y por supuesto, la política.
En lo que se refiere a la política, hay una presión por lo nuevo más que en la clase empresarial, cuyas figuras más destacadas acumulan décadas influyendo en los destinos de nuestro país de manera activa, generando más admiración que rechazo, y no necesariamente porque en todos los casos se la merezcan, si no, porque conservan los mecanismos de mantenerse en un estado de prudencia mediática.
Pero creo que hay un concepto errado de lo que es el relevo, la renovación y la condición “generacional”, y en esto es muy importante reflexionar, porque debemos de ser analíticos sobre quienes surgen, de dónde vienen, cómo piensan, a quienes benefician, cuáles son sus valores, por qué a algunos el camino se les hace tan fácil, quienes le ponen las condiciones para su rápido y creciente éxito, y hacia donde nos pueden llevar.
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El primer punto en el cual debemos reflexionar es en la edad. Ni la renovación, ni el relevo es necesariamente directamente proporcional a ese factor, porque la política es una carrera a largo plazo y cualquier persona puede durar muchos años intentando escalar en una posición dentro de su partido o en el Estado, y no contar con ciertas oportunidades o hasta “privilegios” que han tenido otras, cuyas circunstancias y hasta coyunturas fortuitas, le pueden beneficiar o perjudicar en algún momento. Sin quitarle méritos a quienes hacen esfuerzos visibles y extraordinarios para ocupar plazas electivas y técnicas a pesar de su corta edad.
Ahora bien, volvamos a lo generacional, la juventud es un factor biológicamente importante, y es bueno que entren jóvenes a la política, por todo lo que sus cuerpos y mentes pueden generarle y aportarle al país. El problema es cuando se quiere poner esa condición como determinante para trabajar en camadas como si se tratara del juego de la silla caliente, generando un entorno de injusticia y atropellos innecesarios.
¿Es cierto que sólo por ser joven se crea más empatía y liderazgo con tus pares? Pues no necesariamente. Al final de cuentas, al igual que pasa en nuestras casas y en nuestras juntas familiares, somos grupos intergeneracionales, donde quien goza de juventud tiene mucha energía, nuevas ideas y probablemente creatividad suficiente para asumir nuevos retos, pero quienes ya van avanzados en su adultez tienen mucha experiencia, más capacidad en la solución de conflictos, y hasta pueden también, ser parte de un relevo porque no habían tenido la oportunidad de participar en puestos de alta dirección.
Así de compleja es la vida en sociedad; puede mezclarse gente joven que representan ideas poco evolucionadas, extremistas, e incluso, hasta se convierten en más de aquello que supuestamente intentamos superar como sociedad en desarrollo, y gente mayor, que realmente se consideran avanzadas para su época, quienes tienen la capacidad de generar cambios tangibles, importantes, favorables y gratificantes para la ciudadanía, y vice-versa.
Hay gente joven formadas a imagen y semejanza de aquella arbitrariedad o estupidez de la que quisiéramos librarnos, y gente mayor que tiene una trayectoria de rebeldía ante el abuso y con deseos de concretizar sueños que se quedaron en el olvido, pero que sí ayudarían a resolver necesidades básicas de a población.
También, siendo justos, un problema que llega hasta generar ansiedad y molestia entre las nuevas generaciones, es que hay personas quienes se han hecho mayores y apegadas a su condición de poder, sin importarle las consecuencias, incluso en contra de sí mismas.
Lo ideal sería que contemos con los mecanismos y criterios que mantengan a los partidos siempre en constante regeneración, lo más apegados posible a la línea política partidaria que los fundó y que resulta la pieza principal del objetivo de formar parte de una organización política. Que el desapego sea la regla y que la inseguridad no nuble el sentido de continuidad basado en una formación adecuada a las nuevas generaciones.
Lo mismo aplica a otros espacios fuera de la política. Y claro está, no podemos generalizar. No soy partidaria de tratar a las personas como desechos, como tampoco, de negar méritos a quien los tiene, sin importar su edad. Aunque también creo que solemos sobrevalorar algunas condiciones en las personas y sub-valorar otras, a veces de manera injusta.
Es todo un reto conseguir ser sensatos/as ante tanto bombardeo y emociones encontradas.