Sobre la edad; con dedicatoria a nuestros legisladores

Sobre la edad; con dedicatoria a nuestros legisladores

            La edad provecta del ser humano es aquella que se inicia con los principios de la vejez; es decir, en la que se alcanza plena madurez.  En términos mortales, se podría afirmar que ronda entre los años 70 y los 80. 

Sin embargo, la cuestión de edad es totalmente relativa y depende de la vitalidad  y constitución física de una persona dada y sobre todo de su estado mental.

 Hay personas calificadas de envejecidas que están más lúcidas que otras con una cantidad apreciable menor de años y sin embargo, en nuestro país, los señores legisladores limitaron a 75 años la edad para poder ser juez del Tribunal Constitucional, no obstante  haberse demostrado con hechos fehacientes que esa edad no era una limitante para que magistrados con una experiencia jurídica a toda prueba y con  capacidad intelectual por encima de los aspirantes, no pudiesen integrar dicho Tribunal por sobrepasar la fecha límite de edad establecida por las cámaras.

   En la Iglesia Católica, el Derecho Canónico señala que los prelados que ejercen cargos jerárquicos deben renunciar a los 75 años.  Sin embargo, toda regla tiene su excepción y en el caso de nuestro arzobispo de Santo Domingo, Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez, el Papa, su Santidad Benedicto XVI, no le aceptó su renuncia y le pidió personalmente que se quedara unos cuantos años más al frente de la Arquidiócesis Primada de América, debido al buen estado de salud que gozaba.

   Esto demuestra que si la Iglesia Católica, una institución de más de dos mil años, con una organización mayor que cualquier Estado y una feligresía que llega a los mil millones, por intermedio de su máxima autoridad, permite la continuación después de la edad límite debido al buen estado de salud del dimitente, nuestros legisladores debieron, antes de tomar la decisión drástica de limitar hasta 75 años el ejercicio del cargo de magistrado, evaluar los que habían llegado a esa edad y permitir que la experiencia acumulada en tantos años de ejercicio sirviera de ejemplo y guía a los nuevos magistrados.

   Ahora bien, ¿qué podemos esperar de legisladores como el desaforado presidente de la Cámara de Diputados, que con un «mallete» en la mano golpeaba y vociferaba para que sus «colegas» aprobaran de manera inconstitucional el Presupuesto de la Nación? Llegó hasta desgañitarse: ¡Voten, honorables voten! y ahí mismo  daba golpes continuos  al madero a diestra y siniestra, arribando hasta el paroxismo  de llamar por sus nombres a los diputados que lo ignoraban.  Y nos preguntamos ¿Representará este iracundo personaje a sus electores?  ¿Acaso no aquilató que por seguir a pies juntillas las «instrucciones» de los líderes de su partido, comprometió su futuro como legislador emergente? 

   Nuestra  opinión.  Señores Legisladores, exhortamos y alentamos  a los que  tienen fuero e ideas propias, para recordarles que todavía pueden enmendar este entuerto y reconsiderar la decisión de enviar al ostracismo  a enjundiosos y prominentes juristas que todavía pueden rendir un gran servicio a la justicia y por ende a la Patria.

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