Sobre la ley y bajo las miserias

Sobre la ley y bajo las miserias

Nunca habrá explicación suficientemente convincente que ofrecer para justificar que los policías y militares puedan moverse por carreteras y ciudades en motociclos (como dice la ley de tránsito) sin placa, sin casco, sin luz y probablemente sin los documentos reglamentarios para el uso de un vehículo de motor.

Jamás podrá entenderse por qué razón la gente (o los agentes) que deben hacer obedecer la ley no prediquen su respeto con ejemplos, con hechos, es decir, obedeciendo la ley. Muy por el contrario, los “agentes del orden público” parecen regodearse con las “facilidades” que el poder les confiere. Un poder por encima de la ley, pero bajo todas las miserias humanas.

Estar sobre la ley es estar fuera de ella, pero además sin que ésta pueda alcanzarle. Lo contrario y correcto sería estar bajo la ley.

En el caso de los agentes, éstos, en lugar de colocarse bajo la ley, se colocan bajo las miserias, las miserias humanas. ¿Y qué son las miserias humanas? La mezquindad, el egoísmo, el abuso de poder, la utilización sucia del poder, la avaricia, la ira, la envidia, el manejo doloso de la propiedad pública, exhibir abuso sobre el derecho, ridiculizar la ley, magnificar un poco de poder frente a la pobreza de ánimo, exhibir los símbolos de poder (uniforme, rangos, armas, macanas, placas, medallas, barras, ramos, etc.).

Colocarse bajo las miserias ha llevado a muchos agentes a matar gente que, a veces se resiste a creer que tal colocación sobre la ley sea posible, o a veces no observa a tiempo los símbolos de poder que exigen “rodilla a tierra”, o que claman a los cuatro vientos la “superioridad” de quienes los portan.

¿A cuanta gente no enamoraron aquellas palabras de “liberados del temor y de la miseria, disfruten de la libertad de palabra y de la libertad de creencias”? Y ha sido tanta la afrenta exhibida por policías y militares a estos pasajes de introducción de la Declaración de los Derechos Humanos que para buena parte de los dominicanos perdieron su significado, o simplemente sus ecos se desintegraron violentamente atomizados por las ondas de una ruidosa motocicleta cabalgada por un amasijo de símbolos bajo todas las miserias.

A la entrada de San Francisco

Me contaron de alguien que tiene la idea de colocar a la entrada de San Francisco de Macorís, en la carretera que viene desde Santo Domingo, Santiago, La Vega, Bonao y otras ciudades, un panel, o un juego de paneles, con las fotos y nombres de los legisladores de San Francisco que votaron a favor del desmantelamiento de las áreas protegidas, de manera que al encontrarse cualquier ciudadano con ellos en los restaurantes o a la salida de los moteles puedan ser identificados y hasta apuntados con el índice.

Otro ciudadano en Santiago de los Caballeros se enteró de la idea y quiere superarla. Piensa esta persona que pudieran colocar a la entrada de Santiago una exhibición de figuras de tamaño natural de los legisladores de la Ciudad Corazón que respaldaron el proyecto de marras. Incluso piensa que las fotos deben ser iluminadas para que hasta por las noches se puedan apreciar sus caras, y que incluso la gente pueda detenerse, caminar entre ellos, escrutarlos, hablarles y descargar en sus figuras (pero sin tocarlas) el rechazo a su ignominia.

Pero si ustedes creen que esa idea no puede ser superada, oigan lo que piensa otro ciudadano muy creativo -publicista, por más señas- oriundo y habitante de Barahona. Esta persona cree que sería buena idea y creación colocar en torno al arco que marca la entrada a esa ciudad las figuras en tamaño algo más grandes que el tamaño natural, y colocarle alguna de las frases del discurso con que apologizaron la propuesta de modificación del proyecto de ley de áreas protegidas.

Y en medio de tantas ideas ya un par de organizadoras de campamentos de verano piensa imprimir globos con la cara de los legisladores que intentan desmantelar las áreas protegidas para organizar concursos entre los niños reventando los globos con dardos.

La verdad es que la rabia ha ido creciendo y con ella la creatividad.

Carretera al reencuentro

La carretera que va a Yamasá se convierte los días de San Antonio (13 de junio) en una vía hacia el reencuentro con lo que somos, con lo que más íntimamente somos. Y hasta existencialmente simbólico se torna el asunto si tomamos en cuenta los obstáculos que debemos sortear para llegar hasta reencontrarnos con nosotros mismos.

Primero lo primero. En la propiedad de los Hermanos Guillén, en Yamasá, (conocidos allá como los “Guillenes”), es donde se monta el reencuentro. Los Guillén, artesanos que han revalorado la artesanía indígena ceramista como nadie lo ha hecho aquí, han logrado hacer de su pequeño feudo familiar un centro cultural que ya se conoce en todo el país, y que recibe miles de personas que a lo largo de todo un día se presentan a reencontrarse con dos vertientes de la formativa cultural dominicana: lo indígena y lo negro.

Y ya en el centro de la vorágine de tambores y de voces escaladas de lo susurrante a lo estentóreo, se desgarra la cubierta y se libera el ser que realmente somos para sumarse a esta fiesta de la sinceridad con el entorno y nuestro pasado de tierra, madera y cuero.

Segundo lo segundo. Mucha gente debe haber notado que para llegar hasta el sincretismo Guillén de la fiesta de San Antonio en Yamasá, tiene que irse despojando de elementos que nos arropan y encadenan: dejar la casa con recados, mensajes que no deben perderse, poner candados y seguros, asegurarse de asegurarse. Mirar por cubrir los gastos: de quienes se quedan en la casa (si no se va a cerrar), del transporte hasta Yamasá, de la comida y la bebida; de la escogencia de la ropa; de la carga de equipos; despojarse de los horarios… y al llegar a Yamasá, acercándose a los Guillén, sortear el maremagnun de gente y vehículos para luego ocupar un “estacionamiento” del que nos llevamos la llave del vehículo y la preocupación de si lo encontraremos ileso al regresar… hasta entrar, finalmente, y olvidarse del resto.

Tercero lo tercero. Deberían ser dos celebraciones al año.

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