Sobre la soberanía

Sobre la soberanía

La soberanía reside en el corazón de los pueblos: Son los pueblos los que construyen naciones y organizan Estados. La nacionalidad es el vínculo jurídico que une a la persona con el Estado. Contribuye a la definición de las nacionalidades tener en común un territorio, una lengua, una religión, una raza, una moneda. Pero lo que unifica a los nacionales son sus ideas sobre sí mismos. En consecuencia, a los nacionales de un Estado pertenecen los derechos de unión y gobernanza.

I.

Las revoluciones dominicanas fueron luchas por la libertad de auto-gestión de la cosa pública. Aspiraban a que los tributos rendidos se reflejaran en las actividades que las producían, que las leyes reflejaran las necesidades de los habitantes en sus lugares de domicilio. Y así se hizo, en 1821 y en 1844.

En contraposición, la revolución haitiana buscaba librarse de los amos franceses para adueñarse de las tierras cañeras y los ingenios. La consecuencia natural de esto fue la fragmentación de las propiedades. Este elemento es crucial para entender la lógica y el devenir de ese pueblo. El minifundio conllevó a una economía de subsistencia y a la ausencia de las economías de escala y de especialización en el trabajo que permite la coordinación de los recursos en grandes empresas.

Todos eran iguales…y la tierra se depredó.

Convencidos de que las propiedades privadas agrícolas eran la única fuente de riqueza, y sometidos a presiones por el aumento de la población, los haitianos buscaron expandir su base territorial, antes y ahora. República Dominicana nunca tuvo planes expansionistas, concentrándose más bien en el desarrollo de la ganadería, la industria, el comercio y las relaciones internacionales que le acompañan.

II.

Haití no tiene tradición democrática. Lleva tres emperadores y nueve presidentes vitalicios, iniciando el ejercicio democrático en 1986. República Dominicana tuvo dos dictadores en 170 años. Su creación descansa sobre ideales democráticos y esta ha sido la norma, por más imperfecta que sea. ¿Podría sobrevivir la democracia más estable de Latinoamérica si se promedia con 210 años de despotismo?

Durante el periodo en que la isla estuvo unificada bajo dominio haitiano sus leyes establecían diferencias entre ellos y los residentes de la parte oriental de la Isla. Prohibía la actividad comercial y, por disposiciones racistas, efectivamente, la propiedad de tierras por los dominicanos. Nunca fue un gobierno de unidad.

III.

Se estima que tenemos una población inmigrante ilegal que representa un 15-20% de la población total. ¿Cómo asimilar tantas necesidades? ¿Promediando la pobreza? Las donaciones no alcanzarán para cubrir los costos económicos y sociales de una iniciativa de esa envergadura. Conviene establecer y atenerse a límites razonables antes de que un desbordamiento conlleve a situaciones inmanejables.

En muchos sentidos, la verdadera ‘haitianización’ de la Republica Dominicana es la desinstitucionalización que estamos viviendo. No puede haber soberanía donde no hay instituciones. Las instituciones son la mano que firma de parte de un pueblo que respeta ciertos ideales y procedimientos. Es en la desinstitucionalización como más nos acercamos a la situación caótica y despótica de Haití.

IV.

Téngase en cuenta que todo amante de la libertad es un amante de la soberanía. Ningún país ha luchado más por el establecimiento de verdades sobre las libertades civiles de sus ciudadanos que Estados Unidos, país de acogida para muchos y con la cual comparto, como muchos otros, sus ideales fundantes.

Sorprenden, pues, las alegaciones de que junto con Francia -los autores de la declaración de Derechos del Hombre- y Canadá -un país tan amante de la tranquilidad- se planifica una supuesta unificación de dos pueblos con esencias históricas tan diferentes, distintas características, costumbres, tradiciones, y, más que nada, en distintos niveles de madurez institucional.

Es imperativo señalar que la última vez que la comunidad internacional orquestó la unificación de grupos diferenciados bajo nuevas banderas nos legaron, tal vez con buenas intenciones, a Israel y Palestina; a Siria, a Irak y a Libia; a Yugoslavia; ejemplos vivos de cómo no es posible pintar por dentro los pechos de la gente. Incluso el experimento de la Unión Europea se ha topado con el muro de las idiosincrasias culturales, no habiendo sido posible coordinar la visión de políticas publicas de pueblos con distintas lógicas sociales y tradiciones de gobernanza, además de distintos niveles de evolución institucional.

Y que es la soberanía, si no el derecho a la libre decisión?

El verdadero republicanismo, dice Lafayette.

V.

Otra cosa es la convivencia alrededor de una frontera en común. La soberanía dominicana de ninguna manera implica que no pueden vivir y trabajar en el país personas haitianas o de otras nacionalidades. Nosotros también somos un país de emigrantes. Países con destacada soberanía como los mencionados no solo tienen políticas de inmigración, algunos la promueven, algunos la han condicionado o desincentivado, todo en apego a sus leyes y tomando en consideración sus necesidades y capacidades de absorción.

Nuestra realidad es que los dominicanos y haitianos compartimos recursos naturales simbióticos como las aguas. Tenemos que trabajar en conjunto. Pero con reglas claras que permitan llevar a cabo la construcción común del destino de dos sociedades soberanas cuya identidades deben ser respetadas.

Aparte de visiones distintas sobre la tenencia y uso de la tierra, de tradiciones políticas y de gobernanza radicalmente distintas, los peligros de saturación y sobrecarga de las facilidades públicas y la desinstitucionalización resultante; la principal razón por la cual Haití y República Dominicana no podrían fusionarse como Estado es porque los haitianos no se sienten dominicanos, los dominicanos no se sienten haitianos y ninguno se siente ‘Quisqueyano’. (Por cierto, Ayti es una palabra Taína referente a la parte montañosa occidental de la isla).

No representaría un aporte imponer una solución que desestime todas las condiciones de base que pudieran augurar el éxito de un Estado. Si la comunidad internacional desea ayudar, deberá respetar el estadio de desarrollo de Haití y la voluntad democrática de República Dominicana. Haití debe promover su propia institucionalidad. Los dominicanos, por nuestra parte, debemos respetar nuestras instituciones, nuestra identidad y hacer valer nuestra soberanía. Entregarla sería tener un corazón de papel.

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