Sobre la Victoria de David

Sobre la Victoria de David

POR  CLAUDIA  HERNÁNDEZ DE ALBA
Salmo 139:23
“Examíname, ¡oh Dios!, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos, y ve si hay en mi camino de perversidad. Y guíame en el camino eterno.

Como creyentes deberíamos preguntarnos a menudo: ¿Cuál es mi experiencia frente a las tentaciones? ¿Salgo victorioso o caigo derrotado?.  Consideramos, a modo de ejemplo, la notable experiencia de David, según se relata en el capítulo 17 del primer libro Samuel, donde leemos como obtuvo tres victorias.

Aquel formidable guerrero se presenta allí cada día retando a los israelitas a enviar un hombre capaz de mantener un duelo con él, profiriendo:

“Hoy yo he desafiado al campamento de Israel; dame un hombre que pelee conmigo”.  Ningún israelita se atreve a aceptar el desafió. Pero cuando llega David al campo de batalla, y escucha las mofas y blasfemias del gigante impío, decide entrar en acción. Aunque todo parece suceder de modo casual, advertimos como Dios guía los pasos del joven pastor, que llega precisamente en el momento más crítico.

Enviado por su padre, David visita a sus tres hermanos en el campamento para llevarles algunos víveres y traer noticias.  En el camino de la obediencia y del deber filial, se encuentra con la mayor oportunidad de su vida. Tengamos esto presente, pues a menudo sucede que hay un solo paso entre el trabajo común y la hazaña portentosa. De pescar peces a pescar hombres. (Mateo 4:18-19), de estar en la cocina preparando una pequeña torta con el último puñado de harina, a experimentar la maravillosa provisión de Dios. (1 Reyes 17:10-16). Y pronto vemos que la humilde canasta de comida de David es trocada por la cabeza del enemigo vencido.  Si bien a David se le recuerda particularmente por este notable acto de valentía, no deberíamos pasar por alto las otras dos victorias que obtuvo aquel día, no tan notorias a los ojos de los demás, pero menos importante. Se suele afirmar que los tres enemigos del cristiano son la carne, el mundo y el diablo, y podemos determinar que, en figura, David en esta ocasión es vencedor de cada uno de ellos. Primero lo ataca la carne, cuando el hermano mayor se enoja con él, (vs.28) y lo acusa con dureza, ira y desprecio. Pretende descubrir que en David hay “soberbia y malicia de corazón”, y descarga sobre él su despecho y envidia. No sabemos cuánto le habrá costado a David contenerse ante semejante acusación, pero vemos que en vez de encolerizarse con Eliab, solamente le responde unas cuantas palabras, y sin perder más tiempo se aparta del hermano pendenciero. ¡Que hermosa victoria!. Por más que el instinto de pagar mal por mal, de devolver una injuria por otra es muy fuerte en todos nosotros, podemos como David, vencer la carne mediante la gracia que Dios da para refrenar la palabra ligera y reprimir el espíritu alborotado por agravios o injusticias. Tales victorias no llaman la atención ni reciben elogios, pues se ganan en lo secreto, pero ejercen una disciplina espiritual de inmenso valor.

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