Sobre las alianzas

Sobre las alianzas

RAFAEL TORIBIO
En poco tiempo la atención política ha pasado desde la elección de las autoridades internas, en búsqueda de la renovación del liderazgo y la profundización de la democracia interna, y la escogencia de candidatos para los cargos en disputa en las elecciones congresionales y municipales de mayo próximo, al tema de las alianzas. Lo que vimos primero fue la euforia por la conquista de la diferencia que posibilitara la victoria y la disponibilidad, sin guardar las apariencias, de recibir las mejores ofertas de cualquiera de los interesados. Luego vinieron las dificultades para concretizarlas, y la posibilidad de una nueva alianza, que surgió con la oposición de quienes ya se consideraban aliados.

Conviene recordar que las alianzas entre fuerzas políticas diferentes son normales en el quehacer político, que han sido ampliamente practicadas en la historia política nuestra, y que ya se consideran parte de la tradición. Es más, en los últimos años han sido determinantes para triunfos y derrotas en la búsqueda de llegar al Palacio Nacional, y siempre han ocurrido entre partidos emergentes alrededor de un mayoritario. Algunas veces se han producido también entre los mayoritarios. Por eso no pueden ser satanizadas. Por otro lado, el establecimiento de la mayoría absoluta para ganar en las elecciones presidenciales es un incentivo a que se produzcan alianzas, sobre todo en la segunda vuelta electoral.

Frente a las elecciones congresionales y municipales, los partidos mayoritarios han considerado las alianzas como necesarias, tanto para mantener como para ampliar la cuota de poder en el Congreso y en los Ayuntamientos y así lograr, al mismo tiempo, un mejor posicionamiento para las Presidenciales del 2008. Para la oposición, como para el gobierno, las elecciones de mayo son importantes en sí mismas por cuanto pueden modificar la correlación de fuerzas en estos dos ámbitos, pero especialmente porque sus resultados pueden ser determinantes para lo que pueda pasar en las que se elegirá el Presidente de la República dentro de dos años.

Entendidas como normales en la lucha por el poder, y consideradas por los partidos como necesarias para las próximas elecciones, parece conveniente, no obstante, formularse la pregunta de ¿alianzas cuándo y para qué? La contestación a esta interrogante pudiera permitirnos conocer el momento en que debieran producirse, los objetivos que debieran perseguirse, y los que realmente se persiguen.

Antes de las elecciones, sean éstas congresionales, municipales o presidenciales, las alianzas pueden tener como objetivo ganar o gobernar. Previas a las elecciones, en las congresionales y municipales, lo normal es que sean para repartirse los cargos electivos. En este tipo de elecciones la consideración de un acuerdo para una agenda congresional o municipal compartida, cuando aparece, es más un recurso de propaganda que base de la alianza. Sin embargo, en las presidenciales es más probable que las alianzas sean para gobernar sobre la base de un programa compartido. Así pues, antes de las elecciones las alianzas son, normalmente, para ganar y repartirse los cargos electivos. Después de las elecciones, se entiende que se realizan para gobernar.

En el actual proceso de alianzas, que se realiza previo a elecciones congresionales y municipales, la referencia a lo programático, para gobernar, sólo ha estado presente en el discurso. Primero se vendió la idea de que una de las alianzas debía tener como base un «proyecto de Nación compartido», lo que es poco probable que se logre antes de unas elecciones congresionales y municipales, por la naturaleza de las mismas. Luego, como reacción a una alianza que se daba por concluida, otros posibles aliados reivindicaron una perspectiva ideológica al proclamar la constitución de un frente «progresista» para oponerse al atraso y retroceso que representaba la otra alianza. Al final, pese a los esfuerzos y declaraciones, las alianzas no han concluido y parece que lo programático se ha olvidado y lo que está primando es la lucha por la «repartidera», hasta el punto de que en la «rosada» la está siendo peligrar y ya impidió que la progresista pudiera realizarse.

Los partidos mayoritarios han determinado que para las próximas elecciones las alianzas les son beneficiosas y por eso las buscan con tanto afán. Pero lo son también para la mayoría de los emergentes porque ha sido el mecanismo favorito para la supervivencia y la negociación. No obstante, habría que preguntarse si estas alianzas previas a las elecciones, en este caso las congresionales y las municipales, son beneficiosas también para el país. La dificultad en que se encuentran las alianzas, a causa de diferencias en la distribución de los cargos electivos, «repartidera» en el lenguaje popular, o la imposibilidad de acordarlas por estas mismas razones, pudiera permitir que se reconsidere la oportunidad de que se concreten antes o después de las elecciones.

Quizás lo que le convenga al país, y posiblemente también a los propios partidos mayoritarios, sea ir separados a las elecciones y, solo después de haber medido electoralmente las fuerzas de cada uno, buscar una concertación, que será necesariamente ya para gobernar, sobre la base de una agenda compartida a desarrollar en el Congreso y en los Ayuntamientos. Esperemos que así sea.

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