Sobre las encuestas

Sobre las encuestas

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
Si los medios de comunicación social hicieran caso a las declaraciones, pareceres, juicios y opiniones que se hacen alrededor de las encuestas de opinión pública que auspician y divulgan, probablemente ya hubieran dejado de financiarlas y de publicarlas. Por suerte, han asumido una actitud responsable y han dejado, en cada caso, que sea el tiempo el que hable.Por suerte o mala suerte nos ha tocado participar en esta tarea desde 1985. Entonces y ahora la historia es la misma. Pareciera como si el tiempo no nos ayudara a comprender este recurso o método de investigación, como si los hechos y sus circunstancias no nos dejaran lecciones y nos orientaran.

Aquí debemos apuntar que las encuestas constituyen procedimientos que, como toda obra humana, son perfectibles. Su historia exhibe momentos de gloria, de grandes aciertos, y momentos de oscuridad, de grandes errores. Pero sociólogos y otros analistas sociales –antropólogos culturales y politólogos, por ejemplo– han hecho y hacen grandes esfuerzos para comprender los alcances y límites de este tipo de investigación, con el propósito de superar las fallas técnicas que puedan detectarse y también las fallas humanas.

Como todo método de investigación, las encuestas  responden a lo que muy bien puede llamarse un protocolo. Este protocolo está constituido por lo que en pelota denominamos los fundamentos del béisbol y en periodismo los fundamentos del periodismo. Cuando hay errores o sospechamos que unos resultados son equivocados, lo primero que debemos hacer es determinar si una encuesta determinada cumplió, en su diseño, elaboración y análisis, con las normas básicas protocolares.

 Por supuesto, para los críticos de las encuestas hacer este tipo de examen, el único verdaderamente válido, tienen que saber aunque sea el ABC de este importante procedimiento de investigación y de conocimiento de las opiniones de los entrevistados. Pero como  en nuestro país nos gusta coger los mangos bajitos, entonces hacemos lo más elemental y los más irracional, que es poner nuestros caprichos, observaciones y deseos por encima de las mediciones hechas en atención a un conjunto de parámetros y variables cuantificables.

    Pero esos críticos no se detienen ahí. Su deporte favorito consiste en atribuir segundas y terceras intenciones, casi siempre políticas, a quienes financian la encuesta, es decir, a los medios de prensa y a sus propietarios. Algunos también incluyen en esta modalidad de crítica a los dueños o directivos de las firmas que realizan el sondeo.

  Estos críticos hablan con tanta firmeza, con tanta seguridad y con tanta convicción que pareciera que son propietarios de una fuente particular de conocimientos que les revela las «informaciones» que manejan y que vomitan por radio, televisión y prensa escrita.

Entre estos críticos hay quienes desconocen el ABC de las encuestas, casi siempre víctimas de una especie de «metodología de sentido común» con la que miran y analizan todo cuanto les rodea. Generalmente hacen el papel de tontos útiles, incluyendo a periodistas. Otros corresponden al grupo de gente inteligente, bien formada y con capacidad de análisis, pero que responden a criterios estrictamente partidarios. Ambos hacen grandes daños a la posibilidad de que los ciudadanos y ciudadanas comunes confíen en los sondeos de opinión pública.

Sobre estos últimos tengo una experiencia que, creo, nos ayudará a comprender la lógica con que los políticos se manejan frente a los resultados de las encuestas.

Era 1985. Este diario empezó a publicar encuestas con la acreditada firma Violeta Yanguela y Asociados. Un prestigioso líder político que reclamaba una alta intención de votos para su partido hizo, en su mejor estilo, críticas muy ácidas y groseras contra los resultados de la medición y contra el periódico y sus editores. Obviamente, uno quedó sorprendido y lastimado. Pasado el tiempo, yo le comenté ese episodio a un periodista destacado que a la sazón hacía causa común con ese político y quien estaba cerca de él. La respuesta de este periodista y político fue más o menos la siguiente: «anjá, pero que tú querías. Si la encuesta no nos favorecía nosotros teníamos que descalificarla y quitarle toda credibilidad.» Es decir, digo yo, el líder hizo lo correcto.

Desde entonces comprendí que el político es, como dice Ortega, un actor que siempre está en escena. Absolutamente siempre. Y si ve necesario y útil a su causa del momento mostrarse  irracional, porque políticamente le conviene, no tiene ninguna dificultad en mostrarse irracional ante la opinión pública, con ideas y planteamientos irracionales.

Pero el uso de las encuestas como medio útil para conocer la opinión y la percepción de los pobladores de esta sociedad, no la verdad, seguirá imponiéndose en la política y en la vida dominicana. Y llegará el día cuando los sondeos serán interpretados de acuerdo a sus fundamentos. Ese día ningún gracioso podrá dársela de listo y pretender que una encuesta elaborada un mes antes de unas elecciones pretenderá ser un pronóstico electoral. Tampoco se atreverá a decir, de forma paladina, que una encuesta nacional se ha querido presentar como si fuera municipal o provincial.

 Tenemos que seguir avanzando. Y tenemos que rechazar la arrogancia de quienes pretenden que se les pregunte cuándo hacer las encuestas y qué temas debemos incluirse y cuales no.  

 Yo creo que con sus encuestas este diario ha hecho importantes contribuciones al conocimiento de la sociedad dominicana desde 1985, cuando empezó a publicar los resultados de sondeos que auspicia y que financia. La mayoría de las preguntas no tienen que ver con la política y con la vida partidaria, pero los políticos hacen creer que estas encuestas solo tienen que ver con política, y muchos ingenuos les creen.

(bavegado@yahoo.com)

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