Sobre las mentiras de la igualdad

Sobre las mentiras de la igualdad

La Creación nos lo muestra claramente. Miremos hacia donde miremos, escudriñemos  en cualquier dirección la infinita magnitud de lo creado por Dios, ya sea con malabarismos del pensamiento angustiado en obtener explicaciones, o ya sea mediante el uso de  prodigiosos instrumentos electrónicos o  manipulaciones químicas, todo lo que encontramos es Diferencia, Unicidad.  Sin embargo insistimos en pretender el logro de una igualdad  imposible.

Cada humano se siente dueño de la razón, de las esencias de la verdad, de los móviles justos y válidos. Por tanto, pretende imponer sus criterios que en realidad  no son sino resultado de la acción del miedo a lo desconocido, al temor a futuras adversidades imprevisibles, males que se quieren exorcizar, alejar, aniquilar, aplastando a  los demás. Sometiéndolos. Puede tratarse de un pequeño núcleo   -digamos la familia inmediata o los subordinados indefensos- o de grandes conglomerados políticos o “religiosos”.

Resulta sorprendente –si se mira con cuidado- que las instituciones humanas hablen y aparentemente crean en realidades o posibilidades igualitarias, cuando la igualdad nunca ha existido. A lo que hay que aspirar es al logro de un tratamiento justiciero para todos, a que se tome conciencia del gran mal de los excesos  y a la necesidad  de que los poderosos cuiden a los débiles, de modo que sus escaseces, miserias y urgencias no sean tan torturantes.

Todas las teorías políticas argumentadoras de bienestar para todo el mundo, han resultado un fiasco.

Los beneficios que se han obtenido con su aplicación, cuando se han logrado en cierta limitada medida,  han llevado consigo un alto costo. El socialismo, el comunismo ¿no parecen ser buenas y nobles ideas? ¿Pero lo han sido?

Ni siquiera perduró con éxito en el modo de vida de los primeros cristianos, que compartían sus bienes  y se esforzaban por llevar una vida virtuosa y conmiserativa, que se fue enturbiando con el lodo de las pasiones,  el egoísmo y el divisionismo.    Todavía en el Siglo I, el apóstol  Pablo escribía tratando de fortalecer esas virtudes, promoviendo el respeto a las preferencias de otros, siempre que no fuesen malignas.

Duele la comprobación de la crueldad  humana, hiere la realidad de aquello del comediógrafo romano Plauto (259-184 a.C) quien nos dejó la sentencia de que el hombre es lobo del hombre: “Homo homini lupus”. Y vemos la indiferencia de los poderosos ante el sufrimiento de los débiles, manifestándose incapaces, los primeros, de apiadarse del padecimiento de quienes carecen de todo, menos de angustias.  

La igualdad no es posible, repito, pero sí es posible aminorar las desigualdades.

Sí es posible que los gobiernos del mundo se ocupen, en primer lugar, de lo que es primero: justicia, equidad, castigo verdadero y contundente  a los desfalcadores de los recursos públicos, a los monstruosos negociantes de las drogas, que cada vez más  incrementan los asesinatos, las torturas, la degradación de la especie humana. 

Bajo una impunidad incalificable de las autoridades.

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