Sobre motivaciones y conductas

Sobre motivaciones y  conductas

William Gordon Allport, prestigioso profesor de psicología de la universidad de Harvard, nos dice que “el adulto maduro tiene motivaciones reguladas, socialmente aceptables e integradas a un plan” y cita al ensayista inglés Chesterton en su trabajo sobre León Tolstoi, en el cual pretende reducir el mundo de Tolstoi a “su gran principio fundamental: la simplificación de la vida” a través del cual considera al autor de “Guerra y paz” completamente predecible en sus actitudes.

Opino que tal aseveración es sencillamente absurda. Allport, en su estudio del desarrollo de las motivaciones (que él define como toda condición interna en el individuo que le induce a la acción o al pensamiento) afirma que “las motivaciones adultas son infinitamente variadas, son sistemas contemporáneos, subsistentes por sí mismos. No fósiles”.

Esto, partiendo precisamente de Allport, destruye completamente la tesis de predictibilidad de Chesterton y sus asociados.

El hombre es mayormente impredecible –aun para sí mismo–. El estudio minucioso de algunas decenas de personas –incluyéndome– me conduce a esta afirmación.

Nosce te ipsum (conócete a ti mismo), no pasa de ser una antigua y multilingüística ambición, que, a fuerza de conveniente y positiva, persiste en nuestros días con su misma ambiciosa vaguedad original.

Sabemos que en verdad no somos libres, sino dentro de cierto estrecho e indimensionado margen; que la mayor parte de nuestras acciones están manejadas por fuerzas externas e internas que escapan sigilosamente de las posibilidades de nuestro control. Esas fuerzas: genéticas, ambientales, de hábitos y patrones de conducta aceptados, fuerzas del subconsciente, del superyo, de la autorrepresión y todas las demás fuerzas que todavía no son alcanzadas por nuestro conocimiento pero que ejercen una presión real, dan forma a la singular órbita de conducta en la que se mueve el individuo.

En cierto modo el hombre aparece como un ente que, al menos hasta el presente, está limitado a actuar dentro de un área de inconsciencia, desconocimiento y desconcierto. Sus movimientos y acciones son orbitados por circunstancias de trascendencia irreconocible para el hombre. Y son esas circunstancias las que forman las motivaciones, los sentimientos o sensaciones que nos inducen a actuar de un modo determinado.

Recordemos las palabras de Simón Bolívar en su discurso al famoso congreso reunido en diciembre de 1819 en la ciudad colombiana de Angostura, el cual resolvió la fusión de Colombia y Venezuela con el nombre de Gran Colombia. Dijo el Libertador: “Yo no he podido hacer ni bien ni mal; fuerzas irresistibles han dirigido la marcha de nuestros asuntos; atribuírmelos no sería justo…”.

Tras una expresión de suprema modestia en un momento trascendental, yace una confesión honesta digna de ser tomada muy en cuenta, sobre todo si se recuerda la cantidad de grandes hombres que se han expresado de un modo parecido cuando, por una grieta de la vanidad, se cuela a hurtadillas una gota transparente de sinceridad y asombro.

El hombre es mayormente inconsciente, irracional. La adquisición de cierto grado de conciencia y raciocinio es su gran victoria, no su legado.

Paul Chauchard afirma que “el hombre normal es el que se esfuerza por serlo, no el que se cree instalado en ese estado sin esfuerzo”.

La bondad, la racionalidad, la responsabilidad, en fin, la vida virtuosa, es consecuencia de un esfuerzo consciente; de una voluntaria sujeción de lo pasional instintivo a lo cerebral racional.

A esa altura, el hombre está capacitado para ser instrumento útil de un destino mejor.

Algo a tenerse muy en cuenta en estos momentos.

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