Sobre un volcán

Sobre un volcán

JOSÉ R. MARTINEZ BURGOS
Seguro que los dominicanos estamos hace algún tiempo sobre un volcán, no cabe la menor duda; ya los primeros avisos permiten observar, aunque débil aparentemente, la fumarola del monstruo. Muchas son las personas que no están conscientes de este fenómeno. Lo vamos a destapar para los que aún lo ignoran se percaten y no sigan durmiendo junto a la fiera, como en Colombia cuando explotó el Nevado de Ruiz y arrasó con el poblado de Armero o cuando el Popocatepetl hace su erupción en México. No es bueno dormir en la misma cama con el enemigo, porque nos sorprende y nos puede dar latigazos o matarnos.

Cuando esto escribo, en los barrios marginales de Santo Domingo conviven inocentemente haitianos importados por la mafia con nuestros humildes compatriotas, y no sospechan, ni remotamente, que un día cualquiera pueden ser agredidos por aquellos, ¡que Dios los proteja de la violencia contenida en esos inmigrantes!, pues la existencia de un millón de inmigrantes legales e importados por las mafias, no son confiables, por sumisos que aparenten. Sin ingresos, ni raíces, ociosos y capaces de todo, comienzan a ejercer la violencia, primero verbalmente y después, físicamente, todo en búsqueda de reconocimiento, pues no son dominicanos, muchos son los sin patrias producto del desarrollo que no tuvieron. Por eso, los dominicanos necesitamos distinguir lo que es común en muchos países desarrollados y lo que es específico en nuestra patria.

Todas las economías, la nuestra no es ajena a ese proceso, aunque dentro de sus limitaciones de cambios profundos en los últimos cuarenta años, hemos pasado de una economía conuquera al de accionistas de pequeñas y grandes compañías, de economía controlada estatalmente a mercados minoritarios levemente regulados, de intento de políticas sociales inapreciables y poco activas a un mundo en que ese tipo de gasto se viene reduciendo permanentemente.

En los últimos cuarenta y cinco años la riqueza de unos pocos ha venido aumentando constantemente, el PIB ha sido más generoso durante uno que otro gobierno y nuevos millonarios se han vuelto más ricos, pero porcentualmente los salarios son menores, por lo cual el empobrecimiento es ya en gran escala en la clase más desfavorecida del país. La pobreza en masa, que en muchos países desarrollados parecía eliminada en los años ochenta, ha vuelto a reaparecer de tal manera que la educación de alta calidad y los puestos de trabajo altamente retribuido en esos países, se ha venido restringiendo para los jóvenes emergentes, principalmente para los hijos de los pobres. Por lo cual estos jóvenes se sienten rechazados o marginados y podrían convertirse en los próximos terroristas o revoltosos.

Nuestro país en particular presenta importantes rasgos de ese problema: tenemos una tasa de fecundidad mayor, que varios países de nuestro entorno, cada generación, que ha entrado en los últimos cuarenta y cinco años al mercado laboral es menor que la anterior, y agreguemos a esto la inmigración pacífica, importada e ilegal de nativos de Haití, que son los mayores buscadores de empleos, es decir, hay mayor desempleo, a lo cual hay que añadir, las grandes concentraciones en las ciudades de Santo Domingo, Santiago, San Cristóbal, San Francisco, etc., cuya cantidad ha superado la capacidad de las instalaciones industriales, incluso la construcción, y eso sin tomar en consideración el gran volumen de desocupados cuya mano de obra, es la más descalificada que existe de nuestros países contiguos.

Al problema hay que aplicar el sobrepeso de la delincuencia, que sobrepasa la capacidad de las cárceles donde no existe una política de reintegración social ni una política urbana socialmente orientada que funcione adecuadamente, es decir, nunca han existido aspectos preventivos sociales, para reintegrar a los delincuentes. Sólo se ha sabido aplicar el método de la represión.

Los problemas que subyacen en las concentraciones de inmigrantes procedentes de Haití, sumados al abandono de nuestros jóvenes sin futuro, requieren un trabajo social y de una policía comunitaria y mucho dinero, discreción y buena planificación, si no queremos que más temprano de lo que podemos imaginar el volcán sobre el cual vivimos inocentemente no haga su erupción devastadora. Quitémonos esa preocupación con disciplina, orden y moderación, pues son muy grandes los componentes que lo provocan.

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