Sobre violencia y terrorismo

Sobre violencia y terrorismo

M. DARÍO CONTRERAS
Con motivo del tercer aniversario del acto terrorista ocurrido en las ciudades de Nueva York y la capital norteamericana de Washington, bautizado como el 9/11 en ese país, y consternado por la creciente ola de violencia y criminalidad que azota nuestro país, consideramos que resultaría revelador si dedicásemos un tiempo a reflexionar sobre la violencia y una de sus secuelas, el terrorismo. 

Partimos de que la violencia organizada ha sido una constante en la historia mundial desde que el ser humano decidió agruparse para controlar sus fuentes alimenticias.  Para desgracia nuestra, hoy día poseemos el poder para aniquilar no sólo a nuestros «enemigos», sino también para barrer con nuestra especie de la faz de la tierra.  Este experimento de vida inteligente, capaz de desarrollar una civilización, cuya unicidad puede apreciarse por ser la única especie que creó cultura entre unas 50,000 millones que han poblado la tierra, podría convertirse en parte de la historia de las especies extinguidas, si no examinamos seriamente la violencia como forma de lucha contra auqellos que consideramos nuestros adversarios.

El profesor de Harvard Samuel P. Huntington, en su libro El Choque de las Civilizaciones afirma que: «Occidente conquistó el mundo no por la superioridad de sus ideas y valores – a lo que muy pocos miembros de otras civilizaciones se convirtieron – sino más bien por su superioridad en aplicar la violencia organizada», juicio con el cual estamos de acuerdo.  El gobierno norteamericano y el británico han coincidido en definir el terrorismo como «el uso o amenaza de la violencia para obtener fines políticos, religiosos o ideológicos a través de la intimidación, la coerción o el miedo» (Noam Chomsky, «Hegemonía o Supervivencia», 2003), lo que nos luce como una definición muy racional.  Adicionamos una frase del Mahatma Gandhi de que «lo que se obtiene con violencia, solamente se puede mantener con violencia», o lo que es lo mismo, «la violencia genera violencia».  Y nosotros proponemos que el terrorismo es la violencia posible de los oprimidos.

Provistos con estos conceptos preguntamos, ¿aquellos países con historia imperialista que hoy día viven actos de terrorismo, estarán recibiendo parte de su propia medicina?  ¿O es que los actos de terrorismo son cometidos solamente por los que son nuestros contrarios?  ¿No es violencia organizada el negarle a los jóvenes la oportunidad de ganarse la vida dignamente, o de vivir en un país que no posea soberanía para decidir la clase de vida que la mayoría desee y no la impuesta por extraños o grupos minoritarios?  ¿Es qué el derecho a la violencia es sólo moral y justificable para los más poderosos?

¿Son los palestinos y los árabes del Medio Oriente los únicos terroristas, los que a diario viven sojuzgados y diezmados por ejércitos extranjeros?  ¿Y qué son los dominicanos, los cubanos, los haitianos, los salvadoreños, los nicaragüenses y los hondureños, que al ver sus tierras pisoteadas y sus vidas segadas por fuerzas militares y paramilitares, con el apoyo y financiamiento de extranjeros, han decidido rebelarse y luchar por defender el derecho a la vida y a la libertad?  ¿Y cómo calificar los tantos casos en que gobiernos dictatoriales y negadores de los derechos humanos han recibido el apoyo directo o encubierto de poderes foráneos?

Habrá quienes respondan a estas preguntas aduciendo que la violencia es parte de la historia de la humanidad.  A ellos le decimos: primero, no pretendamos cambiar las cosas para lo mejor con el uso de la violencia y, segundo, no tratemos de justificar nuestras acciones con fementidas poses moralistas.  Llamemos las cosas por su verdadero nombre y dejemos de lado el retratarnos como los defensores del Bien en la lucha contra el Mal.  Con razón dijo Gandhi que «la humanidad no puede liberarse de la violencia más que por medio de la no violencia».  El uso de la violencia es muestra de incompetencia y de miedo a los ideales de los demás.  Martin Luther King estaba en lo cierto cuando afirmó que «la violencia crea más problemas sociales que los que resuelve».

El auge de la violencia y la criminalidad en nuestro país se encuentra ligado a lo que ocurre en otras latitudes, sobre lo que es muy poco lo que podemos hacer.  Lo que sí podemos hacer es activar nuestra economía, ayudar a los más necesitados a salir de su situación, escuchar y entender a los más jóvenes, y corregir la situación de injusticia social existente siendo más solidarios y compasivos con nuestros compatriotas.

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