Sobre la originalidad

Sobre la originalidad

POR LEÓN DAVID
La vida –maestra incomparable- me ha hecho descubrir paulatinamente lo que, al parecer, el grueso de los seres humanos todavía no ha advertido: la profunda originalidad que subyace a guisa de substrato último en cada individuo. Me he reconocido un ser insospechadamente original, o sea, volcado en mis raíces, de manera que sólo gracias a ellas me confirmo siendo. El punto básico fue caer en cuenta de mi especificidad; entender y aceptar que ese sujeto al que nombraban León David era alguien especial. Pero ¡atención!, con el fin de evitar erradas interpretaciones, me apresuro a aclarar que el término “especial” no tiene en mis labios la clásica connotación de auto-alabanza ególatra o narcisista al uso.

Nadie infiera cuando declaro que soy especial que me juzgo superior o mejor que los que me rodean o que deben acreditárseme afortunados atributos que me colocarían en el selecto número de una orgullosa aristocracia espiritual que el resto de mis semejantes sólo sueñan alcanzar en vano.

 No, a lo que intento referirme es al hecho de que me experimento en la globalidad de mi multifacética condición humana como alguien distinto de los demás seres vivientes. A pareja diferencia, que se revela de variadas formas sin agotarse en ninguna de ellas, es a la que –si me viera forzado a conferirle un alias- llamaría mi “individualidad”.

Empero, como es notorio que la conciencia y el sentimiento de pertenecer a cierta categoría distinta de hombre no podría surgir sin la vivencia íntima de una fundamental comunidad de intereses que me liga por modo inalienable a la colectividad del género humano y, más allá del hombre, a la existencia en todas y cada una de sus sorprendentes manifestaciones, no puedo sino concluir –discúlpeseme la paradoja- que lo que tengo en común con los demás es, ¡extraña revelación!, lo que me hace diferente.

Y semejante diferencia es la que me abre la posibilidad de comunicarme con cuantos me rodean. Pues sólo lo que es distinto, esto es, lo que se halla de algún modo separado o es concientemente percibido como tal, está en capacidad de comunicarse, de ir al encuentro de lo que no es él… Mas, amén de requerir separación, posesión de dominios mudamente delimitados como ajenos, la comunicación presupone también la presencia de un mínimo de elementos similares o complementarios a falta de los cuales ninguna suerte de transacción podría llevarse a cabo de manera exitosa.

Es oportuno  recordar aquí que hasta la divergencia es una forma de poner en común lo que tenemos, de comunicarnos, habida cuenta de que toda lucha u oposición implica que los antagonistas se sitúan en un mismo plano, comparten un mismo territorio, lo que tantas veces lleva a que las discrepancias surjan y se planteen asumiendo la forma decepcionante del conflicto.

No perdamos de vista, sin embargo, el tema central que estas reflexiones suscitara… Si me siento un ser humano especial, más que por serlo es por haber descubierto que lo soy. El desvelamiento de mi esencial originalidad no puede sino producirse con el simultáneo florecimiento de mis íntimas potencialidades.

 El constante trabajo de introspección creadora, es ardua labor de artesanía espiritual que realizo de manera paciente y sosegada sobre la materia prima de mi propia existencia, ha permitido –no sin contratiempos y fracasos- construir sobre el sólido cimiento de mis emociones una nueva actitud vital caracterizada por la confianza en la fuerza primaria y universal que bulle dentro de mí, por la exuberancia de un impulso generador que al liberarse hacia los demás me emancipa y afirma, por la certidumbre de la trascendencia de este instante fugaz en el que eternizo la desnuda altivez de mi sonrisa.

Las personas que, cualquiera que sea su visión y temperamento, no han logrado atisbar los rasgos de su propia originalidad –que, insisto, poseen aunque no la hayan sabido reconocer-, recorren la vida en un anonimato espiritual desolador: Un hombre anodino, en una sociedad anodina persiguiendo anodinos ideales…

Mi especificidad radica en haber comprobado que tras los opresivos barrotes de la rutina cotidiana que emascula y frustra hay un dios aprisionado que añora escapar y respirar el aire puro. Abrir las puertas selladas de esa tenebrosa prisión es la única forma de encontrarnos con nosotros mismos, de rasgar el velo que oculta el rostro genuino con el que nos esculpió a macizos golpes de cincel la vida.

Humanizarme es hacerme cada vez más especial, cada vez más distinto y, a un tiempo mismo, cada vez más afín a la prístina condición de la especie. Corriendo a la husma de mi propia identidad me diferencié de ti, me volví más singular, único y extraño. Pero desde esa extrañeza, y merced a ella, pude comprenderte y saber cómo eras, cómo pensabas, cómo sentías y por qué te comportabas del modo en que lo hacías. Entonces, a medida que me adentraba en mi propio yo, sin apenas percibirlo, iba descendiendo por las lisas vertientes de tu carnal presencia hasta alcanzar los dominios misteriosos en donde arraiga el espeso silencio de astros con que nos ha forjado el universo… Desde ese enigma que nos construye, espeso y caudaloso, tiendo hacia ti mi voz, la abierta mano de mi palabra tibia, para que, si lo tienes a bien, peregrinemos juntos.

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