Sociedad desamparada

Sociedad desamparada

No se trata de la sociedad “dominicana” del siglo XVII, abandonada por la Corona española, cuando la moneda ausente era “situada” desde México (Bosch, 1973); abandono repetido en el período 1809-1821, conocido como el de la “España boba”; tampoco la sociedad de los “generales” del siglo XIX e inicios del XX, arrastrando tras de sí a comarcas,  aduanas y gobiernos, aunque los “generales” han vuelto con nombres de “dones” y “patrones”.

No. Se trata de la sociedad del siglo XXI. De esta década. De este instante.

Ignorada por el Estado, por los poderes públicos, por la autoridad, por los fuertes. Geométricamente desprotegida.

¿Desamparada por los fuertes? ¿Acaso no ha de esperarse de éstos, judaica y cristianamente hablando,  que protejan a los débiles, a pesar de que fue establecido en el Origen de las especies (Darwin, 1859) su primacía como elemento clave de la evolución hasta llegar al homo sapiens? ¿Y no se justifica al fuerte, incluyendo al burócrata y al primero entre los iguales, en esta sociedad del dinero, cuando el compinche multicolor sustituye al mérito?

Sí, pero ahora no es solo que hay más fuertes, y fuertes que son más fuertes, sino que hay más débiles: con cerebros atrofiados, de moral perforada, con futuro anoréxico.

Totalmente desamparados, por el macho, por el padre, por el jefe, por el gris, por el kaki, por el verde olivo, por la desidia urbana y por la simulación y el envilecimiento, hechas profesión desde la primera larga intervención usamericana en el país (1916-1924), al decir de Américo Lugo.

Desamparados los ríos y animales que se extinguen.

Desamparados los pensionados por las burocracias y las teorías tributarias, desechados y convertidos en activos fijos, superados en más de 100 veces por los ultra pensionados.

Desamparados los enfermos y las parturientas de a pie, también los catastrofiados, amontonados y aislados en los senderos de la indolencia y del mal agradecido.

Desamparados los peatones, ante la arrogancia de mentes amuralladas por el metal y el metálico.

Desamparados los estudiantes, engañados con títulos no saneados e improductivos.

Desamparados los cementerios, donde si alguna vez hubo paz en sus entrañas, ahora lo que hay es tormento, desde el mismo momento que retumba el martillo, destrozando el ataúd que ha llegado, para que el sacrilegio del robo no se consuma. ¡Cuando una sociedad no respeta a sus muertos, se entierra con sus vivos!

Desamparada la ciudad, sus aceras, sus hidrantes, fundidos sus metales, acallada por el ruido, besuqueada por la basura, secuestrada por el temor, violada por la prisa.

Sociedad desamparada por la impunidad, a pesar de la abundancia de las leyes, expuestas al por mayor y al detalle, a crédito y al contado, para pagar y para evadir, para prever y para castigar. Más de cien leyes desde el 2000, incluyendo la Ley de Leyes del 2010. Siempre con la brecha intercalada, para que al final todo se pueda.

Leyes que se acatan pero no se cumplen. Promulgadas pero no puestas en vigencia, como el caso insólito del Defensor del Pueblo (No. 19-01), con once años gaceteando. Aprobadas y aplicadas a medias: las 5778 y 139-01 para el caso del 5% del presupuesto para la UASD y las universidades públicas; la No. 66-97, del 4% del PIB para la educación; la 166-03 del 10% del Presupuesto público para los ayuntamientos;  la No. 78-05 de autonomía presupuestaria del Poder Judicial, la No. 125-01, de electricidad; la 64-00 de Medio Ambiente; la No. 42-00 de los derechos del discapacitado. Y con un Congreso que desaprueba mañana lo que aprueba hoy, y aprueba dejando lo desaprobado, la lista se hace interminable.

Sociedad desamparada a causa del despotismo. Déspotas partidarios. Déspotas olímpicos. Déspotas hogareños. Déspotas sindicados. Más oligarquía y aristocracia que democracia. Eso es lo que somos. A pesar de Platón, Locke, Rousseau y Duarte, nos arropa el despotismo. Despotislandia “lo tiene todo”.

Entre décadas perdidas, deudas sociales, mártires de la política, de la prensa y la comunidad, incluyendo los héroes de sacrificio de que hablaba Pedro Henríquez Ureña, a propósito de Eugenio María de Hostos, de quien dice murió de “asfixia moral”, vamos perdiendo el rumbo, a diestra y a siniestra.

Y todo se resume en la fórmula mágica de la degradación holística: “na e na y to e to”. Expresión que refleja la nueva antropología del “pueblo”, y que es digna de una tesis doctoral multidisciplinaria, tan inquietante intelectualmente como aquella expresión sonera: “de dónde son los cantantes”.

Nos redefinimos, nos “refundamos”, nos revolucionamos, o nos hundimos.

El optimismo del Presidente en su discurso del 16 de agosto, atenuado en el trayecto de los dos Palacios, es un buen estímulo, en medio de la desesperanza y de la posible corrida geográfica del talento que nos queda, que sería otro golpe mortal para colocarnos en la ruta de la inviabilidad como nación y como Estado.

Pero los discursos oficiales no bastan, tampoco los comunicados de las federaciones y los cárteles, ni de las academias. A menos que no sean, al mismo tiempo, discursos intelectuales, donde la razón, la crítica y la autocrítica se funden para parir algo nuevo.

Buscar la “piedra de toque”, la “piedra filosofal”, convertirnos en la luz que atraviesa el túnel, es nuestro amparo. ¡Amparémonos los unos a los otros!

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