¿Sociedad discapacitada?

¿Sociedad discapacitada?

MAGINO CORPORÁN
El 3 de diciembre, Día Internacional y Nacional de las Personas con Discapacidad, es un buen día -y también todos los otros días- para reflexionar sobre la realidad que acogota a cientos de miles de personas en nuestro país. La sociedad dominicana está amputada. Sufre de ceguera. Escucha precariamente. Sufre demencia. La colectividad que tenemos ha sido configurada por el sálvese quien pueda, como en la selva, los más resistentes y fuertes logran sobrevivir e imponerse destripando y arruinando a los más débiles. Tenemos la obligación de rehabilitar correctamente a nuestro entorno social.

El concepto social de discapacidad presenta la noción que la sociedad ha promovido, barreras de actitudes, físicas, comunicacionales y del transporte que afectan a las personas con discapacidad. En cambio, cuando la sociedad identifica las necesidades y respeta los derechos de los ciudadanos que viven con una discapacidad, borra las desventajas, permitiendo la inserción socioeconómica y la vida independiente o lo que se ha dado en llamar la equiparación de oportunidades.

La sociedad dominicana no se refleja como un espacio social y económico donde todos sus hijos se expresen, se cultiven. Se sientan dueños y orgullosos de vivir en ella. Nuestra sociedad tiene hijos bastardos, indocumentados. Esta es la peor discapacidad. La discapacidad social. Esta sociedad tiene muchos de sus hijos excluidos de las escuelas y del empleo. Por esa ruta estamos condenados al fracaso colectivo.

Los datos y las estadísticas en la República Dominicana son secretos de Estado. La improvisación, el instinto y la urgencia «guían» a los líderes y dirigentes, parece que todos -hay excepciones-, van a morir mañana. Por eso no se piensa estratégicamente sobre: qué país queremos en los próximos 20 años en aspectos tan cruciales del desarrollo como educación, energía eléctrica, competitividad industrial, seguridad social y seguridad ciudadana.

Sabemos que son muchas personas desfiguradas por el ojo discriminador de la sociedad, pero ellos tienen sus propios rostros, solo que diferente; en ese ambiente las personas con discapacidad y sus familias intentan sobrevivir enfrentándose a la exclusión y la condena. Muchos se van a la cama con hambre. No reciben atención hospitalaria curativa, ni mucho menos preventiva. En la psiquis colectiva, la declaración universal de los derechos humanos cuenta poco; como por ejemplo, el derecho a la alimentación que tienen todos los seres humanos. Somos una comunidad donde la constitución y las leyes sirven solo para coyunturas y modas, después la irrespetamos vilmente.

El producto nacional más trascendente y noble, los niños, se nos está enfermando y muriendo. Creciendo desnutrido, afectando por parásitos, diarreas, neumonías. Y, lo más grave: desorientado y con miedo. Grupos importantes de estos niños se nos quedan atascados en el segundo y tercer grado del proceso educativo. En esas condiciones precarias, con cerebros que no reciben las vitaminas, los minerales y demás nutrientes, es imposible construir un producto humano de alta calidad y rendimiento y un ciudadano éticamente equilibrado en su desarrollo biosicosocial y espiritual.

Mientras acontece esto en un lado de la sociedad, del otro lado, ¡oooh ironía!, la obesidad se convierte en una de las grandes epidemias y hasta pandemia, es un problema de salud pública, de alto costo. Este comer demasiado, esta gula social, este consumo de chatarras emerge entre los principales factores de riesgo para la salud. ¡Es alarmante!, niños de 9, 10 y 11 años sufriendo de diabetes, perturbación del sueño, ansiedad e hipertensión. La discapacidad de la sociedad queda dramáticamente demostrada con el contraste de salud y la mala distribución de la riqueza entre los obesos por gula y los desnutridos.

Los maestros no pueden hacer milagros. Miles, decenas de miles de nuestros niños deficientes intelectuales, discapacidad invisible por demás, transitan la vida con escasa posibilidad de alcanzar participación para aprovechar sus residuales capacidades y potencialidades.

Mientras tanto, la colectividad prefiere hacerse de la «vida gorda», sigue jugando aparentar que todos en dominicana estamos bien y felices. Nos autoengañamos. Estamos labrando un futuro desgarrante y destructivo.

Sin embargo, esta no es una deshumanidad surgida por accidente, por casualidad. Detrás de nuestra sociedad, así concebida, hay estructuras sociales con finas herramientas que anidan sus proyectos, sus intereses y sus voluntades desde una perspectiva individual y de grupos minoritarios. Están discapacitados, no pueden pensar y actuar como sociedad inclusiva, armonizada, tolerante. Nuestros dirigentes adolecen generalmente de discapacidad producida por la incapacidad estratégica de pensar colectivamente y de saberse que en la sociedad humana, y también en la naturaleza, nada está de más, todo es aprovechable. Otro problema es la hipertrofiada concentración creciente de «ricos, cada vez más ricos, a costa de pobres, cada vez más pobres». Este planteamiento, hecho por los obispos Latinoamericanos en Puebla en 1979, ha continuado tomando fuerza después de dos décadas y media ¡Habrán clamado en el desierto como le tocó clamar a Montesino!, ¿o haremos caso a este llamado aún vigente?

Los  que estuvimos presentes en la puesta en circulación del último informe del PNUD, en Casa San Pablo, fuimos testigos de excepción, al asistir a conocer el diagnóstico de un paciente clínicamente grave -la sociedad dominicana- a la que hay que cambiarle los planes curativos por programas preventivos de terapias y tonificación muscular que relance las dinámicas nacionales de los aparatos políticos, sociales, económicos, religiosos, de manera integral, jugando todos para un mismo equipo: la República Dominicana.

Según el informe en cuestión, uno de los principales obstáculos para el desarrollo humano es la extrema inequidad y la exclusión existente al interior de la sociedad. Esta situación constituye un imperioso freno al cumplimiento de los objetivos del milenio asumidos por el Estado.

La sociedad dominicana está discapacitada porque la violencia familiar y ciudadana provoca daños físicos y sicológicos irreparables. Otros, en el afán de emigrar quedan mutilados, amputados en accidentes marítimos. El tránsito terrestre es una fábrica de discapacidad y muerte. Las leyes no se cumplen o son muy débiles.

Lo peor de la colectividad social es que mientras produce la discapacidad, excluye a las personas con estas condiciones -mayormente pobres- de las oportunidades de readaptarse sociolaboralmente. Los priva, le desconoce la posibilidad de hacer sus aportes económicos y sociales. Es penoso admitir que la discapacidad ética expresada en los silenciosos y escandalosos actos de corrupción que acrecienta la pobreza, es acogida, reconocida y tolerada.

Aprendamos a tiempo a resolver nuestras diferencias sociales y problemas estructurales y culturales. Reencausemos la sociedad por caminos de solidaridad, de tolerancia y confianza recíproca.

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