Sociedad dual y políticas sociales dominicanas

Sociedad dual y políticas sociales dominicanas

JOSÉ LUIS ALEMÁN S. J.
Algo ha llovido, bastante en verdad, desde que en los mil novecientos setenta los científicos sociales latinoamericanos decidieron enterrar el concepto de marginalidad social por el de una sociedad dual en la que las élites excluían las mayorías dominadas aunque aquellas viviesen de éstas.  Como no es decente inquietar a los muertos mejor es no mortificarlos más mediante la búsqueda profunda  de razones de esa dependencia y limitarse al uso del término “dual” aceptando  que de hecho las mayorías están excluidas de muchos de los bienes de las élites,  aunque no del deseo de disfrutarlos, y que han creado por necesidad de supervivencia una subcultura -actitudes, valores y normas de comportamiento-  distintas.

Una, por supuesto, es “superior”, más poderosa,  y las dos se entrecruzan y se necesitan en la vida real. Para los fines de este ensayo basta recordar que existen en el país y en todos los países pobres dos “sociedades”, “subculturas” o como se las quiera llamar.

El Banco Mundial acaba de presentar su evaluación sobre las políticas sociales dominicanas dirigidas a la lucha contra la pobreza en favor de las mayorías excluidas. Su dura y factual crítica  (Informe sobre la Pobreza Dominicana, 30 de Mayo, 2006) a nuestras políticas sociales es irrefutables. No hay justificación ética y económica posible para que los gastos públicos de subsidios y asistencia social,  superen a los de educación y salud  combinados. Me temo, sin embargo, que esa crítica, el diagnóstico y las terapias propuestas para superarla adolezcan de emplear  un marco social  propio de una sociedad indivisa cuando nuestra sociedad es dual. Por supuesto idéntico presupuesto subyace a nuestras políticas sociales.

Exponer esos temores implica explorar en qué se diferencian ambas sociedades y, más concretamente, en las respectivas racionalidades de toma de decisiones vitales a largo plazo.

1. Dos modelos de toma de decisiones

 a) Los economistas tenemos un  modelo teórico de toma de decisiones en una sociedad “indivisa” o sea en una en la cual  sus miembros exhiben racionalidad básicamente homogénea. Suponemos que cada actor económico se enfrenta a varias alternativas en diversos campos de la vida y que entre ellas elige aquella  que a él le parece económicamente más rentable. Suponemos también, aunque no lo decimos, que sus limitaciones presupuestarias por razón de ingreso,  de acceso a financiamiento externo (o de engaño y robo) no limitan consumos básicos. No lo decimos porque resulta difícil postular racionalidad en cuestiones de vida o muerte.

Este modelo no pretende ser necesariamente real. Como todo modelo científico es sólo una hipótesis que busca una explicación intelectualmente satisfactoria de una serie de hechos a los que  da sentido. La realidad al ser analizada con mayor detalle bien puede seguir otros caminos que hay que indagar y que pueden tomar rumbos distintos no previstos. Todo modelo que no se limite a ampliar lógicamente juicios “a priori” es empíricamente  refutable y por lo menos perfectible.

El modelo propone que la mayoría de las decisiones en la vida versa sobre maneras distintas de satisfacer una  necesidad recurrente, vestido o alimentación por ejemplo. La lógica económica de rentabilidad -beneficios menos costos-ofrece una explicación plausible. Cuando las decisiones son irrepetibles y sus consecuencias se extienden por muchos años o por toda la vida, elección de profesión o de estado civil, se justifica más  esta  racionalidad económica, dice el modelo.

La racionalidad puramente económica de la toma de decisiones ha sido cuestionada con evidente realismo por Maslov (1954) un psicólogo que encontró en sus investigaciones sobre necesidades humanas una quíntuple jerarquía. Cuando no se han satisfecho las necesidades básicas de la vida nos concentramos sólo en tratar de remediar ese déficit. El siguiente paso es la obtención de seguridad. Una vez satisfechas estas necesidades  se experimenta la urgencia de sentirse parte de una sociedad y después el  aumento de la autoestima y de la estimación social. Finalmente  buscamos dar sentido a la vida desarrollando valores morales y sociales.

No parece evidente que exista aun en sociedades “indivisas” un solo modelo satisfactorio de decisiones y menos aún que su racionalidad sea “económica”. Si parece aceptable, por ahora,  postular  que para lograr una mayor libertad en la satisfacción de todas las necesidades maslovianas la ampliación del ingreso disponible disminuye las restricciones para satisfacerlas aun cuando no se busque rentabilidad como meta de las decisiones o incluso se persigan otras, altruismo por ejemplo.

Si bajamos de estas abstracciones a la realidad de nuestra pobreza y a la educación como  terapia principal tal como las presenta el Informe del Banco Mundial  sobre la Pobreza en la República Dominicana, mayo 2006, parece obvio el uso hecho por el Banco del clásico modelo de rentabilidad económica propio de sociedades indivisas.

El Informe  llega a la conclusión de que “la educación es el principal determinante de los ingresos; sólo una educación universitaria asegura beneficios significativos en el mercado laboral, aunque estos beneficios son menores al promedio regional”. Los beneficios medios de una educación  hasta terminar el bachillerato son en efecto extremadamente bajos: apenas un 60% de aumento del ingreso con relación a no tener escolaridad. Igualmente bajos son los ingresos de quienes terminan la educación universitaria: 50% más que los que acaban el bachillerato. Estamos diciendo que de promedio aun para universitarios con 4 ó 5 años de estudios superiores sus ingresos esperados no llegarán a 15,000 pesos mensuales a pesar de haber aprobado 16 ó 17 cursos en 20 años de estudios  (tres años y medio más de los necesarios).

Estos hechos cuestionan muy a fondo la rentabilidad económica  de la educación. A simple vista el costo de 20 años de escuela, ó de 16  si se mejora la calidad del sistema, no parece compensarse de modo alguno con tan magros futuros ingresos. Los hechos sugerirían, si se cree sostenible el modelo de rentabilidad de la toma de decisiones, que quienes han culminado la hazaña de terminar sus estudios universitarios han sido víctimas de ilusiones que quizás fueron realidad hace  dos décadas. Más aún, dentro siempre del modelo económico, hasta se explicaría económicamente el descuido de la educación de nuestras políticas públicas especialmente si suponemos que los pobres acabarán mayoritariamente por ser más objetivos sobre el valor presente  de la educación.

b) La aceptación de una sociedad dual puede acercarnos más a la realidad. Tomemos el mundo de los barrios excluidos poblado en su mayoría por emigrantes de nuestros campos y bateyes y en minoría ya visible por haitianos.

Lo primero que tenemos que constatar es la diferencia entre la pobreza de nuestros tiempos y la de décadas pasadas. Antes los pobres de nuestros barrios se esforzaban por trabajar “en cualquier cosa” (el trabajo y la mendicidad eran las únicas formas de sobrevivir),  creían en la educación como instrumento de ascenso social, mantenían el orden doméstico, aceptaban como inevitable su pobreza actual, no tenían ambiciones realistas de consumos sofisticados y eran críticos severos de comportamientos ilegales y violentos de algunos miembros de sus barrios.

Ahora las cosas son distintas: en los barrios sigue habiendo muchas y muchos que buscan trabajo y que mandan sus hijos a la escuela pero hasta ellos aspiran al estilo de vida que ven en la televisión, las y los jóvenes están liberados en diversiones y fiestas de los controles de antaño, soportan o admiran a dirigentes de naciones o bandas y encuentran muchas formas de vida que no implican trabajo como remesas de familiares o que eran condenadas como inaceptables: robo, sexo comercializado, drogas, bancas de apuestas… El vínculo escuela-empleo es débil. Las expectativas de ingreso esperado de esas actividades, aun con mucho mayor riesgo de  vida, supera ampliamente las derivadas de la escuela. Aparentemente en los barrios la gente toma decisiones con racionalidad  emocional y repentina,  viven intensamente el presente y  huyen de la realidad futura. No hay planes a largo plazo. Para este subsector a veces  dominante de los barrios el modelo de rentabilidad económica vía escolaridad no parece adecuado. El peso del ambiente descalifica  todo modelo que contempla la rentabilidad  como criterio individual y que ignora la racionalidad emocional.

2. Las políticas sociales dominicanas

a) Las políticas sociales pueden dividirse en asistenciales y promociónales. Las asistenciales se orientan a mejorar las condiciones de vida de los más pobres ofreciéndoles subsidios generales (al gas, a la comida, a medicinas,  al transporte, a la electricidad) o ayudas específicas individuales para la compra de ciertas necesidades a cambio de la asistencia de los menores a la escuela (pequeñas ayudas financieras, tarjeta electrónica…). Las promociónales intentan aumentar la capacidad  (Sen) y la rentabilidad del capital humano: educación, salud, saneamiento ambiental, micro préstamos.

Esta presentación súper simplificada de la complejidad de las políticas sociales basta para caer en la cuenta de dos cosas: realmente el Estado Dominicano hace un esfuerzo apreciable para impedir el deterioro de la ya baja calidad de vida de los pobres y no muy grande, ni siquiera a nivel regional, para capacitarlos para salir de la pobreza.

 Nadie ni siquiera el Gobierno niega que los gastos en educación, salud y formación vocacional o empresarial son demasiado bajos. El Gobierno atribuye esta deficiencia al pago de la deuda pública y a las limitaciones del ingreso público. Muchos, entre ellos el Banco Mundial, opinamos que es recomendable una  reorientación parcial de los recursos asistenciales a favor de los promociónales. Refuerzan  esta recomendación la regresionalidad de buena parte de los subsidios y el potencial clientelista de transferencias individuales.

Aun dentro del modelo de racionalidad de sociedades indivisas tenemos que coincidir con el Banco Mundial que nuestras políticas sociales son deficientes. Mucha peor calificación merecen ellas en un modelo de sociedad dual con racionalidad presentista y emotiva.

b) Se nos acusa a los economistas, con razón, de ser críticos  profesionales con poca capacidad para remediar lo que criticamos. Para superar esta limitación un primer paso sería saber a dónde ha llevado  la dinámica de países con más años que nosotros de experiencia de dualismo social más presión de los medios para  recortar el gasto público. Tomemos el caso de Jamaica presentado sin exagerar las sombras, más bien al contrario, por  Rapley (Foreign Affairs, May/June 2006).

Según el quien quiera entrar en “tierra de las bandas” tiene que obtener del líder del área una autorización que le garantiza seguridad. La banda mantiene un sistema legal con cárcel y tribunal propio, cobra impuestos a los comerciantes so pena de ataque a sus propiedades, y mantiene una pequeña red de ayudas sociales (alimentos, medicinas, entierros). Su principal fuente de ingresos es el tráfico de drogas tolerado por la policía a cambio de que la banda mantenga orden en el barrio. Los dirigentes de las bandas gozan de alto grado de impunidad legal protegidos por el miedo o la lealtad de los testigos. Las bandas, como los Estados tienen sus símbolos: banderas, héroes, fiestas y entierros de dirigentes con presencia de multitudes  que ondean banderas estandartes de su poder local.  Los barrios son “estaditos” a veces en guerra entre sí. El cuadro final evoca la Edad Media: coexisten un gobierno nacional poco eficaz y otro local para la vida diaria.

Posiblemente nuestra situación no sea aún tan extrema pero no parece exagerado decir que vamos camino a esa situación y que ésta sería en cierto sentido mejor que el caos y anomía de la etapa de transición.

c)A la luz del nuevo feudalismo aparece clara la relativa intrascendencia de muchas políticas sociales focalizadas en personas y no en los  barrios donde ellas viven y mueren. Si algo necesita la política social dominicana es un enfoque comunitario global con empoderamiento de las familias y asociaciones que deseen un barrio nuevo y que reciban  los recursos para hacerlo en un esquema urbano reformador. Lo que sobra de nuestras políticas sociales es el clientelismo partidista que añade más desigualdad  y alimenta más rencor y mayor impotencia de los desfavorecidos que por restricciones financieras serán siempre los más.

d)La bajísima retribución de la mano de obra asalariada calificada o no resta estímulo para un largo proceso de escolaridad. El Banco Mundial atribuye los bajos salarios a la poca preparación de la mano de obra promedio. Hipótesis distintas pondrían  más énfasis en el bajo valor agregado de las inversiones como efecto de su pobre tecnología, en la posibilidad de obtener grandes ganancias en un mercado laboral con mucha mayor oferta que demanda, en el impacto del consumismo sobre el margen de ganancias socialmente mínimo para que el empresario invierta o en una mezcla de estos  factores.

e)Cualquier cambio cualitativo de nuestras políticas sociales requiere un mayor presupuesto y un mucho mayor monitoreo y control del gasto público. El desprestigio concreto de los Gobiernos dominicanos como gerentes de servicios públicos (energéticos, educativos, sanitarios y policiales), el consumismo imitativo de  nuestra sociedad y el apoyo académico a políticas minimalistas de gasto público, es decir de impuestos, sugiere que todo aumento sustancial de éstos tiene que ir precedido de mecanismos concretos creíbles de orientación y control del diseño y de la ejecución presupuestal. Un punto importante de cualquier reforma de la Constitución debiera minimizar la extravagante independencia del Ejecutivo  en el manejo de los recursos públicos.

 3. Conclusión

El dualismo de nuestra sociedad avanza con la urbanización. Nuestras políticas sociales focalizadas en los individuos ignoran sistemáticamente el contexto social de las personas. La educación como opción económica racional para los pobres no resulta atractiva comparada con otras socialmente indeseables. La pobreza barrial exige un enfoque  más participativo y holístico de las políticas sociales, inversiones “de calidad” que permitan retribuciones satisfactorias y mayor control del gasto público incluso a nivel Constitucional como prerrequisito político de   una mejor distribución del ingreso.

Sin duda demasiados problemas concatenados entre sí. Afortunadamente la historia nos enseña que el desarrollo de los pueblos va resolviendo la maraña en función de las urgencias políticas en orden y manera imprevisibles. Ojalá.

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