Sociedad fallida

Sociedad fallida

EMIGDIO VALENZUELA MOQUETE
Tal como hace Estados Unidos de América que cuando los países pequeños no se portan bien, porque de alguna manera contravienen los dictados de nuestro “hermanito mayor”, no los certifica, por mejor decir los descertifica, de igual manera, hace unos meses que una organización internacional calificó de fallido al Estado dominicano. Como era de esperarse, esa afirmación causó cierto revuelo en el pueblo que se sintió zaherido en su estima.

No voy a ahondar en la génesis del calificativo en razón de que no soy experto ni conozco los parámetros para arribar a la valoración de que somos un Estado fallido, pero si el barómetro utilizado para endilgarnos el calificativo fue la energía eléctrica pienso que la entidad evaluadora se quedó corta, pues en torno al manejo y solución de esa crisis, más que fallido ha devenido en un estado prácticamente inexistente.

Haciendo abstracción de las razones o motivaciones que permitieron concluir en que el dominicano es un Estado fallido, mi convicción sincera y muy particular es que lo de fallido es la secuela directa de la descomposición y la degradación que han hecho de la dominicana -me apena decirlo- una sociedad fallida.

En nuestra sociedad el resquebrajamiento y la inversión de valores han desbordado los límites de la irracionalidad. El consumismo material y una competencia individual voraz y vacuna han alcanzado entre nosotros ribetes de hedonismo. La obsesión en procura de la fama y la celebridad se han convertido en un síndrome que avasalla nuestra cotidianidad.

La delincuencia ha hecho pasto de la tranquilidad y del habitad dominicano, que hasta no hace mucho tiempo era para el mundo un remanso de paz y sosiego, mientras la incertidumbre y el temor se han constituido en tragedia para nativos y extraños.

El colofón de esa sociedad fallida encuentra su acicate en la falta de credibilidad y sinceridad de un liderazgo institucional, político y social “fofo” además de prostituido, agregada a todo eso, la conducta alienada de un hombre común distanciado y huérfano de autenticidad, cuyo crecimiento social y económico está cifrado en la mentira y la pose. El empresariado, por su parte, que es el sector más pudiente de la sociedad dominicana, pese a sus esfuerzos se percibe como modelo a no seguir.

Para retratar de forma acabada el cuadro de la sociedad fallida a la que me refiero, el mayor aporte proviene del propio Estado dominicano, con el ascenso al poder de un nuevo gobierno cada cuatro años, en los cuales se enseñorean en un apretado maridaje el “populismo” y el “pragmatismo de la desvergüenza”, este último equivale a la zorruna expresión maquiavélica de que “el fin justifica los medios” que es lo mismo que decir que entre nosotros “todo se puede y todo se vale” lo cual se traduciría en la versión popular de que ya en la sociedad dominicana “E pa’lante que vamo” porque “to’e’to’ y ná’e’ná”.

Por si todo lo anterior fuera poco, a manera de abono para enturbiar aún más nuestra aquejada sociedad, los tres últimos estadistas que nos hemos merecido nos han legado estas tres personas; Balaguer, el más retorcido interiormente: “La corrupción se detiene en la puerta de mi despacho”; Hipólito, incapaz, el menos creíble y a juzgar por él mismo: “Todos somos corruptos”; Leonel al parecer el más sincero “Yo aprendí a hacer mañas”.

Algo más, las expresiones transparencia, lucha anticorrupción, pacto de civilidad y comisión de seguimiento, pese a su cacareo a través de los medios de comunicación, no van más allá de su significado literal y no pasan de ser vocablos con carácter de sainete y falsía pública, cuyo contenido no se lo creen ni los mismos que los promueven y mucho menos los que los suscriben ante flashes alegres y hermosas gráficas periodísticas.

No me es dable terminar si no digo, copiando al maestro Eugenio María de Hostos, que todo lo narrado me produce asfixia moral, pero como dominicano me enternece y me sirve de bálsamo espiritual que Jorge Luis Borges, titán supremo de la literatura universal dijera de uno de los nuestros, Pedro Henríquez Ureña, junto a José Martí, que el que no los había leído no sabía de la fascinación de la palabra.

La sociedad está fallida, el hombre con su veleidad y su vanidad va y viene, pero por encima del tiempo y del espacio nos queda lo de más valía: La Patria y las hermosas letras de nuestro Himno Nacional.

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