Sociedad histórica y sociedad no histórica

Sociedad histórica y sociedad no histórica

MANUEL SEVERINO
NEW YORK.-
Como en fechas anteriores, el reciente aniversario del golpe de estado de 1963 fue tema de especial reflexión para  intelectuales y periodistas dominicanos que, salvo contadas y no sorpresivas excepciones, conciden al subrayar el caracter dañino que tan triste acontecimiento ha tenido en la vida institucional del país. Siempre he creído que para entender claramente la situación creada para llegar al golpe de Estado hay que ilustrar honrada y pormenorizadamente a las generaciones que no vivieron el proceso de cambio registrado en el país desde que fue posible desmantelar el andamiaje de terror de la dictadura. Lo primero que se exige es poner en relieve las complejas circunstancias que lo caracterizaron, así como las componendas de que se valieron los grupos más recalcitrantes para capturar el gobierno y ponerlo al servicio de  sus intereses y los de sus asociados, tanto durante el periodo que se llamó de transición, como bajo la administración con que esos grupos contemplaban adueñarse de la hacienda pública ganadas, como era su aspiración, las elecciones del 20 de diciembre.

No hacia falta ser «científico social» para establecer con toda claridad los propósitos animados por los nada inocentes creadores de Unión Cívica Nacional, convertida en partido político antes de establecer las reglas bajo las cuales se habrían de celebrar las primeras elecciones libres en casi 50 años. Situados sus principales gestores en el Consejo de Estado, fácil parecía para ellos colocar en la  Presidencia de la República al médico del discurso del ¡Basta ya!, a quien, según los cálculos por ellos adelantados, les sería fácil manejar como una especie de títere con la verdadera dirección del poder no precisamente en la edificación palaciega de la calle Moisés García.

Por lo que hasta ahora he leído, el proceso que va desde la creación del Consejo de Estado, pasando por expulsión de Balaguer hasta el mismo 25 de septiembre, no ha sido estudiado con todo detalle y es mi parecer que ese lapso ha debido exigir mayor atención de los historiadores realmente interesados en que la verdad reluzca. Y no solo para que se conozcan los verdaderos propósitos de cada movimiento falsamente civilista que hacían los jefes mas visibles como los que actuaban tras bastidores de Unión Cívica Nacional, sino también para establecer, cómo, muchas veces, sin disimularlo siquiera, desde el mismísimo Consejo de Estado se fueron creando las bases para lo que sería el gobierno del Basta Ya, y la prevista captura de la muy rentable administración del erario público.

En esos tiempos, pese a que todavía no había empezado a expresarse con la patente de corso con que mas tarde la veríamos relucir, la corrupción dentro de los mecanismos del Estado tenia, sin embargo, una presencia notable,  y no es de dudar que ciertos espectáculos circenses _entre ellos algún que otro proceso judicial_ estaban destinados a entretener demagógicamente al pueblo y a distraer su atención de manejos nada honrados que implicaban el saqueo del patrimonio del Estado.

Conocidas, pues, las circunstancias que como he dicho fueron características de este proceso, y añadiendo a ellas las abiertas gestiones conspirativas de los golpistas del 63, lo mismo que la resistencia de los grupos más conservadores a reconocer la necesidad de reformar un sistema gubernativo que durante décadas había sido la negación del estado republicano democrático, incluso en sus formas mas elementales, es realmente penoso que el historiador Frank Moya Pons, en su Manual de Historia Dominicana, se atreva a firmar que el derrocamiento del profesor Bosch tuvo su origen en la «incompresión» que el mandatario mostró por la sociedad dominicana de la época.

Pero ni Moya Pons ni nadie que hasta por afición se autoproclame historiador, está autorizado a sostener semejante afirmación, refiriéndose a un período que, por haber quedado lejos de su directa observación, debió exigir de él un examen mas atento a fin de  evitar una interpretación demasiado facilona, que por su caracter antojadizo no resiste, lo sostengo yo, que no soy historiador, el análisis de una ponderación exhaustiva.

Se trata de una apreciación tan gratuita como falsa, que por su misma naturaleza puede servir hoy de comodin a  reconocidos agentes del derechismo más retardatario. Edward Gibbon escribió que la verdad es la primera virtud de la historia. Y he aquí que la supuesta precariedad de los testimonios que obrarían en contra de lo que afirma Moya Pons,  puede ser equivalente a la discutible suficiencia de los testimonios de que el historiador se valdría para insinuar que Bosch, como gobernante de ideas modernas, no calificaba para encausar el país por el camino de la reivindicación de sus aspiraciones democráticas, así como para sacarlo del atraso político y social en que se hallaba estancado.

Pero, además, ¿a cuál sociedad se refiere Moya Pons?  No será, precisamente a la parte de ella que votó mayoritariamente por Bosch. No, jamás; supongo que el historiador se refiere a la sociedad de aliento clerical que estaba detrás de Unión Cívica  Nacional; la que auspició de muchas maneras, ocultas y abiertas, el golpe de Estado, con una visión tan miope que ni siquiera previó a lo que llevaría el país un gobierno de facto. De esta consideración se puede derivar la convicción de que a través de su historia, en la República Dominicana han existido yuxtapuestas, más de una sociedad: una que es presentada como una sociedad histórica y la otra una sociedad no histórica. Es decir, vivimos en una sociedad escindida ¿Es que esa sociedad a la que se refiere Moya Pons, no es la expresión de la hoy es denominada sociedad civil?  Ha faltado que quienes de tal manera la bautizan, asignen la denominación correspondiente a la otra sociedad, la no histórica, esa a la que en la escala de la calificación social es frecuentemente degradada y humillada. Y ha sido esa, precisamente, la victima gratuita de los que en septiembre del 63 como en la actualidad siguen derivando la mayor rentabilidad de nuestras insuficiencias sociales, de las que no son inocentes.

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