Sócrates no dejó nada escrito. La humanidad no cuenta con documentos que nos hablen de cuáles fueron sus verdaderas ideas. Lo poco que se conoce es a través de sus discípulos, principalmente por Platón, quienes reproducen varios de sus diálogos. Cuentan sus discípulos que Sócrates, a pesar de ser un ateniense de un origen muy modesto, pudo destacarse por sus grandes cualidades. Aseguran que era un hombre respetuoso de las leyes, honesto, sobrio, virtuoso y extremadamente inteligente. Adelantado a su época, fue condenado a muerte acusado de corromper a la juventud con sus enseñanzas.
A través de su método, conocida como la mayéutica, desarrollaba discusiones que tenían como fundamento la defensa de la virtud y de la moralidad, ataques directos a los gobernantes de su tiempo. Combatió también a los sofistas por considerarlos falsos filósofos, que se presentaban como sabelotodos, pero que no sabían nada y querían enseñarlo todo. Su posición crítica con la sociedad de su época lo convirtió en desafecto del régimen, llevándolo incluso a ser condenado inevitablemente a la muerte.
Durante sus años como maestro y filósofo, Sócrates se centró en el análisis de los problemas morales, pero todo sobre todo en la búsqueda necesaria de la virtud, el timos, como la definía; virtud que ante todo debía ser el norte y guía de los gobernantes. Sostenía que los valores éticos, acompañados del timos debían de tener un fundamento absoluto en la vida social.
La filosofía socrática está contenida en su método de enseñanza. Como puede apreciarse en numerosas imágenes reproducidas por los artistas de su época, Sócrates no tenía un local especial donde enseñar. Caminaba por las calles con sus alumnos y a partir de la observación crítica de la realidad misma, extraer enseñanzas.
Con el juego de preguntas, aparentemente sencillas y sus respuestas, Sócrates trataba de que su interlocutor encontrara por sí mismo sus respuestas. Afirmaba que cuando uno reconoce su propia ignorancia, iniciaba el principio de la sabiduría, ya que la verdad estaba en cada persona y sólo había que descubrirlo. Su papel como guía era servir de ayuda para que cada quien sacara a la luz su propia verdad.
He querido hacer esta pequeñísima disquisición, porque como dice el profesor
Alberto Valencia Gutiérrez, la educación debería retomar el diálogo como el verdadero método de enseñanza. Como bien afirma este profesor colombiano, los maestros en nuestras clases cotidianas, hemos arraigado la presentación de la verdad como algo acabado e incuestionable. En sus propias palabras La educación, desde este punto de vista, sería entonces el acto a través del cual un maestro que posee un saber porque se supone que sabe lo comunica a otro que carece de él. Cuando alguien posee la verdad sólo es posible el monólogo, ante un auditorio pasivo.
Creo, como este profesor, que hoy más que nunca se necesita una enseñanza que construya verdades a través del diálogo creativo, para poner fin a todos los totalitarismos. Como afirma este autor: El diálogo entre diversas posiciones no sería entonces la simple aceptación resignada de un hecho inevitable, sino el reconocimiento, como en la mejor tradición liberal, del carácter creador y productivo de la diversidad de miradas sobre el mundo.
Yo concluyo que necesitamos todos convertirnos en maestros alumnos, como hizo el Sócrates de la antigua Grecia. Debemos descubrir la verdad que cada uno tiene, uno camino de construir una contracultura a la violencia física y verbal que hemos heredado y desarrollado, para propiciar una cultura del diálogo, de la discusión abierta y sana, único camino, y estoy convencida de eso, de enfrentar el futuro incierto que se nos presenta. Sobre esto sigo en la próxima semana.
Ya no entiendo nada de mis propias respuestas, dice Entydemo a Sócrates, que lo interrogaba sobre la naturaleza de la justicia.
Pero, Entydemo, replica Sócrates, si alguien quisiera decir la verdad y no hablase nunca de un mismo modo sobre las mismas cosas; si dijese de un mismo camino ya que conduce al oriente ya al occidente, y si al haber una suma resultara a veces más y a veces menos, ¿qué dirías tú de aquel hombre?
Que no sabe lo que pretende saber.
¿Conoces gente de las que llaman serviles?
Seguro. Es claro que es a causa de su ignorancia; pero, ¿es porque ignoran al arte de trabajar el cobre que se les da ese nombre?
De ningún modo.
¿Es porque no saben el oficio de albañiles?
Tampoco.
¿ Porque no saben hacer zapatos?
Seguro que no; es todo lo contrario, pues de ordinario los que mejor saben esos oficios son de condición servil.
¿Entonces se da ese nombre injurioso a los que ignoran lo que es la belleza, el bien y la justicia?
Así lo creo.
Esfuérzate, pues, para no ser contado entre los espíritus serviles.
En verdad, Sócrates, yo me creía muy avanzado en filosofía y pensaba haber aprendido por ella todo cuanto conviene a un hombre que busca la verdad. Figúrate cual es ahora mi desaliento al ver que, como fruto de tantos esfuerzos, ni siquiera puedo contestar a las preguntas que se me hacen a cerca de lo que importa tanto saber y cuando no conozco camino alguno que pueda conducirme a mi propio perfeccionamiento.
Diálogo entre Sócrates y Edytemo