Sófocles, Incháustegui y las publicaciones del Banco Central

Sófocles, Incháustegui y las publicaciones del Banco Central

Nada tienen que ver estas líneas con mi alta valoración a las virtudes humanas y culturales del presidente del Comité de Publicaciones de nuestro Banco Central, el talentoso y laborioso José Alcántara Almánzar, aunque sí quiero expresar mi regocijo por la enorme importancia del apoyo que el Departamento Cultural que él dirige ha recibido del gobernador Héctor Valdez Albizu.

En un país como el nuestro, en el cual todavía asombran las incongruencias, la vigencia de lo transitorio, la persistencia de las ofertas y promesas no cumplidas, las inusuales conductas sólidas nos otorgan vivificantes dosis de oxígeno y de esperanza.

Entre las publicaciones que recibo como obsequio del Banco Central, una de las últimas se titula “Seis asedios a la literatura latinoamericana” cuyo autor, Apolinar Núñez, tuvo el privilegio de contar con la cercanía de Héctor Incháustegui Cabral en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra de nuestro Santiago, que es el primero de América.

Lástima que nuestro admirado y querido amigo Héctor accediera, por patriotismo, a formar parte de un gobierno como el de Antonio Guzmán, aunque éste fuese honesto y bien intencionado. Las tensiones y obnubilaciones enfermaron su vida, no preparada para el cercano encuentro con sórdidos aspectos de la miseria humana, y su salud –ya debilitada– no pudo resistir tal impacto, arrastrándolo al alivio ignoto de la muerte.

Fue durante el tiempo en que él ocupaba la función de director general de Bellas Artes, un extraño tiempo en que, en plena Era de Trujillo, las cosas parecían estar en su justo sitio, fue entonces –repito- cuando traté de cerca a Héctor Incháustegui.

Nunca había encontrado igual aceptación a mi inexplicable interés por la cultura griega. Yo lo encontraba todo allí.

En cierta ocasión, rodeados por el espléndido mobiliario y decoración del despacho del director en el recién inaugurado Palacio de Bellas Artes, entre cuyos objetos se encontraba un maravilloso colmillo de elefante tallado de manera prodigiosa por expertos artistas del marfil, Héctor, leyendo algo que yo había publicado, me aconsejó: “Jacinto, nunca te alejes de los griegos. Ahí está todo”.

Lo sigo creyendo.

Al humano no lo inventaron ahora. Sus defectos –nuestros defectos– no son nuevos, no son hijos de la cibernética ni la robótica, ni de lo nuevo con que nos sorprendan científicos insomnes ganosos de gloria.

Son los viejos defectos. Las viejas virtudes. Las viejas expectaciones. Las viejas esperanzas de conocimientos inalcanzables a los cuales apenas tocamos con los indudables progresos de la ciencia.

El misterio se queda allí, donde estaba. A otra distancia, con otra perspectiva y otras preguntas cada vez más complejas e ininteligibles.

La trilogía teatral de Héctor Incháustegui, cargada de sabios y emotivos versos, basada en tres obras griegas: el “Prometeo” de Esquilo, el “Filoctetes” de Sófocles y el “Hipólito” de Eurípides, constituye una obra maestra. El trabajo de Apolinar Núñez acerca de Filoctetes es resultado de un estudio cuidadoso y profundo. Personalmente Filoctetes, cuya escenificación presencié en el teatro del Palacio de Bellas Artes en 1963, es una obra que me impacta grandemente… tanto como “Edipo rey”…que es mucho decir, ya que Aristóteles admiraba esta última como “la tragedia perfecta”… y lo sigue siendo.

Quiero felicitar a las autoridades del Banco Central por la fidelidad entusiasta a la difusión de la cultura desde una apertura ancha.

Múltiple, inteligente y justiciera.

 

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