Soga con nudo

Soga con nudo

Llegué a esta historia por el gracejo que ponía el profesor Carlos Curiel I. en los temas que requería ese talento.

Fue un profesor preparado, responsable con dominio de varias materias y capacidad todavía para hablar cinco o seis idiomas.

Me tocó estar en un aula de sétimo grado educación intermedia de entonces. Dos años después lo vi en la Normal de Varones. Allí me tropecé con él en el último curso del bachillerato: cuatro materias (Moral Social, Sociología, Literatura y Latín). Los otros maestros se repartían las seis materias que restaban para culminar con el pénsum del bachillerato.

Lo sabíamos muy ligado a las letras, especialmente a la Literatura Española y Dominicana.

Siempre fue el educador comprensivo, orientador, presto a contestar una pregunta, aunque no viniera al caso, y mencionar rápidamente una o más listas de bibliografías, para prestar un texto a cualquier alumno, cuando no se conseguía en las librerías o el alumno no contaba con recursos.

Una o dos veces nos contó la ocurrencia, en su pueblo, de apodar como La Soga, a aquella joven muy alta pero delgadísima que fue muy conocida en el Macorís del Mar de aquellos tiempos.

El maestro reiteraba que, aunque altísima, se reconocía que era agraciada en varios aspectos: su sonrisa, sus ojos…

Pasaron días, semanas, acaso uno que otro años, no muchos… Al fin se acercó un enamorado y, cuando se concretizó el noviazgo, fue un campanazo de gloria de uno a otro confín en San Pedro de Macorís.

El profesor Curiel fue mi profesor para los últimos días del trujillato; cuando no estaba preso lo andaban buscando, por una u otra razón. Vaya usted a saber.

En uno de esos “te agarré” de la dictadura, me interesé por uno  de los libros que siempre tenía en la sala para descansar, entre los cambios de horario.

Allí estaba, entre otras, la “Teoría Literaria” de Gayol Fernández, edición de La Habana, y comencé a leerla. Al concluir hice encuadernar de material azul y la retuve con fruición especial, aunque un tanto cariacontecido.

Para esa época yo había llegado a ser maestro de Lengua Española en la misma escuela de educación secundaria.

A los pocos días de don Carlos haber alcanzado su libertad, llevé la Teoría Literaria de Gayol Fernández y la entregué a su propietario.

Le dije: Profesor. Yo la tomé para los días en que usted estuvo preso. Y todavía más.

El doctor Curiel pasaba sus manos a portada y contraportada, y empezó a hojear el texto. Al fin me extendió su libro, y sólo me dijo: Quédate con él.

Sentí un gran regocijo, tanto por la libertad del maestro y como por la donación del libro que todavía conservo.

Seguimos caminando por uno de los pasillos del liceo. Tratamos uno que otro tema, y no sé cómo vino a mis recuerdos la figura de La Soga. Le pregunté, y respondió:

Después de tantos años de haber salido de mi pueblo, no sé cómo anduvieron las cosas… Sólo puedo decir que al matrimonio lo siguió el embarazo. Al crecerle la barriga, le pusieron a la consorte: “Soga con nudo”. ¡Vaya ocurrencia!

Publicaciones Relacionadas

Más leídas