En una sala de guerra del Ejército israelí donde se decide a quién disparar y a quién no en Gaza, el reservista Michael Ofer Ziv llegó a escuchar la frase “no hay inocentes en la Franja”, y vio un ansia de venganza entre sus compatriotas y un inmovilismo hacia la paz de su Gobierno que le empujaron a convertirse en uno de los más de 130 soldados que públicamente se niegan a volver al enclave.
Suspendido del Ejército por decisión propia, Michael explica en una entrevista con EFE cómo en ocasiones, cuando sus drones captaban la imagen de un palestino, él y sus compañeros debatían si abrir fuego a pesar de que la probabilidad de que fuera civil era del 50 %- “Ellos dirían que no era tan malo, que matar a lo que llamaban un ‘presunto civil’ no era lo peor que podía pasar».
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Él es uno de los 130 reservistas que el 9 de octubre firmaron una carta dirigida al primer ministro, Benjamín Netanyahu; al ahora destituido ministro de Defensa, Yoav Gallant; y al jefe del Estado Mayor, Herzi Halevi, negándose a volver a combatir si el Gobierno no buscaba “inmediatamente” un acuerdo que saque de Gaza a los 97 rehenes que siguen en el enclave desde su secuestro por Hamás.
Desde Refuser.org, plataforma internacional que presta asistencia a objetores de conciencia israelíes, Matan Helman y Shimri Zameret, director y presidente de la organización, respectivamente, y también objetores, estiman que el número de los que han desertado públicamente ha subido desde que comenzó la guerra hasta los 165.
El Gobierno de Netanyahu defiende que no parará su ofensiva en la Franja, que deja más de 43,700 muertos, hasta lograr tres objetivos- destruir a Hamás, rescatar a los rehenes y devolver a los evacuados de la frontera.
Sin embargo, parte de la ciudadanía israelí ve en el curso de la guerra cada vez más distancia con estos objetivos, y muchos denuncian que el conflicto se prolonga más de un año por intereses particulares del primer ministro, que busca conservar el apoyo de sus socios extremistas, los ministros Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich, y esquivar el juicio que enfrenta por corrupción desde 2020. “No creo en la misión”, lamenta Max Kresch, que también firmó la carta contra la guerra. “No creo que el Gobierno esté haciendo todo lo que puede para rescatar a los rehenes, y tampoco creo que tengan en cuenta mis intereses ni los del país. Lo único que importa es la supervivencia política de Netanyahu”, afirma.