Soledad, cotidianidad y viajes en tres cuentistas actuales

Soledad, cotidianidad y viajes en tres cuentistas actuales

Estos datos sirven para ver de qué manera los ubicamos en el devenir de una literatura que se hace en el tiempo. Pero son afirmaciones extraliterarias, porque no están enfocadas en interpretar lo que dicen los textos y comprender la obra artística como una mediadora de la búsqueda de la libertad, o la construcción de modelos para la vida. Esto, si no quisiéramos ver el arte como una estructura superior y autónoma. Lo miramos como parte de una cultura que se hace y deshace en el tiempo. Y esa es su propia historicidad.
Los cuentos que aparecen en la antología “En tránsito” (2017) parecería que representan el escribir y el decir de esos autores y su participación en la construcción del manto anchuroso de nuestra literatura dominicana. Pongamos que sólo representan esta selección de este conjunto y que demuestran hasta dónde este conjunto podría ser paradigma de lo que se ha escrito.
Vamos a los textos. “Oficio de ocioso”, de José Enrique García, está muy bien escrito. Ya el autor nos había dado una novela “Una vez un hombre” (2001) y dos libros de cuentos, “Contando lo que pasa” (1986) y “Juegos de villanos” (2001). La historia es la de un hombre común, un funcionario minúsculo y sus obsesiones. La vida en la familia. Un cuento de la vida urbana. Cuando lo terminamos podemos valorar la capacidad narrativa, el lenguaje, pero hay algo que está ausente en este texto: el interés por la forma. Lo narrado está dado dentro de una cierta tradición, pero no hay búsquedas expresivas. Por lo que la historia a medias convence y el tema se agota en la lectura. Ya el autor mostró ser parte de una cultura retro, volver a la montonera. Como Tomás Hernández Franco en “Cibao”, José Enrique vuelve al mundo rural en su novela de 2001 y un tanto en “Contando lo que pasa”, de 1986.
En este libro se perfila la narrativa del autor, un poeta que escribe cuentos. Sabe desligarse de la forma poética para narrar historias. Las de él brotan de la vida cotidiana, tanto en los pueblos y su relación urbano agraria y la ciudad de Santo Domingo. Es su crónica un narrar el mundo minúsculo de personajes intrascendentes. Bien escritos, sus cuentos parecen no tener un gran interés en trabajar la forma. Hay una comodidad en la narración, que remite a una teoría ya dada. La historia es lo importante. El cuento debe elaborar con mayor tensión la fábula; el artista necesita usar los distintos recursos de la lengua y del género para crear atmósferas verosímiles y que alcancen a desbordar la escritura del cuento como género sumamente problemático. Es decir, estructuras únicas que dialogan con otras estructuras poéticas. Formas que atrapan al lector en la magia.
Por otra parte, el cuento “La maldición”, de Rafael Peralta Romero, apenas podría catalogarse dentro de este género. Es una narración confusa desde el punto de vista de la construcción de la historia y más bien podría leerse como un apólogo, una estructura que pretende mostrar una enseñanza que como el desarrollo de un conflicto que busca ser resuelto. No podría leerse dentro de acciones humanas paradigmáticas, ni tan siquiera dentro de una escritura de lo absurdo o como parte de un surrealismo. Más bien es una atmósfera del asco lo que presenta y un sentido de estupidez de los personajes. Al final, el autor trata de elevar las acciones ininteligibles a una esfera de las distintas perspectivas de los actantes mencionados en el último párrafo. Esto sólo demuestra debilidad de la historia narrada. Es necesario leer más la escritura de este autor para poder contextualizar esta obra dentro de su narrativa. Tal como aparece, no es un cuento que tenga la trascendencia esperada.
El cuento siguiente, “Sade”, (“El nombre olvidado”, Callejón, 2015), de René Rodríguez Soriano, es un texto breve que podemos leer dentro de la escritura de este autor. La historia muestra el tránsito de un fotógrafo dominicano, pequeño trotamundos, afortunado con poner la belleza en la cámara oscura; diestro en abrir el diafragma, tocar el obturador para plasmar la luz. Dichoso en trabajar para recopilar la historia instantánea de los niños. El tema, sin embargo, es muy universal, la soledad. El cronotipo es diverso: Santo Domingo, Miami, San Juan, el mundo del Caribe. La nostalgia de un paisaje, la imposibilidad del regreso; la ausencia y la ternura quedan en él fijadas.

La historia está narrada por un personaje homodiegético, personaje preferido por el autor en muchos de sus cuentos y que le da un envío para que el lector fabule entre el discurso literario y el discurso biográfico. Tiene la particularidad de contar una vida; pero lo lleva al plano universal. La soledad humana, la búsqueda de la belleza en el cuerpo femenino; la dicha del hombre ante el milagro de lo cotidiano, tan hermosamente tratado en otros cuentos de Rodríguez Soriano, como los del conjunto “La radio y otros boleros” (1977).

He dicho en otro lugar que su narrativa exalta la vida encontrando en la maravilla un horizonte de espera. El personaje se encuentra atribulado, la soledad y la negativa a regresar. Sólo le queda el paisaje de la zona norte de la Española, Puerto Plata, Samaná. Una mirada al mar Caribe. Sabe que tiene objeto maravilloso que es una canción, sabe es la maravilla entre los distintos heterónimos que plantean la idea de una transformación, una metamorfosis, que va de Kafka al Marcio Veloz Maggiolo de “La fértil agonía del amor”.

Sade es el objeto que se quedó, que no se puede recuperar, pero que sigue en la memoria como la entrada al sentimiento de felicidad (eudemonía): “era algo así como mi talismán para navegar la soledad hacia puerto seguro cada tarde en cualquier parte del mundo…” (p. 71). He ahí el sentido epifánico. El hombre y su búsqueda: sentarse frente al televisor, esperar el mundo que soñamos y transportarse a un pasado de ensoñación que parece ser mejor. En este cuento, hay un narrar la caída y abrir un horizonte de esperanza, que sólo se puede recuperar en el recuerdo. Rodríguez Soriano revisita su propia obra, como en “El mal del tiempo” (2007); ese tiempo ha traído la desesperanza, pero existe la belleza, ahí nos queda el arte para construir fantasía, una fantasía que también es cotidiana.

Aunque “Sade” no es uno de los textos emblemáticos del autor, en síntesis, su narrativa, temas, tiempo y espacio. Por lo que dentro de este grupo de escritores, es verdad de Pero Grullo que René Rodríguez Soriano es un narrador de mayor agarre y quien ha dedicado mayor energía a este tipo de creación artística.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas