Soledad y los difíciles años de 1960

Soledad y los difíciles años de 1960

A María Soledad le tocó el sufrimiento de los difíciles años de 1960, cuando el Movimiento Popular Dominicano (MPD) se instaló en el país. Máximo López Molina, su esposo, debió ocultarse por la persecución y ella fue el rehén de la guardia represiva que la buscó ametrallando el vecindario como en una guerra. Fue torturada física y emocionalmente pese a estar embarazada. Cuando la libertaron tras meses en solitaria, no encontró ni una silla en su humilde vivienda de San Carlos.

Quedó en la calle hasta que amigos solidarios le albergaron junto a su inseparable madre.

Fue la tercera cónyuge del legendario fundador del partido marxista al que conoció por su amistad con Andrés Ramos Peguero, otro histórico militante de la izquierda que cayó preso junto a ella. Pero el matrimonio fue fugaz y los momentos de amor resultaron escasos. Máximo no conoció a su hijo hasta 1993 cuando vino a Santo Domingo en un viaje instantáneo, franqueado por “la madame”, la consorte que dirige sus pasos y decisiones y que ha llegado a “boicotear” la relación con su prole, según testimonia este retoño al que el padre quiso que lo visitara en París y hasta le envió el pasaje pero la dama lo impidió, dice. Algunos de sus hermanos se han cambiado el apellido debido a la actitud de la señora, confiesa.

Sin embargo, esta pareja madre-hijo que es vivo reflejo de la ternura, no guarda rencor hacia el ardoroso líder. Máximo se siente orgulloso de las luchas que libró su progenitor y procura seguir su ejemplo. Considera que tiene “una inmensa responsabilidad” por descender “del hombre que trajo al país el pensamiento marxista-leninista”.

Soledad, como la llaman, conoció a Máximo en la calle Estrelleta, se lo presentó su prima María Antonieta Baik de la Rosa (Tony), compañera de Andrés. Máximo vivía en la misma vía junto a su madre Ángela y sus hermanas Ivonne, Gladys y Nilsa.
Lo de ellos fue amor al instante. La joven, consagrada maestra llegada en 1950 de Barahona, era culta, talentosa, hermosa y patriótica.

La preparación intelectual se refleja en su conversación espontánea.

Es admirablemente lúcida pese a sus 88 años en los que solo ha mermado la visión. Nació el 8 de julio de 1928, hija de Francisco Manuel Díaz y Altagracia de la Rosa.
Vio en Máximo “su personalidad y su intelecto, no me casé con él por belleza ni por dinero. Era una lumbrera hasta conversando. Su charla era limpia, pura, fluida, era intelectualmente más avanzado que yo, que lo interrumpía y le decía: explícame eso. Aprendí mucho de él”.

“Recuerdo su participación en la guerrilla de Cevicos, el acoso de Balá, de la Policía. Una vez tuvo que tirarse de un segundo piso y lo escondieron unos chinos”.

Soledad cargaba en su mente el tormento del marido amenazado, clandestino, y el del hijo que llevaba en su vientre. En las celdas de la Policía y de La Victoria se tocaba la barriga y sentenciaba: “Hijo, esto no existe, el mundo es bello, tu padre está luchando por ti, yo estoy luchando por ti. Eres un niño rico, poderoso, me tienes a mí, a tu abuela, no está pasando nada”.

Él sacó su ternura, su responsabilidad y la entrega al trabajo aunque lleva un tiempo desempleado. Es como un lazarillo cariñoso que la sostiene y la guía.

Eternamente deportado. Dice que Máximo vivía “eternamente preso o deportado”, y relata que al arreciar la persecución contra el MPD “vivíamos primero en la calle Montecristi y después en la Salcedo porque los allanamientos nos obligaban a mudarnos, pero mi peor pesadilla comenzó cuando me llevaron presa en 1962”.

El sonido de la maquinilla de escribir en la que Máximo pasaba el día los delató. Un vecino lo denunció y López Molina pudo escapar y ocultarse en una finca que le habían facilitado al Partido en la autopista Duarte. Pero Soledad, Andrés y Tony fueron sorprendidos por un contingente “que comandaba Morillo López, quien se presentó con el delator, al que habían golpeado para que hablara. Andrés se entregó. Nos metieron en un carro y César Rojas, al que Morillo llevó para obligarlo a ubicarnos, pudo escapar”.

A ellas las presentaron donde Belisario Peguero que les preguntó si eran las “comunistas mata policías”. “Tú lo has dicho”, contestó Soledad y las encerraron en una celda inmunda donde las mantuvieron tres días de pie, incomunicadas.

La permanencia en las cárceles constituyen una espantosa película de terror que involucra nombres inimaginables como el de Luis Amiama Tió de quien asegura que “reunió policías y les ordenó buscar cinco pesos para dárselos a las presas y que nos golpearan”.

-¿Luis Amiama? ¿Está segura?, se le pregunta con sorpresa.

“Ese mismo, contesta. Él sabía quién era yo y yo le conocía muy bien porque lo ayudaba con la nómina de transporte La Cigüeña cuando yo trabajaba en Rentas Internas”, declara. Narra que “a Tony le rompieron el tabique y a mí me hundieron el cráneo”. Una de las presas había sido su alumna y al reconocerla “hizo bando con nosotras” hasta que las separaron. A las dos activistas del MPD las metieron en solitaria.

Las lágrimas bañan su rostro. “Me duele el alma mencionar esa palabra”, comenta al reponerse. Les colocaron un policía con ametralladora para vigilarlas, lo que unido a sonidos intermitentes de un inodoro las ponía nerviosas.

Paradójicamente, un calié de Trujillo apodado “El tíguere de Bonao” y el jefe de La Victoria, “Luis Bombita”, que había amenazado a Soledad, les daban de comer, al igual que Gadala María, también preso. Rafael Valera Benítez y “Norma” las localizaron y presionaron para su libertad.

Después vino el proceso judicial. Martín José Elsevif, hermano de crianza y tío de Máximo y Miguel Vásquez Fernández fueron sus abogados. El fiscal, Figuereo Méndez, fue amenazado por emepedeistas para que no las condenaran.Las soltaron y

Soledad fue acogida por Salvador Baik García en la calle Altagracia esquina Benito González. “Él era pobre y lo que pudo darnos fue una cocinita y una colombina que llegaba hasta el suelo”. Marina Mieses de Bujosa le envió una blusa, una falda y dos o tres pesos “y yo comía porque Teresa Rojas, hermana de César, tenía una fonda cerca del mercado”.Pasaba los días bordando un “yaquecito” para acompañar un par de

medias que pudo comprar para el bebé que esperaba. “Máximo ya estaba deportado, primero a Opaloka y luego a París. No lo he vuelto a ver jamás”.

El niño nació el 6 de diciembre de 1962 y otro samaritano, Jacobo Holguín, les proporcionó techo.

La eterna despedida no afectó los sentimientos emepedeistas de Soledad. “¡Sigo siendo Rojinegra, Patria o Muerte!”, exclama.

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