Solidaridad

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El país debe responder de manera solidaria para ayudar a superar en el más breve plazo las calamidades provocados por el paso de la tormenta Jeanne por el territorio nacional.

Aunque corresponde al Gobierno la responsabilidad primaria de brindar auxilio a los damnificados, las graves limitaciones financieras del sector oficial no permitirían acometer las tareas de reconstrucción con la premura que amerita el caso.

La gente en las zonas devastadas por el viento y las lluvias de Jeanne requiere alimentos, agua potable, una intensa campaña de vacunación, ropa y que se les ayude en la reparación o reconstrucción de viviendas. Aparte de eso, hay que reponer puentes, rehabilitar caminos y carreteras y construir drenajes para desaguar zonas agrícolas anegadas.

La solidaridad de organizaciones y empresas es necesaria en estos momentos, primero porque hay que salirle al paso a eventuales brotes de enfermedades infecciosas, y segundo, porque la situación deficitaria de las finanzas del Gobierno deja poco margen para hacer a tiempo todo lo necesario para restablecer la normalidad de la vida en las zonas perjudicadas.

Cuando la tragedia azotó Jimaní, dimos una gran muestra de solidaridad para con sus habitantes, reuniendo y enviando ayuda para mitigar los efectos del desastre. Nada nos impide repetir esta obra de amor. La solidaridad no tiene precio ni cuantía, sino un valor inmenso que enaltece a quien la da y reconforta a quien la recibe. Manos a la obra.

¿Sí o no?

La reparación del puente Juan Pablo Duarte costaría unos US$14 millones, según cálculos que hiciera a principios de este año la secretaría de Obras Públicas.

Esa reparación estaba entre las prioridades del anterior Gobierno en el presupuesto de este año, pero los fondos fueron empleados en otros menesteres bajo la razón o pretexto de que las calamidades financieras forzaron el cambio de planes.

Tenemos, pues, una vieja estructura de metal y hormigón que apenas soporta circulación de vehículos en uno solo de sus cuatro carriles. Su deterioro se multiplica al mismo ritmo que crecen los riesgos de que colapse por efectos de debilitamiento sumado al peso de los muros de concretos que delimitan el único carril utilizable y la energía cinética causada por el rodamiento de los vehículos.

La utilidad del puente Duarte es indudable, como medio de flujo de vehículos en sentido Oeste-Este. Aún limitado a un único carril, ese puente compensa los inconvenientes que se derivan de la configuración de sentidos del puente Juan Bosch, que tiene un único carril con circulación Oeste-Este.

Probablemente, en medio de las precariedades financieras actuales, para el Gobierno resulte cuesta arriba pensar en asumir los costos de la reparación del puente Duarte, que a los precios actuales costaría más que lo que costó la construcción del puente Juan Bosch.

De lo que no cabe duda es de que las necesidades de circulación imponen que se barajen fórmulas, entre las cuales estaría la reparación del puente Duarte. Sería conveniente que las autoridades hagan un estimado de lo que costará no hacer esas reparaciones y que en el cálculo se incluya entre las variables el riesgo de un colapso, que ha sido advertido con reiteración por conocedores de la materia.

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