La palabra mochilero remite a libertad, a plenitud, ir de un lado a otro sin mayores preocupaciones, agobio de pesos materiales, ni rutas complejas. Una apuesta a lo que depare el destino, pernoctar al aire libre, en bosques, casas de campaña, convivir con desconocidos, agenciarse alimentos. Es un estilo en el que la independencia tiene como aliada esencial a la solidaridad.
La organización es cardinal para cubrir aspectos neurálgicos, como ingresos que permiten continuar la marcha, en una red de apoyo tejida desde lo más básico hasta lo más formal.
Así funciona, lugareños hospitalarios abren sus puertas y su alma, viajeros prestan sus casas a otros, pequeños comerciantes donan frutas y vegetales sin lozanía pero con nutrientes, establecimientos implementan voluntariados de cuatro a seis horas diarias por hospedaje y comida.
En esta interrelación, la tecnología tiene un papel relevante. La descripción de la chilena Marcia L. Arriagada arroja luz sobre su manejo. Las posibilidades incluyen app que fomentan el préstamo de viviendas, rastrear en la web lugares para ofrecer servicios y páginas de suscripción pagadas por mochileros en disposición de ser voluntarios y por dueños de lugares que motivan la simbiosis.
Comunidades virtuales publican opciones de todo el mundo y de todo tipo. La oferta es inmensa (hoteles, granjas, trabajo doméstico, agencias turísticas, bares, tiendas…).
Grupos en redes sociales cruzan esta información y suministran datos sobre atractivos y riesgos de las zonas a visitar.
Claro, está la pura aventura de llegar sin nada previsto y buscar posada y/o trabajo. Pero la oportunidad que ofrece el ciberespacio de ir a lo seguro es bien aprovechada. Marcia ha estado en ambos lados. Conoce bien los dos escenarios. A sus 25 años la experiencia es amplia, pues “rueda” desde los 16.
Este sistema lo emplea desde el principio. Antes menos. Aumentó los viajes cuando terminó la secundaria y después de un año quieta para aprender oficios y hacer dinero.
Al natural. Aunque ha sido una odisea con sabores disímiles, Marcia sustenta sus andanzas en el amor a la naturaleza y en que es muy inquieta, nómada, sufre estar mucho en un área.
Esto la impulsa a encontrar el anhelado sitio para establecer hogar, vivir de sus labores (encuadernar, bordar e ilustrar) del reciclaje y de lo que la naturaleza le entregue. ¿Cuando lo halle dejará de ser mochilera? El tiempo responderá.
El 9 de febrero debutó en el mochilismo de tiempo indefinido. Lo máximo que viajaba eran seis meses, luego retornaba al cobijo, a la certidumbre hogareña.
Recorría sola, ahora va con María Alejandra Plenazzio, una argentina a la que conoció en el camino hace dos años y a la que la vida le volvió a colocar en enero para trazar juntas una ruta que las ha unido en una fuerte hermandad.
Meta cumplida, llegar a Ushuaia, Argentina; la próxima, México por tierra y después “cruzar el charco” hasta Europa. Una sugerencia es cerrar ciclos antes de embarcarse en esta nueva vida, lo que afirma hizo y el único pendiente es conocer a su recién nacida sobrina, lo que asegura pronto hará.
Para su familia fue complejo visualizarla viajar a dedo, pedir bola, aventón, o metida en lugares en los que podrían dañarla, pero la frecuencia de sus viajes borró el miedo porque es cuidadosa, precavida y sobre todo, mantiene el vínculo. Ahora aman lo que hace y comparten su felicidad a distancia, gracias a la magia de la tecnología.
Eso sí, Marcia asegura que antes de tomar ruta investiga cómo es el sitio elegido para pernoctar y sus cercanías.
Así va, entre aprendizaje y diversión. Hace trekking, aprende de las ancestrales culturas, quehaceres y tradiciones que pueblos originarios y campesinos luchan por mantener.
Siempre conoce a alguien en el camino que tras una conversación agradable brinda un espacio para pasar unas noches y/o trabajo temporal. De esa gente recibe generosidad, comida y techo. A veces el plan es quedarse unos días, que la hospitalidad trastoca en semanas.
Esto la mueve a escribir, a emprender un proyecto de acompañamiento mutuo, de intercambio de conocimientos cimentado en el reciclaje, que haga más útil, que de más valor al viaje y lo torne más humano.
Más allá del voluntariado, la amistad
En el espacio virtual, la multiplicidad de establecimientos que promueven el voluntariado es vasta. Pero a veces caen las sorpresas, como en el Hostel Punto Sur, en Bariloche, Argentina, al que en 2012 llegaron de improviso una suiza y una alemana a ofrecerse como voluntarias.
Era la primera vez que el dueño, Martín González, oía aquello. Las mismas chicas inscribieron el alojamiento en una página web y desde entonces acoge entre cinco y seis mochileros a la vez, hasta por un mes.
En estos siete años, Martín ha convivido con gente de países tan remotos como la República Checa, Israel, China, y tan cercanos como el suyo propio, Chile, Venezuela, Uruguay…
Los chicos deben asumir el trabajo con seriedad y entrega, mostrar que son dignos de confianza.
Cuando empezó, la mayoría eran europeos o estadounidenses, ahora priman suramericanos, por lo que asume que el mochilismo de largas distancias está en extinción.
Define el voluntariado como beneficioso para las partes en muchos aspectos. La colaboración viene acompañada de intercambio cultural y en ocasiones de sólida amistad.