Solidaridad, horror y muerte en Jimaní

Solidaridad, horror y muerte en Jimaní

Los dominicanos han vuelto a dar nuestra de su gran solidaridad en la tragedia cuando, en todos los rincones del espectro social, se produjo una avalancha de ayuda hacia la aterrorizada población de Jimaní, todavía impactada por la trágica avalancha de lodo, agua y piedras que se produjo en la madrugada del lunes 24 y sembró la muerte en esa pobre comarca fronteriza.

La conmoción producida por la tragedia, por la violencia con que se produjo y sin que nadie la imaginara, contrasta con el horror que ha producido en todo el mundo la forma salvaje y antihumana con la que miles de socorristas y voluntarios manejaron los cuerpos de centenares de haitianos y dominicanos, disponiéndoles sin ninguna consideración de que habían sido seres racionales, que lloraban y reían, lanzados como si fueran pedazos de palos o piedras a un patio enlodado o en miserables fosas comunes.

Resultó conmovedor y escalofriante la ausencia de la sensibilidad humana, quizás se tuvo la excusa que la tragedia había superado las capacidades de las autoridades y voluntarios que acudieron a ayudar; solo atinaron a recolectar cadáveres sin tener en cuenta que habían sido hombres, mujeres y niños con parientes, y al depositarlos desnudos en el patio del semidestruido hospital de Jimaní, ocasionó un impacto terrible en todo el país y el mundo. Parecíamos salvajes e incivilizados, más que cualquier país de Africa Central ya que en Haití a las víctimas de la misma riada las envolvieron en sábanas o en bolsas plásticas.

Los dominicanos superamos todas las barreras del salvajismo y de la insensibilidad. Ni siquiera las autoridades tuvieron el recato de frenar ese tratamiento a las víctimas, ya que les faltó coordinación y un plan de acción que pusiera orden en el caos imperante en Jimaní, tanto desde el momento del rescate hasta ahora que las calles de la población se han tornado intransitables, atestadas de vehículos y gentes, con éstas buscando ropas y alimentos de los que se reparten sin orden, y parte de la ayuda, va a parar a las calles, que llenas de polvo reciben las acciones despreciativas de haitianos y moradores de otras poblaciones, que descartan parte de esa ropa. Hasta los embutidos se pierden por falta de refrigeración.

Y los dominicanos y el mundo se han volcado en ayuda a la región de Jimaní, pero la carencia de organización y los celos entre el gobierno, la Iglesia y las ONG, están impidiendo que se organice la ayuda recibida y se establezca un orden, ya que los afectados por la tragedia, están abrumados por el dolor y el shock psicológico tremendo. Ellos no acuden a buscar ayuda pues han sido ubicados en casas de familiares y amigos. Clubes de servicio, como el de los Leones, les llevan las ayudas directamente a esos refugios temporales, confirmando su entrega hacia los semejantes.

La tragedia, por las condiciones como se encuentran las estribaciones norte de la sierra de Bahoruco, tenía que producirse tarde o temprano. Y como advertencia se observa de como una pequeña cuenca, que desagua en la llanura de El Limón, donde el gobierno ha instalado un sofisticado sistema de riego por goteo, arrastró también grandes cantidades de piedras y lodo, y no llegó a derramarse en esa llanura, pero las enormes sangrías en los costados de la sierra, revelan de como la deforestación afecta a toda esa zona. En Jimaní, el río Blanco recuperó su antiguo cauce, y ha dejado millones de toneladas de piedras y lodo, elevando el cauce a niveles altamente preocupantes para que un futuro se repita la tragedia, la que destruiría lo que quedó del pueblo, y que recibió el día 24, un caudal de agua y lodo que penetró en todas las casas sometidas ahora, por parte de sus moradores, a una gran limpieza.

El espíritu solidario del dominicano en las desgracias se puso de manifiesto. Ese gesto ha sido tan inmenso, que la ayuda recibida, desborda a las necesidades momentáneas de los damnificados. Ahora se necesita organizar los esfuerzos con la participación de personas con mayor criterio de trabajar bajo la presión del pánico y del dolor, que puedan disponer de sistemas que canalicen la ayuda hacia quienes lo han perdido todo. Los celos entre las instituciones protagónicas deben dejarse de lado para que esa solidaridad tan manifiesta resulte recompensada, ayudando a seres humanos de Haití y Dominicana, a sentirse esperanzados de que podrán recuperarse de esa tragedia.

La tragedia de Jimaní debe servir para que las autoridades y voluntarios adquieran una gran experiencia, y en previsión al futuro, estar preparados con planes de contingencia y tener en depósitos las bolsas plásticas para los cadáveres indignamente sepultados y maltratados.

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