Solidaridad parroquial

Solidaridad parroquial

–Padre, ayer la policía se presentó en el taller para interrogarme sobre la muerte de Bululo. Daban vueltas alrededor de lo mismo. Querían saber si yo entregué o monté los hierros de aquellos tipos que usted vio en el taller. La verdad es que cargaban con sus rejas y las instalaban ellos mismos. También estaban interesados en saber si Bululo mencionó el nombre de algún fulano ligado a negocios de drogas. Los carros de patrullar y las motocicletas crearon un revuelo en toda la calle. La gente quería saber lo que pasaba; creían que me iban a llevar preso.

–Finalmente, el coronel quedó en que me avisarían para que yo fuera con ellos y las autoridades judiciales a identificar los herrajes en un almacén de no sé dónde. Les dije que sí, que iría con gusto, pero que me avisaran con tiempo para no parar ningún trabajo pendiente. Les repetí que mi ayudante principal estaba muerto y que todos nosotros vivimos de lo que se hace cada día. Me irán a buscar al taller el día que se haga la inspección del almacén. Veranda llamará a los reporteros de radio que hablaron del entierro. Ellos dirán que la investigación continúa.

–No sé lo que buscan, pero presiento que harán un escándalo y habrá muchos detenidos. Creen que somos más brutos de la cuenta; o quizás piensen que tenemos algún arreglo con los del almacén. Todo lo que hay en el taller lo he comprado con mi dinero, poco a poco. Las herramientas, las reparamos nosotros. Les dije que Bululo tenía muchos años trabajando conmigo. Hasta la gente de los alrededores lo echan de menos; su temperamento locuaz era contrario al del pobre Bivalvo.

–Padre: paro de hablar. Cuando me llamen, le mandaré un aviso para que esté alerta y pueda ayudarme de la manera que crea mejor. –Pirulo, aprovecho para decirte que desde anteayer estoy trabajando en cómo afrontar lo que surja de la investigación. Primero, para que salgas ileso de la prueba; segundo, para evitar que los maleantes apresados reaccionen con violencia. Hay que conseguir que “el peñasco caiga en descampado”, como decía mi abuelo Zenobio. Ya hablé con el jefe de la policía.

 

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