¡Solo falta unirnos!

¡Solo falta unirnos!

Samuel Luna

Camino en las nubes y tropiezo con realidades
incorpóreas e indescriptibles; súbitamente me encuentro en calles oscuras y tortuosas, visualizo riadas de manos poderosas, en formas de garfios de acero.
Garfios puntiagudos, forrados de piel sin sensibilidad. Manos anestesiadas, incapaces de sentir el dolor de toda una población. Manos, sin embargo, suaves y poderosas para favorecer a los malvados y condenar a los inocentes.

Las contradicciones que veo al caminar me empujan a respirar profundo; me escondo en una arboleda infructuosa, con ramas lánguidas y troncos secos. Arboleda muy parecida a los funcionarios y servidores públicos que representan las esferas de nuestro Estado; servidores públicos que dejan brechas para sobornar y ser sobornados. Y así como la sombra de la arboleda de troncos secos, la sombra de esos hombres solo protege a un sector dilecto. Por esta razón, refugiarme en esos árboles no es suficiente, solo es un onanismo momentáneo, fingiendo que puedo escapar del peligro social que me agobia.

Respiro por segunda vez, procedo a salir de la sombra de la arboleda, ahora más decidido a enfrentar con determinación a los servidores públicos que pisotean a los comerciantes,médicos, maestros, comunicadores, agricultores, obreros, y a todos aquellos que se levantan muy temprano e invierten más de ocho horas en sus trabajos de forma honrada y sacrificada; por eso, intencionalmente salgo de la oscura trinchera, porque para los que están siendo pisoteados es una acción verecunda y bochornosa saber que un Juan de los palotes en pocos meses produce fortunas asimétricas e incalculables, sustrayéndola del tesoro sagrado que pertenece al Estado.

Mi sincera intención de salir a defender fue bloqueada, al ver en esas oscuras y tortuosas calles, a un grupo de linfáticos, indolentes, usurpando la dignidad de todo un pueblo que confió en sus ofertas mercadológicas y que se vendieron como un cristo redentor y fueron forzosamente elegidos por urnas adulteradas, para supuestamente administrar con equidad y dignidad los bienes y recursos del Estado. Ahora se visten de déspotas, autócratas y opresores, y de manera indolente están echando a un lado a los humildes a puntapié. Esto me hace retroceder, porque son muchos y solo no podré; aunque nosotros somos más, pero todavía nos hace falta unir voluntades.

La realidad me hace reflexionar, esta vez ya no puedo accionar con autoridad y coraje. Me siento débil, exhausto, tal vez como muchos se están sintiendo en las calles oscuras. Doy varios pasos, escucho ruidos, música, consignas, voces, banderas de todos los colores. Sin planificarlo, me encuentro en una celebración partidista, de repente llegan carros de lujos, carros comprados con el dinero de aquellos que trabajan ocho horas y por aquellos que fueron echados a puntapié. Ya que estoy ahí, lentamente me acerco, para ver quiénes son los responsables de este caos organizado; ¡no puedo creerlo! son ellos mismos, los servidores públicos que quieren seguir viviendo del Estado, del pueblo y de los que trabajan duramente. Olvidé decir algo, las consignas lanzadas al aire, las usaban para convencer a los que tienen ojos y no ven, y para aquellos que han dejado sus cerebros en cautiverio.

Esa celebración clientelista, usada para comprar la dignidad del pueblo, me devolvió las fuerzas para reiniciar mi lucha; esta vez, ya no solo, ahora recluté personas y unimos voluntades. Diversos sectores e iglesias de diferentes credos se unieron a la causa, materializamos el principio del libro negro, antiguo y relevante, que expresa que cuando los justos gobiernan el pueblo se alegra. ¡Todos nos unimos! Nos unimos para responder a los intereses del Estado, a los beneficios que promueve la verdadera democracia, y no aquella democracia controlada por funcionarios protervos. Creamos una reforma democrática que benefició a todos los sectores productivos, generando un ambiente de seguridad en las calles. ¡Ya no eran tortuosas ni oscuras! Los culpables fueron castigados e iniciamos un proceso para imitar a los países que sí funcionan y son prósperos.

Después de lograr todo estos cambios, respiré con satisfacción y alegría. De repente, una caterva de ruidos traspasó las paredes de mi habitación, gritos, voces, consignas y música, rompieron el silencio, produciendo en mí un levantamiento brusco y repentino; mis pies tocaron la alfombra colocada en la parte este de mi cama, y mis ojos vieron la bandera tricolor ubicada en la puerta de mi habitación. Descubrí que todo era un sueño; un sueño que podríamos convertir en realidad. ¡Solo falta unirnos!