Sólo una minoría de estudiantes
escapa al fracaso escolar

Sólo una minoría de estudiantes<BR>escapa al fracaso escolar

Al no restringir el ingreso, la universidad se convierte en un instrumento que debilita los niveles educativos inferiores. Si no existen requisitos, el mensaje subyacente es que no hay por qué esforzarse en la educación media.

POR MINERVA ISA Y ELADIO PICHARDO
No sólo perdimos una oveja, se nos extravió el rebaño. No llevamos al redil educativo a nuestra juventud, desaprovechando su enorme potencial, desperdiciando el talento, fuente de conocimiento y riqueza que hemos ignorado, relegado. Un descuido de alto precio, con secuelas traumáticas y sangrientas, que hoy se traduce en pobreza y delincuencia.

Al exponer el balance en el tránsito democrático de las últimas cuatro décadas, se exhibe el crecimiento de la matrícula estudiantil, la proliferación de escuelas y universidades. Dimos el salto cuantitativo en la enseñanza básica, nos situamos a pocos pasos de la cobertura universal, pero en el ínterin ocurrió el descarrío. Menos del 15% del alumnado del sector público que ingresó a la primaria llegó a la universidad o a un instituto técnico-profesional de educación superior.

Un cuantioso dispendio del capital humano y financiero, demostración fehaciente del fracaso del sistema educativo nacional, expresión vergonzante de la ineficacia de un modelo con muy altos niveles de sobreedad, repitencia y deserción, incapaz de retener al estudiante, de convertirse en un detector y promotor de talentos, en forjador del nuevo liderazgo nacional.

 Descarrío

¿Qué sucedió con el restante 85%? ¿Por qué desertaron? ¿Dónde están esos muchachos y muchachas? ¿Acaso entre las pandillas barriales, entre los narcotraficantes y drogadictos, los que asaltan, roban, violan y matan? ¿Se irían en yola, se prostituyen en Europa, serán “chiriperos” y “buscones”, se consumen en alguna fábrica o centro comercial rumiando el disgusto de un aumento salarial de RD$350 mensuales?

¡Cuánto talento perdido conduciendo un motoconcho, limpiando cristales o vendiendo chucherías en las esquinas, cuánto en el ocio estéril, en la delincuencia y la prostitución!

Ni siquiera ese 15% lo podemos mostrar como trofeo de esfuerzos y desvelos. De éstos, no todos se gradúan, una alta proporción deserta, y de los que terminan la carrera universitaria o un oficio técnico, sólo una exigua minoría logra las competencias necesarias para trabajar, para convertirse en agentes de cambio, en promotores del desarrollo nacional.

La educación superior está en crisis. Y  no exclusivamente por su baja calidad que da al país el lugar 115 entre 122 naciones estudiadas, según el World Economic Forum (WEF). Además, por el alto déficit de cobertura. Alrededor de 1,300,000 jóvenes están en edades de formación profesional, 18-24 años, el 13.8% de la población nacional, cantera con un gran potencial para forjar el capital intelectual que impulsaría la competitividad dominicana. Pero casi un millón no ha logrado acceder a la educación terciaria. Apenas el 25.8%, uno de cada cinco, asiste a una universidad o un instituto técnico superior.

 ¿Dónde está el 74.2%? ¿Qué impidió su legítimo derecho a una formación técnica o profesional? Por lo menos hubiera sido confortante que a la educación terciaria arribara el 40%, un promedio superado en países latinoamericanos.

Sin duda, no tuvieron opciones. La educación técnica superior apenas  concentra un 2% de la matrícula del tercer nivel. Una gran brecha ante sistemas educativos europeos, donde entre 55 y 60% de los estudiantes ingresa a instituciones tecnológicas, con programas orientados a su inserción en el mercado laboral.

En los últimos cuatro decenios  se multiplicó el número de instituciones en más de cuarenta y el de estudiantes por cien, pero las barreras sociales para llegar a la educación superior son aún enormes, infranqueables. El sistema educativo es de extrema inequidad, socialmente segmentado. Evidencia el grado de exclusión que en el quintil más bajo, en la franja del 20% más pobre de la sociedad dominicana, sólo cursan estudios universitarios aproximadamente el 4%, unos cuantos jóvenes que se sobreponen a la abulia del medio circundante.

La educación superior está en crisis,  no únicamente por el escaso rendimiento, sino por la baja tasa de titulación, que no ha crecido a la par con la matrícula. Pocos se gradúan. De los alumnos que ingresaron a la universidad en el decenio 1993-2003, un 15% no terminó los estudios. El índice de promoción sigue siendo ínfimo. En la universidad estatal, tildada de almacén de estudiantes, de 20 a 25% de los inscritos logra titularse, y a muchos les toma ocho o diez años una carrera de cuatro años. La proporción es también bastante baja en las academias privadas de menos calidad.

La deserción vacía las aulas

La deserción universitaria, estimada en un promedio de 35%, es superior en el primer año de estudio, cuando el abandono y cambio de carrera abarca la mitad del estudiantado y hasta el 70% en algunas universidades y programas. En la UASD, de cada cien créditos inscritos por semestre, 48 se retiran.

Se ausentan desde la primaria, sobre todo en cuarto y octavo, en las escuelas públicas y las zonas rurales. De acuerdo con el informe del Programa de Promoción de la Reforma Educativa de América Latina y el Caribe (PREAL), de 2007, cuatro de cada diez matriculados en la básica pasan a la secundaria, donde prosigue la depuración, el fracaso de un sistema que expulsa a los alumnos con una rutina atrofiante.

Una intrincada madeja de causas socioeconómicas, familiares y culturales subyacen en la fuga escolar, fenómeno multicausal impulsado por la pobreza y la ignorancia, origen de factores fisiológicos como la desnutrición, con sus secuelas intelectuales, dificultad de atención y de retentiva derivan en la repitencia, sobreedad y deserción. También desertan jóvenes de buen índice académico conminados por la necesidad de trabajar, igualmente aquellos que reniegan de la educación para escalar socialmente y optan por el dinero fácil, el que fluye de la delincuencia, de la política sucia, de la corrupción y del narcotráfico.

¡Urge evitar el descarrío, la pérdida de talentos!

Al llegar a las aulas

¿Qué sucede con el 15% que ingresa a la universidad? Al llegar a las aulas afloran de inmediato las severas deficiencias académicas acumuladas, arrastradas desde la enseñanza básica y media, que reproducen en la universidad por más que pretendan llenar ese vacío. Enormes lagunas que antes intentaba subsanar la UASD con el desaparecido Colegio Universitario, y que con limitado acierto se trata de atenuar con un ciclo propedéutico en algunas carreras, que alarga y encarece la formación universitaria.

A este curso se adiciona la Prueba de Orientación y Medición Académica (POMA), establecida por la SEESCYT para evaluar a los bachilleres antes de entrar a la universidad, pese a que  previamente se sometieron a las Pruebas Nacionales. Este nuevo diagnóstico, obligatorio pero no excluyente, no restringe la entrada.

Pruebas tras pruebas, como si remediaran los males no resueltos en el aula durante los doce años de enseñanza preuniversitaria. Doce años, más aún con la enseñanza inicial, en que no fue posible dotarlos de los conocimientos básicos, grave problema que de no erradicarse enfrentando sus causas, neutralizará todo esfuerzo por lograr una educación superior de calidad.

Ausentes los requisitos de ingreso, la universidad pública los admite, la privada también, puede hacerlo cualquiera que pueda pagar, los bolsillos son el filtro. Las pruebas de ingreso en las academias privadas no hacen más que llenar apariencias, salvo pocas excepciones. Y como el ingresante no tiene nivel para los estudios superiores, de hecho la institución asume la preparación adicional para terminar de hacerlo bachiller. Ese empeño, a menudo infructuoso, consume gran parte del tiempo destinado a la formación profesional, de las pocas horas que profesores y alumnos dedican a la universidad.

Autoridades de la UASD estiman en 60% los bachilleres que llegan a la institución sin las condiciones académicas mínimas, lo que obliga a dedicarles el 30% de los programas de estudio a cubrir el déficit, en el que incide la capacitación de los profesores. Los de primaria poseen a lo sumo una formación en pedagogía que prioriza la didáctica, no los contenidos. No tiene una licenciatura en matemáticas, geografía o historia, y el alumno llega del bachillerato con profundas carencias.

Las  deficiencias son más acentuadas en los que proceden de escuelas públicas y privadas de barrios, con maestros de muy baja calificación. Cada vez que realizan evaluaciones profesorales, de los pocos intentos que se han hecho, son reprobados, por tanto no pueden transmitir los conocimientos básicos a sus alumnos, que van a la universidad con lagunas similares o mayores que las de ellos. No saben leer, no tienen la más mínima formación en sociales, lenguaje, matemáticas y otras ciencias, pero los promueven.

Una retranca de la educación dominicana, desde la básica a la universidad, es que el alumno no aprende, no asimila lo que se enseña. Eso es grave –concluyen docentes–, y no es poco interés, esa puede ser una causa, pero es un cúmulo de factores institucionales, sociales, económicos, culturales, que han ido creando esa gran masa estudiantil que no está aprendiendo.

Esta situación, junto a otros acuciantes problemas de la educación superior, derivan en un producto de baja calidad, con un perfil profesional de precarias competencias y orientación difusa. Un egresado sin norte, con herramientas muy pobres para su desempeño laboral y personal.

Los egresados

Miles de jóvenes egresan anualmente de universidades e institutos técnicos, sin la requerida capacidad y calidad, sin un título avalado por el mínimo de competencias, la integración de conocimientos, las habilidades,   principios, valores y actitudes que se conjugan en una formación integral.

Difícil lograr un profesional de calidad si profesores y alumnos no disponen de tiempo para la docencia, la investigación y el estudio, imposible con una enseñanza sin normas ni controles de calidad, sin evaluaciones internas de las universidades ni acreditación externa, si se carece de un sistema de licencia del profesional que  obligue a examinar a los que terminan una carrera.

Por su abultada matrícula,  la UASD titula la mayor proporción de profesionales, el 24.6% de los promovidos, pero mucho menos de lo que debía graduar. En 2005 totalizaron 7 mil 830, el 5.13% de su población estudiantil, cuando debió ser 15 mil 253, equivalente al 10% anual de sus inscritos. Mas, en los últimos años han egresado el 5, 6 y 7% de los matriculados.

Del sector privado reportan mayores flujos UTESA, 11.5%, y la UAPA, 10.2%, los que junto a los titulados por las demás instituciones, elevan el total a poco más de 30 mil profesionales anuales.

La tasa de promoción en academias privadas es más alta que lo éticamente permitido, promueven a alumnos con sumas deficiencias. Es lo predominante, aunque hay excepciones, sobre todo en las que disponen de mayores recursos y los comprometen en programas formativos. De éstas egresan profesionales capacitados, pero no más del 15 al  20% de la matrícula universitaria nacional, algunos excelentes, internacionalmente competitivos. Otro grupo logra una formación medianamente aceptable, y dominando el total, la gran masa de egresados con muy baja calificación, amplias y profundas deficiencias,  sin más perspectivas que la frustración, el fracaso profesional.

Sustracción de talentos

En su acervo de talentos, el país no retiene a gran parte de los profesionales en cuya formación invierte cuantiosos recursos. ¿Qué sucede con los egresados? Terminan su carrera en un contexto poco propicio, en medio de un desempleo que deja cesantes a gran parte de los nuevos profesionales, carnada para el éxodo que genera una sustracción de talentos,  la emigración  al exterior de un 80% de los que cursan especialidades, maestrías y doctorados.

Ni siquiera los de alta calificación escapan a la frustración del desempleo o una mala remuneración. Según el Banco Mundial, un 28% de los profesionales dominicanos ha emigrado, predominantemente a Estados Unidos y España, donde realizan trabajos fuera de su especialidad. Aún así, los salarios devengados  por esos profesionales como taxistas, operarios en una fábrica o meseros, superan con creces los ofertados por un sector privado que no los asimila y una administración pública dominada por el clientelismo, que da preferencia a un militante del partido en el poder frente a un profesional bien preparado sin un padrino político.

El panorama es dramático. Si de los pocos graduados muchos se ausentan, ¿con qué profesionales impulsará el país la competitividad para asumir los retos que derivan de la firma de tratados de libre comercio, para lo que se han hecho adecuaciones en determinadas áreas, pero no en la fundamental, en las instituciones responsables de formar los recursos humanos, el capital intelectual dominicano.

!El talento nacional tiene que ser rescatado!

 Censo de talentos

El talento nacional tiene que ser rescatado, protegido, valorado. Como fuente del nuevo liderazgo, debe ser fomentado, aupado desde la universidad, para que emprenda el proceso de cambios estructurales que requiere el país. Como una política de Estado, a través de la SEESCYT, el rector de UNIBE, Julio A. Castaños Guzmán, sugiere un censo de talentos, una auditoría permanente para identificar a los jóvenes de alto coeficiente intelectual y gran propensión al estudio, detectarlos y formarlos, proveerles trabajo, llevarlos a posiciones estratégicas donde se toman las decisiones, donde se asume el liderazgo. Entregarle a la sociedad unos recursos humanos con ribetes de liderazgo,  no basado en perfiles políticos, sino profesionales con un talento excepcional, capacidad y resolución para transformar el país, que egresen de la universidad convertidos en agentes de cambio.

¿Está la universidad en capacidad de emprender esa tarea?   No. Mas, es posible crearla.

Escaso rendimiento

La precaria formación en la educación básica y media impacta en la universidad. Todos los estudios coinciden en el bajo rendimiento, el incumplimiento de los objetivos de los planes de estudio. El problema data de largo tiempo, se evidenció en 1983 con la evaluación de la eficacia del currículo reformado, constatando que los alumnos de término del cuarto de básica sólo dominaban las competencias del segundo grado. Veinte años después, otro estudio llegó a conclusiones similares para cuarto y octavo. Una investigación de la UASD, 1987, estableció que los egresados de los liceos tenían un nivel de sexto de primaria, para colmo, un sexto de mala calidad. Hace unos dos años su Departamento de Pedagogía hizo otro estudio con las mismas desesperanzadoras conclusiones. En fin, más de dos decenios de políticas educativas orientadas a mejorar la educación, inclusive el Plan Decenal y el Plan Estratégico, con magros resultados.



“No se puede esperar una convivencia social pacífica en una sociedad con grandes contingentes de jóvenes sin oportunidades. Un joven al que se le ha cerrado la vía de la educación, sin acceso al mercado de trabajo, ¿qué opciones le están dejando?, la delincuencia. La sociedad no le da la oportunidad, lo único que tiene para resolver su problema económico es la delincuencia, tiene que robar, tiene que matar”.Radhamés Mejía

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