¿Solución o prevención?

¿Solución o prevención?

COSETTE ALVAREZ
Estoy completamente de acuerdo en que el trabajo de los militares sea llevado a condiciones dignas, siempre y cuando su dignidad no atente contra la nuestra. Ahora bien, que a todos los problemas que nos están acabando la vida se les busque solución en los institutos uniformados, es otra melodía. Primero, fue a la delincuencia, el patrullaje mixto.

Después, para el control del dengue (¿no será malaria?). Se habló oficialmente de llevar médicos militares a los hospitales públicos. Luego será a las escuelas, más adelante a los tribunales y, cuando nos demos cuenta, estaremos encontrando guardias hasta en la sopa.

En lo personal, no tengo nada contra ellos. Por algunos profeso amistad. A otros, en cambio, les tengo mucha pena.

Bueno, y no puedo negar que los hay que me infunden mucho miedo. Sin embargo, leyendo la información sobre el discurso del presidente Fernández en Cuba, durante esa reunión de los países no alineados, fue muy grande el impacto que me hicieron sus palabras solicitando, ya no recuerdo si apoyo, solidaridad o acción conjunta, para erradicar una pobreza que aumenta vertiginosamente.

Ocurre que en estos momentos es perceptible la tendencia de la clase media a reivindicar sus derechos. Tanto jóvenes como adultos estamos gritando al unísono porque no aguantamos más.

Estamos como la arepa, con candela por arriba y por abajo.

Mientras durante unos años algunos lograron subir a clase alta y muchísimos bajamos drásticamente de condición social y económica por razones políticas, últimamente un buen número entendió que la lucha debe concentrarse en mantenernos como clase media y que la erradicación de la pobreza, al menos su disminución notable, sería que muchos pobres pasen a la clase media, por llamarlo de una manera conocida, que realmente no me agrada.

Los de la clase media, a puro golpe, pero por fin, aprendimos que competir por adquisiciones materiales no nos llevó a nada que no fuera endeudarnos, empobrecernos. No pocos encontraron la muerte, aparatosa, incluso por suicidio, en ese camino tan equivocado. Otros quedaron discapacitados, con lesiones permanentes, o atrapados en vicios incosteables que los llevaron a infringir no digo ya las leyes, sino los más elementales principios. Una vida en constante zozobra, de la forma que fuera. Nada edificante, mucho menos gratificante.

Competir entre nosotros mismos no dio resultado positivo.

Poco a poco, estamos reconociendo que la meta no es hacernos ricos, ni unirnos a ellos, ni seguir manteniendo su estilo de vida a cambio de nuestro desgaste. También entendimos que no hay una sola razón por la que debamos sentirnos culpables ni responsables de los alarmantes niveles de pobreza, tan crecientes. Una gran parte de ese aumento en las cifras, se compone de nosotros mismos, los de la clase media, a medida que nos hundimos.

Por lo tanto, en esta ocasión no nos dejaremos engatusar para que nos quedemos tranquilos ardiendo en este fuego implacable hasta que “erradiquen” la pobreza. Demasiado bien sabemos que no hay riqueza sin pobreza, que los pobres son la fuente de la cual se nutre la riqueza, así que no es verdad que van a erradicar nada. Por el contrario, el interés es que haya cada vez más pobres, por eso nos llevan cada vez más hacia abajo.

Uno de los abismos más grandes entre los pobres y la clase media es el acceso a la educación y otros recursos de información, lo que, tan pronto decidimos olvidarnos del consumismo desenfrenado, nos convierte en un serio peligro para la no ejecución de los compromisos de todo gobierno con la parte pobre de su pueblo, máxime cuando estamos dando señales claras de disposición a ocuparnos del tema, de que no nos perjudiquen más.

Un gobierno tan ilustrado como el que tenemos, tan adherido a la teoría de la globalización, sabe de sobra que la única manera de bajar la presión a una olla a punto, no de pitar, sino de soltar el fondo, es consolidar y ampliar la franja de la clase media, que es la forma más sana para reducir la brecha entre ricos y pobres.

Pero la realidad de un gobierno incumplidor y de una doble moral sin límites es que prefiere tener todas las áreas de servicios llenas de militares como medida de prevención ante cualquier eventualidad que no sea la delincuencia, que ahí sigue tan campante con todo y los horarios, mucho menos controlar el dengue, porque en la misma dimensión que los gorilas de las discotecas se atreven a discriminar a los parroquianos al extremo de matarlos, no es verdad que los mosquitos van a descartar una suculenta picadura por el hecho de que los hospitales estén llenos de médicos militares.

Recojan la maldita basura. Generen empleos. Cerciórense de que los menores vayan a la escuela y de que en la escuela van a aprender. ¿Vieron la gracia de la funcionaria de un organismo protector de menores? No teniendo nada que mostrar como logro, se fue qué sé yo a dónde a denunciar la explotación infantil, tanto laboral como sexual, en nuestro país. ¿Es ése su trabajo? ¿Será que deben venir de fuera a resolver el problema? Con lo que costó ese viajecito, habrían comido muchos niños y niñas, se les habría comprado uniformes… ¡ay, carajo, cuánta impotencia!

No están solucionando nada. Nos están embullando con irrelevancias, intrascendencias, insignificancias, porque así nos consideran: irrelevantes, intrascendentes  e insignificantes. Están evitando que nosotros nos insubordinemos para ellos seguir viajando en paz, alardeando por ahí de todo lo que no existe, firmando contratos que nos perjudican, tomando préstamos que nos ahogan cada vez más, o denunciando situaciones que están llamados a resolver.

Todo se resume en un compromiso más largo y más caro de un dinero que, aunque lleguemos a producir, nunca quedará en nuestras manos. Nos han puesto a trabajar, por lo que nos queda de vida útil, para un inglés ajeno, sin preguntarnos.

Sólo espero que la dignidad de la guardia represente algo más que reducirnos a la obediencia. Al fin y al cabo, son ciudadanos afectados de los mismos males.

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