Soluciones viejas para
problemas nuevos

Soluciones viejas para<BR> problemas nuevos

Recuerdo con claridad aquella tarde del 24 de diciembre de 1996, casi catorce años atrás. Era día de Nochebuena y había decidido recuperar energías con una siesta para resistir los embates de la celebración que se avecinaba. Entonces, a la puerta de la casa tocaron insistentemente.

El visitante no era otro que el recientemente inaugurado Presidente de la República, Leonel Fernández. El amigo había cruzado a pie la calle Moisés García desde su despacho del Palacio Nacional para dispensarme una inesperada y fraternal visita.

Con la emoción digna de un muchacho con juguete nuevo me contó las vivencias de su primera asistencia a la Cumbre de Presidentes Iberoamericanos que recién se había celebrado en Santiago de Chile. Entre muchas otras cosas, contó en detalle sus intercambios con el comandante Fidel Castro.

Entre uno y otro tema, trató sobre el proceso de reclutamiento que trataba de completar para nutrir con personas confiables y eficientes su administración. El lastre de haber aceptado las condiciones de Joaquín Balaguer para impedir que Peña Gómez fuera elegido Presidente se hacía sentir en la dudosa calidad de los funcionarios que el pacto le imponía.

Uno de los argumentos utilizados por Leonel cuando entonces conversamos fue la posibilidad de incorporar a la administración pública a personas dispuestas a ejercer un servicio público honesto. Sin embargo, uno de los lamentos que externaba era que sus funcionarios estaban adoptando soluciones viejas para tratar de resolver problemas nuevos.

Con toda la lógica que el pensamiento de Leonel tenía entonces, estaba consciente de que para resolver los problemas nuevos que crearía el ascenso de los peledeistas al poder, había que buscar soluciones nuevas. Ese era el Leonel que yo siempre había tratado y a quien le prodigué mis atenciones y afectos.

Ahora en 2010, luego de haber ejercido la Presidencia de la República durante diez años me pregunto cómo se produjo un cambio tan rotundo en aquel joven intelectual. Podría uno especular que el cambio tiene que ver con que los problemas de la sociedad que antes consideraba obligatorio solucionar ahora chocan con sus nuevos intereses. Habría que preguntarle a este Leonel ¿no serás tú quien ahora aplica soluciones viejas para enfrentar los problemas nuevos? Sabemos que nada es lo mismo de ayer, todo cambia a pesar de los intentos para que siga igual. Pero la lógica de entonces, la de soluciones nuevas para los problemas nuevos, todavía es válida a menos que los compromisos que se juraron cumplir y hacer cumplir estén siendo negados.

También es tiempo de preguntarse: ¿está un sector del Gobierno intencionalmente promoviendo el fracaso de la sociedad dominicana como la vía más rápida para enriquecerse? ¿No es un acto de terrorismo social provocar la desarticulación de la nación? Recuerdo que cuando sosteníamos aquella reunión del día de Nochebuena de 1996, la Oficina Nacional de Estadística hacía constar que en la administración pública servían entonces 12 mil 314 analfabetos.

Repito, doce mil trescientos catorce personas enquistadas en la burocracia estatal que no comprendían la diferencia entre una palabra y la siguiente. La cosa pública funcionaba mal porque se estaba arando el porvenir con viejos bueyes. Pero cabe preguntarse: ¿no está ahora peor administrado el país? ¿Cuántos son ahora los analfabetos funcionales y en qué nivel de la administración pública están ubicados? Evidentemente estamos peor que antes aunque algunos funcionarios inunden con mentiras y con sobornos los medios de comunicación.

La administración pública está desempeñándose tan mal que funcionarios como Altagracia Paulino en Proconsumidor, Roberto Cassá en el Archivo General de la Nación y Pablo Tactuck en la Oficina Nacional de Estadística lucen como recalcitrantes subversivos. Su gran delito es trabajar en beneficio de la sociedad. Por lo menos esa es la percepción que tenemos muchos en el país y es lo que salva al Gobierno de ser absolutamente ineficiente.

Del mantenimiento de una burocracia inmensamente grande, próxima a la incapacidad absoluta, surge la convicción de que el pésimo servicio que desempeñan es perversamente intencional. Porque las peores de las soluciones viejas se están aplicando a los problemas nuevos. De ahí que ninguno se solucione.

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