Sombras chinescas: pensamiento y economía

Sombras chinescas: pensamiento y economía

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Los pensadores chinos nunca han separado tajantemente -en una división radical- los conceptos de hombre y mundo, yo y cosas, sujeto y objeto, realidad y conciencia. Mientras los filósofos occidentales hacían cabriolas de un extremo a otro: del naturalismo “substancialista” al idealismo “subjetivista”; del espiritualismo más “vaporoso” al materialismo ramplón, ingenuo o “descarnado”, los chinos quedaron anclados en la idea de que hombre y mundo son entidades inseparables. Los hombres conviven entre las cosas que aparecen o se manifiestan en el mundo.

En la China los intelectuales no han sentido la necesidad de distinguir entre el “ser en si” y el “ser para si”, un juego mental en el que se han entretenido los filósofos existencialistas. Tal vez esto se deba a un problema lingüístico, especifico del idioma chino, pues desde la antigüedad los chinos han tenido maestros “especialistas en el arte de hablar”, los cuales se han ocupado en examinar y precisar la “relación entre nombres y realidades”, entre las palabras y las cosas.

Los viejos sabios chinos, hasta donde he podido saber, no han tenido “la disputa de los universales”, como ha ocurrido entre los occidentales. No me refiero solamente a las llamadas “predicaciones universales”, los dictum de omni de los escolásticos, o sea, lo que se dice de todo. Por ejemplo, lo que decimos de las cosas en conjunto, sin individualizarlas: que todas las cosas son. Los filósofos medievales se enfrascaron en una discusión acerca de las “voces vacías” o nombres sin contenido.

Esta querella abarcaba los conceptos de género y especie, los “objetos” ideales: el triángulo, el circulo, los números y otras muchas nociones abstractas. La oposición entre vox y res enfrentó a realistas y nominalistas en la Edad Media; pero no concluyeron estas reyertas intelectuales en el siglo XII o en el siglo XIV; continuaron, de una forma u otra, hasta nuestros días. Hoy se habla de que “las esencias carecen de subsistencia ontológica”. Se afirma en la actualidad que solo es posible formular “predicados de individuos concretos”; única manera de establecer correlatos entre el pensamiento y los objetos del pensamiento, entre el sujeto que conoce y la cosa por él conocida.

Lin Yutang escribió un libro titulado: La sabiduría de Lao Tse. Me he enterado de la existencia de este libro por una nota que aparece en la solapa de la traducción española del Tao Te King, realizada por Adolfo P. Carpio. En el prólogo a esta traducción Carpio nos explica -citando una obra escrita por H. Hackmann, publicada en Munich por la firma editorial Reinhardt en 1927- : “El chino es un idioma constituido por unos cuatrocientos monosílabos que carecen de flexión y cada uno de los cuales tiene un enorme numero de significaciones”. Un solo sonido puede tener doscientos significados. Pero lo más importante es que la lengua china “no forma substantivos o adjetivos, verbos ni adverbios; no declina, no conjuga, no conoce tiempos, modos ni géneros verbales, ni reglas

para la concordancia de sujeto y predicado o para el empleo de los casos, etc.” El pensamiento abstracto en una lengua así no puede extraer logicidad de la sintaxis, del orden de los distintos miembros de la oración. Por eso sospecho que la concepción de la unidad mundo -hombre quizás sea resultado de un problema lingüístico. Como es obvio, no es factible para mi resolver este enigma cultural. La ignorancia es posible que sea un buen punto de partida pero nunca un instrumento de investigación.

Los chinos de hoy se están enriqueciendo rápidamente; las tasas de crecimiento de su economía son elevadísimas; es evidente que cada día mayor número de chinos se incorpora al consumo de bienes y servicios. La China actual está en camino de adquirir o producir todas la técnicas occidentales, como ya ocurrió en el Japón en el siglo XIX. Este coloso demográfico importa bienes de todas partes del mundo; y su industria consume cada vez más energía. Sucesivas revoluciones políticas han cambiado las estructuras sociales de la China continental. También ha variado allí el estilo de vida de 1,300 millones de habitantes; han cambiado los métodos de producción, los modos de transportarse y, por supuesto, las maneras de pensar. Las formas de cocinar los alimentos están experimentando una rápida transformación. Los gobiernos occidentales temen el desarrollo económico de la China: el incremento de su capacidad de producción y de exportación, en primer lugar; pero, al mismo tiempo, los grandes países industrializados desean vivamente vender productos de su economía a los chinos, si estos aceptaran algunas regulaciones para el comercio. Ya los chinos ingresaron a la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Los poderosos chinos de este tiempo serán también “contaminantes”, como lo son todas las economías industriales de Occidente. Los políticos, europeos, norteamericanos o asiáticos, harán cualquier clase de arreglos para introducir negocios en un mercado tan grande y que, además, sigue creciendo. El poder adquisitivo de la moneda china está limitado por la prudencia política de sus gobernantes actuales; pero la capacidad de compra de los ciudadanos de ese inmenso país les “condena” a consumir. Si lográramos que cada chino pusiera una cucharadita de azúcar en el té, es seguro que podrían rehabilitarse los doce ingenios que el Estado dominicano “heredó” de la dictadura de Trujillo. Está por ver si los chinos, ahora económicamente ricos y políticamente poderosos, aceptarán la responsabilidad de cuidar el planeta tierra para extender de este modo, por otros muchos siglos, su visión filosófica monista según la cual hombre y mundo son dos caras de la misma realidad.

henriquezcaolo@hotmail.com

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