Sombras, nada más

Sombras, nada más

El título procede de una canción -un bolero, imagino- que fue muy popular en la radio, en tiempos ya desvanecidos. Fragmentariamente escuchada en radios de otra gente, recuerdo que se iniciaba en una tonalidad tristona diciendo: “Sombras nada más, entre tu vida y mi vida, sombras nada más, entre tu amor y mi amor” (creo que son las palabras exactas).

No sé por qué la recuerdo ni por qué me viene a la mente con cierta frecuencia.

 No era la música que sonaba en casa o en la imprenta paterna, donde junto al ruido grato de las maquinarias podían escucharse fragmentos de óperas de Puccini, algún Rachmaninov o Richard Strauss que entre sus escasos discos, grandes y frágiles,  mi padre colocaba en su Victrola cuando la música no provenía de mis Estudios de violín, o él preparaba el ánimo para realizar un dibujo exigente. Mi padre era un tipo muy especial. Cuando vino al país el famoso cellista Bogumil Sikora (sería a fines de los años veinte o principios  de los treinta) papá, según me contaban, evitó los ruidos y dedicó una semana a “limpiarse los oídos” escuchando grabaciones de famosos cellistas para estar en condiciones de apreciar el recital del reverenciado artista. 

Así que “Sombras nada más” tuve que haberla escuchado de lejos, traída por el viento caprichoso, después, ya en años de adolescencia.

Ahora se actualiza dramáticamente el bolero aquel.

Estamos rodeados de sombras. De “sombras nada más”. 

Las mentiras y ocultaciones revolotean junto a nosotros hasta el punto que todo parece falso, que la justicia y el bien no tendrán espacio para producirse, que el castigo a los culpables de crímenes de diversa índole –por comisión u omisión- se esfumará en un limbo de señalamientos difuminados: “supuesto narcotraficante” “supuesto asesino”, “supuesto delincuente”… y todo quedará bien.

Los cómplices  fundamentales de la alta delincuencia que nos abate, difícilmente quedarán expuestos.

Esas inmensas e inexplicables fortunas de altos funcionarios militares y civiles, quedarán cubiertas de sombras.

Sé de altos funcionarios gubernamentales que heredaron importantes propiedades, empresas y negocios lícitos, así como de actuales multimillonarios que han alcanzado sus  altitudes financieras a fuerza de continuar, con sabiduría,     prudencia y trabajo, la esforzada y decente actitud de sus progenitores.

Pero. ¿Y estos civiles, policías y militares que, de un día a otro, son propietarios de lujosas residencias, villas para vacacionar, vehículos costosísimos y una capacidad financiera, al parecer interminable?

Si existe una voluntad aclaratoria, no es difícil determinar quién vive muy por encima de sus ingresos limpios.

¿Qué tal aclaración podría resultar impolítica porque habría de afectar a muchos de los llamados “pejes gordos”? ¿Esos que saben aportar cuantiosas sumas invisibles para la política?

Sí.

Yo, sin muchas esperanzas, clamo porque el Gobierno, en manos de Fernández, (por aquí el Presidente de la República  no es un Deus ex Machina sino una fuerza de presencia continua) pese y pondere las conveniencias de establecer sanciones.

No le costará tanto como, tal vez, piensa.

Todo lo contrario.

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