Sombrero sin cabeza

Sombrero sin cabeza

Cuando los abuelos con ojos de rayos catódicos detectaban errores en nuestra conducta, que unas veces eran cometidos a propósito y otras por omisión, nos lo hacían saber con tiempo de sobra para que enmendáramos dichas pifias. Puesto que usualmente nadie prestaba atención a sus advertencias, tan pronto ellos se percataban de las amargas consecuencias sentenciaban con esta célebre frase: Aquellos polvos son los que han traído estos lodos.

Sus experiencias y sabidurías eran despreciadas o simplemente ignoradas y esas desobediencias tenían un alto costo. A diario nos equivocamos, sin embargo, somos incapaces de aplicar los correctivos oportunamente. Olvidamos esta otra expresión lapidaria que reza del modo siguiente: una onza de medicina preventiva vale más que una libra de medicina curativa.

Traemos a colación esas reflexiones del pasado a fin de comprobar la actual vigencia de tales pensamientos. Para ello haremos uso de un fallecimiento materno lamentable y no menos dramático, ocurrido en una humilde señora de 35 años, diabética e hipertensa, quien cursaba el cuarto mes de embarazo. Dejó en la orfandad a cuatro niños a consecuencia de un descuido en su dieta y la no administración de insulina, así como un pobre manejo de su hipertensión arterial. Llegó a la emergencia hospitalaria en condiciones críticas de coma hiperglicémico con un nivel de azúcar en sangre unas seis veces por encima de los valores normales, mostrando dificultad para respirar, la presión arterial por el suelo y unos latidos cardiacos débiles, apagados y acelerados.

Durante los cuatros meses de gestación esta paciente había estado por su cuenta, huérfana de un riguroso chequeo prenatal.  Fue solamente a raíz del repentino deterioro de su estado de salud cuando se empezaron los fallidos intentos por salvar la vida de esta mujer. En las catorce horas que permaneció internada en la unidad de cuidados intensivos se gastaron miles de pesos tratando inútilmente de evitar el fatal desenlace. La muerte se produjo a causa de una trombosis retro placentaria, mesentérica y pulmonar con una falla multiorgánica que condujo a un estado de shock irreversible, todo ello precedido por una acidosis diabética.

De nada valieron las mega dosis de insulina, la oxigenoterapia, las múltiples soluciones intravenosas, las toneladas de antibióticos de amplio espectro, la colocación de catéteres venosos y vesicales para el monitoreo cardio-pulmonar y renal, así como la pila de análisis de laboratorio ordenados desesperadamente y a última hora. Hasta un rastreo ultrasonográfico del bebe fue realizado, solamente para verificar que estaba muerto. Sobró personal, medicamentos y equipo. De todo disponía la moribunda, pero como suele ocurrir con frecuencia, la cura había llegado a destiempo, la prevención nunca existió, no se fue oportuno ni eficaz.

Con mucho pesar hemos de admitir que resultó muy tardío el momento en que vino a aparecer el sombrero; para ese entonces se había perdido la cabeza.

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