¿Somos o estamos paranoicos?

¿Somos o estamos paranoicos?

REYNALDO R. ESPINAL
Buceador incansable en los secretos más recónditos de nuestra personalidad colectiva, el doctor Antonio Zaglul, nuestro inolvidable «toñito», diagnosticó a la sociedad Dominicana como «paranoica», destacando como una de las más ostensibles manifestaciones de su aserto, la famosa teoría del «gancho», término con el cual nuestros campesinos suelen referirse a la reserva y desconfianza con que debemos acoger las propuestas de personas extrañas, sobre todo si las mismas vienen del entorno urbano, de la ciudad, de aquellos a quienes nuestros campesinos llaman popularmente «pueblita».

Esta singular característica de nuestra psique colectiva había sido ya advertida por ese gran sociólogo y auscultador de nuestro pasado que fue Don Manuel Arturo Peña Batlle.

En su profundo ensayo titulado «El Tratado de Basilea y la Desnacionalización Del Santo Domingo Español», el acucioso intelectual se adentra en la génesis histórica y sociológica de nuestro ser colectivo, y expresa: «.La ley fundamental,

el elemento básico de nuestra formación social son la inestabilidad y la inquietud. La nacionalidad Dominicana se integró en un inconfundible ambiente de recelo y desconfianza que nos obligaba a vivir sobre el escudo en función constante de combate y vigilancia.»

Profundas disquisiciones históricas y sociológicas podrían hacerse sobre esta temática, en aras de desentrañar las peculiares esencias de nuestro ser colectivo. Lo cierto, sin embargo, es que hoy podemos decir sin ambages que la sociedad Dominicana es una sociedad «paranoica».

Admito que cualquier colega, especialista en salud mental, me enrostrará enseguida que el precitado diagnóstico no figura en el manual internacional para diagnosticar las enfermedades mentales ( el DSM IV) , por cuanto en el mismo, se alude a diagnósticos individuales y no colectivos.

Sostengo, empero, que el oleaje indetenible del crimen y el irrespeto, que ya se ha hecho consuetudinario, a la vida y a la integridad; la deficiencia de los servicios, las angustias en que se debaten más de la mitad de los dominicanos y dominicanas para poder simplemente sobrevivir, todos estos factores y muchos más que sería imposible enumerar en un breve artículo, van minando progresivamente nuestra salud mental. Estamos más tensos y estresados, más predispuestos a las actuaciones violentas, más ansiosos, más defensivos.

Ante este innegable como trágico panorama se impone una revisión por parte del estado de sus metas y prioridades.

Las obras de relumbrón, hechas la mayoría de las veces para complementar favores políticos, no pueden ni deben sobreponerse al más caro anhelo de los y las dominicanas de hoy: la seguridad y la paz.

Pero también los sectores de poder económico deben tomar conciencia, de una vez y por todas, que la paz se construye y que como expresó sabiamente el Papa Pablo VI, la misma «es fruto de la justicia». Creo que llegó el momento de que «los satisfechos» entiendan que sobre sus hombros gravita una terrible responsabilidad social.

No serán posible la paz ni la seguridad en nuestro pueblo mientras abunde el hambre y el analfabetismo, mientras un policía gane menos de cuatro mil pesos, mientras una madre soltera tenga que dejar sus hijos solos para ir a realizar un trabajo de esclava, mientras un padre de familia se levante de su rancho al alborear la mañana viendo a su hijo languidecer de fiebre y sienta la impotencia de no poder comprarle un receta de cien pesos.

¿Qué estamos paranoicos? ¡Nadie lo duda! ¿Qué vamos mal? Es un sentir colectivo. ¿Estamos todos dispuestos a pagar el precio de la paz?

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