Son los mismos; son los mismos

Son los mismos; son los mismos

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

En las películas del Lejano Oeste había un personaje infaltable que se distinguía por su vestir: traje negro, sombrero de bombín, su infaltable sonrisa y una gran maleta la cual, abierta, contenía decenas de pequeñas botellas llenas «del más maravilloso medicamento salvador, milagroso, con solo dos botellas mejoran todos sus dolores como por arte de magia. En solo 8 días usted estará curado.

Como la diligencia en la cual viajaba el «mago» pasaba cada seis días, el hombre vendía, vendía y vendía tan rápido que a los cuatro días había agotado la existencia, el hombre se marchaba dos días después y cuando pasado el tiempo del efecto del mejunje los engañados compradores iban a buscar al mago, se había marchado.

De ingenuos, de buenas gentes está lleno el mundo. Gabriel García Márquez, el último cronista de Indias, creó a Blakaman el bueno. vendedor de milagros.

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Era un pueblo donde no había ladrones entonces un chusco se robó las bolas del billar. Que desgracia!

La modernidad convirtió a Radio Bemba en plato fuerte de las redes sociales. Ahora los chismes, los inventos, los comentarios de mala fe/ se propagan con la misma impunidad, con la diferencia de que ahora se propagan más rápido y a más personas a la vez.

En las redes se repite, por aquello de que no hay nada nuevo bajo el sol, el lenguaje almibarado, la palabra mágica de la sanación de enfermedades cuyos medicamentos son extraídos de la naturaleza y como curan, los médicos y la industria farmacéutica no los aceptan ni los recetan, al final de la perorata, el maleante, que ahora no usa bombín, te pide un depósito muy disminuido del precio ‘real del producto y, colorín, colorado, este cuento está contado.

Dado que cada segundo sale un’ pendejo a las calles, debemos estar alertas.

Lo mismo ocurre en la política, expresión de lo bueno y aceptable así como también de lo malo e inaceptable.

El hombre del bombín, Blakaman caribeño de palabra fácil y adormecedora, con su canto de sirena aspira a engañarnos otra vez, por eso hay que gritarle: te conozco bacalao, aunque estés bien disfrazao.

Felizmente, este es el país de gente que conoce al cojo sentado y el ciego mientras duerme.

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