El bestiario político dominicano no tiene límites y es escaso de imaginación. Este país es una conga encojonada, un burdel fiestero dentro del cual las más insólitas cabriolas se despliegan. Me he reído hasta más no poder oyendo las explicaciones sobre el “voto de arrastre” que nos estrujó ayer Reinaldo Pared Pérez, y disfruté su anuncio de que el PLD también objetará en los tribunales la decisión de la JCE de dejar bajo la antigualla autoritaria del “voto de arrastre” a poco menos del 60% de la población. Sólo que el PLD abogará para que el arrastre se imponga al 100% de los votos sufragados. Una maniobra de desviación de objetivos, que en la jerga militar se denomina diversionismo; porque la resolución de la JCE se produce para darle satisfacción al PLD, y porque el telón de fondo de esa resolución de la JCE es el miedo difuso que el propio Reinaldo Pared Pérez impuso cuando tronó y pidió un juicio político a los tres jueces del Tribunal Superior Electoral que produjeron la sentencia contra la actual directiva del PRD, un partido aliado al poder. Con la resolución de la JCE Reinaldo Pared recogía lo que sembró con el terror difuso que esgrimió, no únicamente contra los jueces del TSE, sino contra todo el sistema judicial del país.
De golpe volví a revisar las ideas del filósofo italiano Mario Perniola, expuestas en su libro “La sociedad del simulacro” (Mucho mejor que el libro de Mario Vargas Llosa, “La sociedad del espectáculo”), y sobre las cuales he escrito algunos artículos para esta columna. Los temas de Perniola constituyen tópicos del debate intelectual de nuestros días, y bastaría leerlos para percatarse de como la imagen del simulacro puede sustituir la realidad, sobre todo, de cómo los signos que median en la vida social se hacen intercambiables, y ante el predominio del simulacro valen lo mismo. Reinaldo Pared Pérez anunciando que también irán a los tribunales contra la resolución de la JCE es un simulacro, un allante diversionista para que extraviemos el objetivo. En la sociedad dominicana el delincuente juzga al juez, el corrupto rumia sobre su fama, el asesino dispersa la víctima concreta en individuo, el político ladrón echa la culpa sobre la irresponsabilidad de la historia, el mandatario charlatán dice que es el Todopoderoso quien lo ha colocado en el cargo supremo, la víbora del culpable hinca sus colmillos en el cuello del inocente; en fin, que todos esos dibujos adjetivos otorgan a la realidad dominicana las cualidades de un mundo bizarro, un mundo al revés, cuya epidermis es, fatalmente, la triste contabilidad de la mentira que es nuestra historia. El pobre Reinaldo es la viva estampa del dicho: “Los pájaros tirándole a las escopetas”. Un arbitrario simulando que busca justicia, cuando él sabe muy bien que la resolución de la JCE, cantinflesca, burda, y anticonstitucional, es la obra del miedo-espanto que él provocó ordenando la intimidación, la persecución y el escarnio de jueces probos.
¿Qué es lo que nos falta como país, que el bestiario político oficialista puede hacer lo que le venga en ganas y nada pasa? ¿Por qué el simulacro es parte sustancial del entramado de la falsa conciencia de quienes creen que el estado les pertenece? ¿Por qué nos parece siempre que todavía estamos en las bacanales salvajes del manigüerismo criollo del siglo XIX? Simplemente porque el secuestro de las instituciones nos ha dejado sin un régimen de consecuencias, y las instancias sancionadoras de la sociedad se han prostituido por completo. Y es por ello que los paradigmas de la impunidad se despliegan como un cortejo vergonzante que siempre regresa. Y es por ello que el simulacro alcanza en este país una categoría de estrategia, y nos apabulla la concepción tan aldeana que tenemos del estado-nación, en pleno siglo XXI. Reinaldo obligó a la junta central electoral a realizar un “strip-tease” vergonzante, y ahora simula que apelará. ¡Oh, Dios!